EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.
RESUCITAR EN LA ESPERANZA
Por: Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia de la Lengua.
Los pueblos que invierten sus valores
son pueblos perversos.
(ORTEGA Y GASSET)
Erich Fromm, (1900-1980), psicólogo y filósofo norteamericano de origen alemán, sostuvo siempre una rica concepción ética que trató
de promover el “ser” sobre el “tener”. Muchos consideraron por ello a Fromm como un socialista-idealista. Fue un escritor elegante, claro, muy concreto en sus posiciones, y algunas de sus obras llegaron a ejercer una influencia muy fuerte, sobre todo en los ámbitos académicos. Entre las principales cito aquí: “La Revolución de la Esperanza”, “Ser o Tener”, “Ética y Psicoanálisis”, “El Miedo a la Libertad” y “El Corazón del Hombre”.
A pesar de que uno de sus temas centrales en toda su obra es el tema de la Valores, no hay en ella un tratamiento teórico sobre los mismos. Fromm señala con toda claridad lo que llama “Experiencias humanas típicas”. La pérdida de la propia identidad del hombre y su deshumanización, -dice-, así como los vicios y deficiencias del sistema social en que se desenvuelve y su enajenación dentro del mismo, provienen de la pérdida de los valores o de una transvaloración de los mismos. Dicho de otra manera, la pérdida de valores es producto de la alienación sufrida por el hombre en la cosa, (el hombre crea la cosa para después alienarse en ella), y su desalienación sólo podrá lograrse mediante la plena recuperación de los mismos.
El hombre tiene “Experiencias Humanas Típicas”, dice Fromm. Estas son: “Valores oficiales”, conscientes e inefectivos, por un lado; y “Valores no oficiales”, inconscientes y efectivos por el otro. Los primeros corresponden fielmente a una caracterización ética, se enseñan como normas éticas de vida, pero que en la sociedad tecnetrónica no actúan como tal, sino más bien lo harían en una sociedad industrial humanizada. Los segundos son los que en la sociedad tecnetrónica motivan la conducta humana, no se enseñan
como normas de vida pero en tal sociedad se cumplen. Estos últimos, en su discrepancia con los conscientes, dañan la personalidad y crean en el hombre sentimientos de culpa y desconfianza. Fromm propone un esfuerzo ético por hacer que los Valores oficiales, aquellos que se enseñan en la escuela pero no se dan en la práctica, efectivamente se den en la realidad, para, con ello, provocar el
advenimiento de una “sociedad industrial humanizada”. Pero lo importante aquí es también el cómo Fromm enfoca tales valores, enfoque que se aleja del clásico que hemos venido escuchando constantemente. Habla él de la sexualidad emocional, la ternura, la compasión, la empatía, la responsabilidad, la integridad, la vulnerabilidad, la fortaleza, la fe, la resurrección, y, sobre todo, de la esperanza.
Nuestro país necesita en este momento revivir dentro de la conciencia colectiva estos valores; necesitamos de una buena dosis de prudencia, de humildad, de amor al prójimo, para poder hacer efectiva una vida basada en la esperanza y en la fe, valores que van unidos siempre, pues “sin esperanza no hay vida”, dice, y “el hombre sin esperanza se refleja en toda su magnitud en el hombre alienado, pasivo, enajenado por la sociedad industrial deshumanizada”.
¿Cómo conceptúa Fromm a la esperanza? Esta, dice, no es tener anhelos o deseos, no es algo cuyo objeto es una cosa, sino una vida más plena, un estado mayor de vivacidad, una liberación del eterno hastío, teológicamente es la salvación, políticamente es la revolución. No es, la esperanza, prosigue, un culto al futuro, no es esperar lo que ya existe o lo que no puede ser, ni tampoco, la frase hecha del aventurerismo, el desprecio por la realidad y el violentamiento de lo que no puede violentarse. Es, más bien, estar presto en todo momento para lo que todavía no nace, pero sin llegar a desesperarse si el nacimiento no ocurre en el lapso de nuestra vida. Es un estado, una forma de ser, una disposición interna, un eterno estar listo para actuar. Un concomitante psíquico de la vida y del
crecimiento. Sin esperanza no hay vida, -concluye Fromm-.
La esperanza se religa a la fe, es el temple de ánimo que acompaña a la fe, y no puede asentarse más que en la fe. La fe no es una forma endeble de conocimiento o creencia sino la convicción acerca de lo no probado, el conocimiento de la posibilidad real, la conciencia de la gestación. Al igual que la esperanza, no es predecir el futuro sino la visión del presente en un estado de gestación. Es la certidumbre de lo incierto. Los actos de esperanza y de fe, del aquí y del ahora, resucitan al hombre y a la sociedad. Un acto de amor, de conciencia y de compasión, es resurrección. “La fe, y no la razón, es la que lleva al hombre a la acción”, decía Alexis Carrel.
Ciertamente, muchos grandes pensadores no ven en la esperanza y en la fe más que un autoengaño sutil y costoso. Shakespeare
decía de ella que “el desdichado no tiene otra medida que la esperanza”. Pero mejor pensemos como Heráclito, para quien “sin esperanza no se encuentra lo inesperado”. El hombre salvadoreño necesita jerarquizar de nuevo sus valores, volver por aquellos que le generan experiencias humanas típicas positivas. Hay demasiada inquietud, demasiada ansiedad, en nuestras vidas, y ello va provocando que progresivamente vayamos perdiendo nuestra cordura, nuestro amor por el otro, nuestra solidaridad. Volvamos por el recogimiento espiritual, en una búsqueda interna de la paz y del amor.
Los valores no pueden enseñarse en la escuela, al margen de que en ella pueda hacerse un esfuerzo inusual para su promoción. Los valores se dan en la calle misma, en el actuar concreto de los hombres viviendo en sociedad, puesto que recordemos, que “los
valores ‘no son’, porque “no son entes sino son valentes”, están ahí, en el actuar concreto de los hombres, sólo se descubren, como parece concluir la moderna axiología que podríamos decir comienza con Scheler, posición en la que han coincidido grandes axiólogos como Rizieri Frondizi, Julián Marías, Ortega y Gasset y Manuel García Morente, para citar sólo algunos. Quedarse en la primera línea de acción, es decir, tratar de “enseñar” los valores, sólo conducirá a una especie de ética formal, precisamente la de Kant y Aranguren, que corresponde a la estructura moral, racional, apriorística y lógica. El objeto, mas bien, debe ser entrar a una ética material, que es precisamente la ética de los valores, aquella de Scheler precisamente, que corresponde a una ética concreta, al contenido del mundo moral, porque los valores están religados a la vida, no es posible “enseñarlos” dentro de una realidad que los niega.