Rafael Lara-Martínez
Professor Emeritus, New Mexico Tech
Desde Comala siempre…
El descalabro poblacional que provocan las guerras post-independentistas lo verifica Alejandro Dagoberto Marroquín en su estudio de caso para el municipio de Panchimalco (1959: 97-98). El antropólogo contradice tesis en boga relativas a «la famosa “consunción”» de “la población indígena […] causada por la política de los españoles a raíz de la conquista” (Marroquín, 1959: 97). Las cifras de finales de la época colonial demuestran que “no hubo ningún déficit” poblacional hacia el final de ese período (Marroquín, 1959: 97).
En cambio, el declive estadístico sólo lo documenta para el período que abarca de 1807 a 1860. Esta reducción demográfica la explica “el reclutamiento forzoso de la mayoría de los jóvenes [indígenas] en edad militar [cuyo] destino era servir de carne de cañón […] en las guerras fratricidas [lo cual] nos lo confirma la tradición [oral de] los ancianos del pueblo” (Marroquín, 1959: 98). En El Salvador, la violenta vida independiente —“las guerras intestinas que abundaron tanto durante el siglo XIX”— ocasiona una disminución demográfica indígena más adversa que la provocada por la colonia (Marroquín, 1959: 98).
Ante ese caos belicista y dictatorial, la única salida viable Masferrer la vislumbra en la educación. La distancia que media entre el ramo militar y el educativo semeja al que describe una década después José E. Suay en La organización económica (1911: 7). La disparidad entre “20.3% que absorbe al Cartera de Guerra y Marina” contra el “5.65% de la Cartera de Instrucción Pública” requiere construir un “equilibrio económico” en tiempos de paz.
De proseguir esta vocación de “pueblos revoltosos” que le concede a “la guerra y a la holganza lo que se debe al trabajo”, el vaticinio de Masferrer es claro y de gran actualidad. Los “pueblos revoltosos” como El Salvador “serán los primeros” en ser “arrollados [por] la política expansionista de” Estados Unidos debido a su economía endeble y falta de instrucción. El legado revolucionario salvadoreño se traduce en su absorción política y financiera por la potencia de mayor “vigor e intensidad” en los eventos internacionales. Al maestro sólo le faltaría hablar de la inmigración hacia el norte para completar el panorama actual.
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Nótese el despegue del anti-imperialismo estadounidense en Masferrer, el cual no se identifica con el de la izquierda de los veinte-treinta ni con la actual, ya que defiende la política de Nicolás II [1868-1918] a quien destituye la revolución rusa («un hombre humano, culto, de espíritu amplio, muy lejos de sus predecesores…amigo de Tolstoi»). Asimismo, Masferrer alaba los beneficios de la “influencia invasora de la cultura exterior”, la técnica moderna, la cual “suaviza” la tradición política salvadoreña tan aficionada a la tiranía militarista. Igualmente, debe subrayarse la ausencia de la mujer en el concepto de «democracia» que se describe. Hacia la época, no hay voto femenino, menos aún se piensa la autonomía de la mujer sobre su propio cuerpo.
Asimismo, el maestro tampoco menciona la diversidad étnica y cultural. En cambio, el concepto arcaico de raza —»india», continental, y «española», nacional, en ideal de mestizaje; «raza anglosajona» y «razas germánica», «razas superiores»— impone una idea de progreso que justifica la dominación política. En síntesis, al postular la vigencia de una teoría pretérita, debe sopesarse que las mismas palabras no poseen un contenido similar, «democracia» sin voto femenino»; la mujer sin autonomía sometida a las leyes viriles; ausencia de la diversidad lingüística y étnica; el concepto caduco de raza, etc. Por último, ni las diversas revueltas indígenas —sin manifiestos en los idiomas maternos— ni la Ley de Extinción de Ejido (1882) merecen una breve reflexión.
III. Término
El escrito de Masferrer no resulta un ensayo aislado. Pertenece a un grupo de estudios que, durante las primeras décadas del siglo XX, reflexiona sobre el legado violento que construye las repúblicas independientes. Junto a los fundadores del Ateneo de El Salvador —José Dols Corpeño y Abraham Ramírez Peña, entre otros— Masferrer no reduce el quehacer intelectual a la creación de un panteón cívico. Más allá de toda religión laica y republicana, al maestro se le impone una ética de la historia.
A esta norma intelectual no sólo le compete la exaltación magistral de las figuras que fundan la patria salvadoreña. Le corresponde revelar un legado de discrepancias agresivas que mancilla en la práctica política los ideales abstractos. Si las ideas absolutas que mueven la historia centroamericana y salvadoreña se resumen en la “idea unionista”, “tendencia separatista”, “ideas liberales y las ultramontanas”, “el hecho monárquico y la idea democrática”, “el ideal autonomista”, “los gobiernos de partidos convirtiéndose en gobiernos de administración” y “la tiranía suavizándose por la influencia de la cultura”, “nuestro desenvolvimiento político” concreto (con)funde todos los arquetipos ejemplares bajo el ejercicio de la violencia generalizada. La coerción —que por la fuerza bruta impone los ideales más nobles— rebaja los valores filosóficos a una caricatura de su objetivo utópico.
Pese a su advertencia, hasta el presente prevalece una visión única, militarista y cívica de la historia, que oculta toda perspectiva pacifista de los mismos hechos. Las víctimas quedan enterradas y sin más memoria que el polvo arrastrándolas al silencio. En aras de imaginar una nación salvadoreña desde sus inicios gloriosos, se olvidan las acciones históricas que, “por las impurezas del elemento humano”, contaminan de violencia desenfrenada toda “idea [al] exteriorizarse” en hechos atroces.
El recuerdo de las guerras y de las matanzas se acalla para celebrar “el octogésimo aniversario de nuestra independencia” y, quizás al presente, el bicentenario del primer grito (1811-2011). Masferrer constituye un pionero de las ideas pacifistas en El Salvador. Antes de festejar el pasado y los orígenes nacionales, recapacita sobre la recursividad de la violencia en la manifestación histórica de la idea de libertad en Centro América. Junto al “bien” que provoca la independencia, “ríos de oro”, fluye una corriente paralela y complementaria que muchos ignoran. “Ríos de sangre…”.
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