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Restaurando el pasado

José M. Tojeira

En la vigilia por la canonización de Monseñor Romero, ya con la multitud de gente presente en la plaza Gerardo Barrios, se llevó a cabo un acto de restauración histórica. No tan importante como el acto de canonización, por supuesto, pero sí importante para nuestra historia. Reflexionar sobre ello es necesario, en buena parte para que nos habituemos a saber restaurar las realidades que en el pasado rompimos. Hace 38 años, cuando esa misma plaza estaba inundada por salvadoreños durante la misa de cuerpo presente de Mons. Romero, una serie de disparos provenientes del techo del Palacio Nacional sembró el pánico entre la gente. Hubo muertos, varios de ellos destrozados por la riada de gente que huía, y lo que era un acto religioso de nivel nacional acabó convirtiéndose en una tragedia. Si ya la muerte de Romero había creado un clima de zozobra y desánimo en una buena parte de la población salvadoreña, la tragedia de aquel momento aumentó los sentimientos tanto de desilusión y desesperanza como de ira y todo lo que el exceso de cólera puede impulsar.

Treinta y ocho años después el escenario era completamente distinto. En una plaza renovada se juntaba de nuevo una verdadera marejada de gente, jóvenes la mayoría de ellos. El ambiente era de alegría, de esperanza y de fraternidad, recordando no tanto el acontecimiento del atentado en la plaza, pero sí el mismo hecho, la muerte martirial de Mons. Romero, hoy declarado santo por el papa Francisco. Pero aunque el acontecimiento trágico del pasado no estuviera presente en la mente de la gran mayoría de quienes estaban en la plaza, se estaba llevando a cabo, de hecho, una verdadera restauración de una terrible acción homicida y terrorista.

En el siglo cuarto, San Basilio, hablando de los mártires, decía que lo que en el momento de la muerte injusta se sufría con dolor, en el recuerdo posterior se terminaba celebrando con alegría.

Y eso estaban haciendo la gran multitud de jóvenes y otras personas en la plaza Gerardo Barrios. Lo que había sido escenario de muerte se convirtió en esa fiesta de nuestro San Óscar Romero en un homenaje a la vida.

Con respecto a la juventud en El Salvador tenemos unas enormes deudas de tipo educativo, laboral y económico. Porque no las cumplimos, muchos de nuestros jóvenes emigran buscando sociedades más capaces de premiar sus esfuerzos, capacidades y laboriosidad. Sin embargo, esta misma juventud, en tantos aspectos maltratada, sabe valorar lo bueno de la generosidad, el sacrificio solidario, el compromiso con la verdad y con las víctimas. Así lo demostraban en esa vigilia del 13 de octubre, y así lo demuestran también en múltiples asociaciones de jóvenes que buscan manifestar su solidaridad con los necesitados del país, bien sea en voluntariados, en colaboración con pequeñas empresas o en servicios a los más débiles que generan esperanza y sentimientos de profunda igualdad en dignidad entre todos. Estos jóvenes pacíficos, solidarios y con deseos claros de un El Salvador de mayor calidad humana están iniciando un proceso de restauración del país.

Es cierto que todavía lo viejo pesa demasiado en nuestro país. Los miedos, las desconfianzas, la mentira y los intereses individuales, tanto legítimos como corruptos, siguen activos en muchas estructuras de convivencia ciudadana. Pero la mayoría de los jóvenes no quieren caminar por esa senda. Es cierto que algunos de ellos, minoría, se ha decantado por una rebeldía primitiva que solo dolor le está causando al pueblo salvadoreño.

Hay cierta racionalidad en la explicación de ello. Porque una sociedad no puede proponer el consumismo como proyecto de vida e impedir al mismo tiempo que muchos de nuestros jóvenes puedan satisfacer el deseo de ese mismo consumo. Pero lo cierto es que los jóvenes desean restaurar esas situaciones de injusticia social y falta de valores existentes. Y ello es cierto, a pesar de todas las críticas que le podamos hacer a los jóvenes, que a veces nos desconciertan con su uso frecuente y familiaridad con las tecnologías modernas de comunicación.

A los políticos, y más en este tiempo de elecciones, les corresponde escuchar a estos jóvenes, a los de la plaza Gerardo Barrios, y a todos los demás, y servirse de ellos para restaurar las brutalidades e injusticias del pasado que, lamentablemente, continúan teniendo vigencia en el país.

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