Dr. H. Spencer Lewis
Pasado Imperator de AMORC (No. 2)
(De la Revista El Rosacruz, Mayo 1983)
El cuerpo espiritual
Pocos hombres o mujeres creerán que la salud o la enfermedad, o sea, dolor y sufrimiento físico, son el resultado de alguna condición del cuerpo espiritual. La observación más casual de las leyes naturales y divinas del Universo hace evidente que la enfermedad o la mala salud, el sufrimiento y el dolor, son cosas de la carne y del cuerpo físico y no del cuerpo espiritual. Estamos justificados por esa razón al confinar el estudio de la salud y la enfermedad al estudio del cuerpo físico del hombre y su relación con las fuerzas naturales, su debilidad y su poder.
Volviendo a la proposición de la ontología Rosacruz encontramos que el cuerpo físico fue hecho del polvo de la tierra. Pero nosotros cambiamos esas palabras por los términos científicos modernos y decimos que el cuerpo material del hombre se compone de los elementos de la tierra; o podemos avanzar más y decir que ese cuerpo está siendo continuamente a partir de los elementos físicos vivientes y vitalizantes de la tierra en la cual vivimos. Es cierto que no habría vida sin el alma o la esencia divina y que esta esencia no solo existe en el cuerpo organizado llamado hombre, sino también en todos los elementos de los que está compuesto su cuerpo. La esencia divina existe en el agua, los elementos minerales de la tierra, en toda la vegetación, en todo lo que existe.
La materia muerta no existe
Sabemos ahora que la materia muerta no existe, que toda la materia es viviente, que está animada con la esencia de la divinidad, con esa fuerza vital conocida con muchos nombres, que solo se puede descubrir en sus manifestaciones y que emana seguramente de la más grande de todas las fuentes constructivas de la Creación. Pero la materia viviente que no ha sido organizada a la imagen de Dios, no constituye el cuerpo viviente del hombre. Solo cuando los elementos de la tierra pasan a través de ese maravilloso proceso de transmutación establecido por Dios, es que ellos se vuelven organizados y unidos en una manera tal que tienen la forma más alta de expresión física en la Tierra: el cuerpo del hombre tan maravilloso y tremendamente hecho.
A pesar de lo complejo que es este cuerpo físico en su organización, en todas sus partes, en toda la belleza de su acción sincrónica, de su coordinación, de su cooperación simpática y su poder para moverse por él mismo, sin embargo, está formado y está siendo formado otra vez de las cosas simples de la Tierra de acuerdo a la ley divina.
El hombre no fue creado a la imagen de Dios con la intención de que se adjudicara el derecho de cambiar, o negar las leyes fundamentales de la Naturaleza. El hombre ha descubierto que cuando se excede en su privilegio de su mente y de su habilidad para elegir o ignorar algunas de las necesidades de la vida, algunas de las demandas de la Naturaleza, de los decretos de Dios debilita su constitución física por la violación de las leyes naturales, destruye su armonización con la Naturaleza y se aleja de Dios cada vez más.
Contrario a las Leyes de la Naturaleza
Sin duda, el hombre ha desarrollado un hábito y un patrón de vida que no fueron decretados en el plan general de las cosas y que son detestados por la Naturaleza y repudiados por los principios divinos. Él se aparta del campo abierto, de su contacto con las fuerzas naturales de la Tierra, de la luz del Sol, del magnetismo de la Tierra, la floreciente vegetación, del agua pura y las vibraciones cósmicas apropiadas, y se confina durante horas en recintos pequeños, de aire contaminado, en la obscuridad y en los criaderos de la enfermedad, los gérmenes y la mala salud.