Me hallaba en el escritorio de mi estudio, decease trabajando. Me llamó la atención un puntito que estaba allí, hospital presintiendo que era “algo”, pero volví la vista a lo que estudiaba. De repente, el puntito ¡se movió! como lo sospechaba. Y entonces desplegó unas diminutas alas, casi microscópicas y ¡oh asombro: se puso como de cabeza y comenzó a girar velozmente!… de pronto se detiene y vuelve a la posición inerte. Lo dejo estar, y sigo con mi estudio, ja, pero intrigado, porque efectivamente al rato vuelve a su acrobacia. Pero no sólo eso, en cierto momento ¡alza el vuelo! Ah, se fue, me dije, pero no: lo que hizo fue ir a dar una vuelta y regresar al mismo sitio para quedar inmóvil.
Vuelvo a mi estudio, sin poder concentrarme por estar observando de reojo al punto viviente que pasa buenos minutos sin dar señales de vida. Le acerco una esquina de papel, no reacciona, pero mejor no lo toco; que se quede así hasta que se le antoje; pero de presto pega un salto y a ponerse de cabeza y volverse un trompo microscópico en veloz movimiento circulatorio. De repente vuelve a la inmovilidad… y así pasa, pasamos buen rato, él con lo suyo, con sus “pensamientos” y yo con los míos. ¿”Pensamientos” en el punto? ¡¡¡Siii!!, sin duda, debe tenerlos de alguna manera como sin duda tiene “cerebro”, si no ¿quién o cómo daría la orden de saltar, ponerse de cabeza, girar, una y otra vez. Un reto: ¿de qué tamaño y cuál será la estructura de ese “cerebro”?. Sólo Dios lo sabe, pues de otro modo, se necesitaría un pequeñísimo quirófano para diseccionarlo y ver sus interioridades. Bueno, no importa, lo que concluyo sin duda es que el cerebro de tal criatura viviente es mejor y tiene más habilidades que muchos de los que tenemos los seres humanos, vacíos, puesto que muchos hacemos cosas verdaderamente estúpidas que no hacen los animales inferiores.
La historia es que al avanzar la noche debo retirarme al descanso. Allí queda aquel “punto de vida”. A la mañana, lo primero que hago es venir a ver si se fue, ¡pero no! Seguía allí. Al regresar por la noche al estudio ya imaginaba o sabía que allí lo hallaría, como efectivamente sucedió. Retornó a sus cabriolas una y otra vez, incluidos varios vuelos cercanos. Después de tanto se quedó inmóvil por un momento y volvió a lo del trompo una, dos veces. Pero pasaron luego los minutos y nada. Intrigado volví a la esquina del papel y se lo acerqué y lo toqué: no reaccionó; lo moví acá y allá y nada… Sí, ya no era “alma” de este mundo. Había pasado al otro. Se llevó mis buenos pensamientos y mi admiración. Comprendí que había sido todo un ritual de muerte el que hizo durante dos días…
Por asociación de ideas me recordó el extraño e inexplicable caso de los cisnes y su canto final de muerte. Impresionante como inexplicable y enigmático.
Cuando siente acercársele la parca a alguno de ellos, él o ella se aparta del grupo, aun de su compañero (a), siendo de admirar el hecho de la monogamia que observan y respetan hasta el final una vez se juntan dos en pareja. En solitario él o ella, comienza a cantar con una armonía impresionante como si fuera música orquestal. Se dice que ese canto, con sonido de corno francés, se alcanza a escuchar hasta 5 o 6 kilómetros en espacio abierto. Las tonalidades van cambiando a medida que más y más se acerca el momento final, hasta que éste llega. La parvada de amigos y compañeros cisnes guardan reverencial silencio durante todo el tiempo del trance, como conscientes de lo que se trata. Se dice que es la única vez que los cisnes cantan, pues por lo regular no lo hacen.
Una vez fallecida la pareja, el cisne sobreviviente se aparta y aleja del resto del grupo y se va sin que jamás vuelva a saberse de ella. Muchos han tratado de entender y descifrar este enigma del canto del cisne al final de sus existencias, sin lograr averiguar nada. Son los grandes secretos que encierran el milagro de la Vida y el enigma de la Muerte. Entre los humanos hay enigmas similares en torno al fenómeno del nacimiento de un niño, y el fenómeno de su muerte después de algún tiempo. Los místicos dicen que ambas cosas son los lados de una misma moneda, o bien que la muerte es no más una extensión de la vida en otra dimensión… O sea, que en realidad no hay muerte, sólo una transición, puesto que el hombre es un alma inmortal y eterna.
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