Luis Arnoldo Colato Hernández
El señor Orlando Hernández realizó su segunda toma de posesión el 27 pasado, favorecido de fallos jurídicos cuestionables, militarizando la capital para refugiarse del soberano hondureño, que agraviado, asaltó las calles capitalinas procurando impedir la afrenta que significó tal evento, y que deriva en consecuencias que superan las fronteras hondureñas.
Al evento en cuestión no asistió ningún mandatario o representación diplomática, tampoco estadounidense, empero, hay que subrayar que la oposición dirigida por Nasralla tampoco es inocente del baño de sangre y el aislamiento en que se encuentra Honduras, pues al participar del proceso, viciado en su origen por el ultraje que significa a la Constitución, se constituye en el necesario agente formalista que lo legitima, quizás creyendo ingenuamente que la comunidad internacional no admitiría tal desmán.
Semejante error de cálculo constituye en la práctica un retraso social, económico y político, pues los poderes políticos y económicos fácticos, envalentonados agreden las frágiles democracias experimentales que transitan la región, arropados en el poder judicial que legaliza los reveses democráticos, respaldándose de ser necesario del estamento militar, que no supera su formación del garrote, siguiendo el ejemplo boliviano.
Y es que las condiciones están dadas, ya que los veinte y tantos años de ejercicio democrático no se han traducido a pesar de sus innegables avances, en el desmontaje de las estructuras corruptas que garantizan la injusticia, inequidad y desigualdad, así como la impunidad, pero tampoco las esperadas mejoras en el nivel de vida que nuestros pueblos esperaban, dado que las fuerzas progresistas han caído en la trampa del legalismo, favoreciendo al conservadurismo, preservando privilegios e incrementándolos en detrimento de las mayorías, que no se sienten representados por el desarrollismo.
En este escenario las condiciones para suplantar el régimen democrático se ven alentadas por las presiones estadounidenses, así como por la ausencia de controles exógenos legítimos que garanticen la transparencia de los procesos electivos, para países que como el nuestro necesitan para asegurar el modelo participativo, así como conquistar los espacios que concretice un estadio político garante de un modelo que supere las inequidades históricas, imponiendo en el proceso la norma que asegure una democracia social además de económica y política sobre la formal vigente.
Lo sutil de las amenazas al progresismo son por ello graves, pues la población no advierte los desafíos a lo alcanzado, pero además a lo que está en proceso, y sobre todo, la segura posibilidad de que el estado débil, propósito último a conquistar de parte del conservadurismo, sea concretado, para entonces dar al traste con los logros, y retornar al estado cautivo, finalizando su desmantelaje en favor del atraso que significa el continuismo.
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