Por Wilfredo Arriola
“He vuelto maltratado por mi propio sarcasmo” dice Joan Margarit en su libro Edad Roja, donde reivindica el derecho a cuestionarse así mismo, y crear un puente entre el propio concepto y la derivación de los demás. Hay momentos en que basta separarse un poco de todo y mirar desde otro espacio lo que hacemos con nuestra vida, entender desde la lejanía sí lo que hacemos nos acerca más a lo que queremos llegar a concretar. Si bien es cierto somos los responsables de nuestro dialogo interno, también seremos responsables a la hora de interpretar qué nos decimos, si obra a favor o en contra.
El hábito de la lectura nos predispone a nuevos conocimientos, a buscar entre lo desconocido una ruta nueva para valorar el entorno, llenarnos de conocimiento, buscar la idea que nos vincule con nuevas formas de academia, saber lo no sabido. Subrayamos, repetimos algunas líneas que las asociamos con algo que nos pasa, nos detenemos en ese escenario y nos llenamos de aquello de lo cual hemos dejado un espacio para el descubrimiento. A la hora de la meditación cuando cae la noche, o cuando la melancolía dispone de su clima o la soledad se instala en nosotros ¿Podemos reparar en la vida que llevamos? ¿Habrá un espacio para marcar, como se marca un libro? Si alguien pudiera leernos o por lo menos la parte que dejamos puesta para la lectura ¿haría un hincapié de nosotros? ¿Nos citará? ¿Qué le damos a los demás? ¿Un mapa o un recetario de quejas? Muchas preguntas sufren antes de su réplica, o porque la respuesta conlleva un análisis previo o porque simplemente no hay respuesta. No todos nos llevamos bien con nuestra propia vergüenza.
Retirarse para entender, dejar en remojo todo aquello que de tanto en tanto ya no es información sino ruido, hay personas que tienen todo ese perfil, lugares, redes sociales, vínculos que poco aportan o lo aportado desde hace mucho tiempo dejo de abonar. Claro está que a lo hora de exigir siempre va implícito el auto análisis del cuestionarse, qué tanto ofrece mi persona ante los demás, sí mi discurso dejó de producir riqueza hacia el prójimo y me convierto cada vez más en la continuación de lo mismo. Para empezar a saber eso, para analizar el contexto, el primer paso sería empezar por uno mismo y poner en la mesa en quién nos hemos convertido y hacía adónde vamos, sí es que nos dirigimos hacia un destino en particular. Parece ser que por momentos la repetición de cada uno de nuestros actos solo confirma que el lugar donde nos encontramos se trata de un precipicio y lo que hacemos constantemente es caer. Caer haciendo lo mismo, revisando lo mismo y debatiendo incluso lo mismo y a este incremento de elementos cada uno le sumará el suyo sin temor a equivocarme.
A su momento habrá que hacer un espacio, retirarse incluso de uno mismo y poner en consideración aquello por lo cual en un determinado momento fijamos seguir. Seguramente surgirán respuestas, buenas, malas, irónicas, dañinas, motivadoras, cuando las sepamos, será momento de continuar o de seguir cayendo…