Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua
El pasado día jueves 6 de septiembre, la Academia Salvadoreña de la Lengua rindió merecido homenaje a cinco de sus Miembros de Número, en reconocimiento a su labor en pro de la cultura en el país, y a su trabajo como académicos. Fueron ellos: Roberto Salomón, director del Teatro Luis Poma, reconocido hombre de las tablas no sólo en nuestro país sino en América y el mundo; German Cáceres, músico de fama internacional y actual director de la Orquesta Sinfónica Nacional; Lovey Arguello, fina y delicada poeta y escritora; Jorge Lagos, respetado botánico nacional y Maestro universitario de tantas generaciones; y Ana María Nafría, lingüista y Maestra, eminente cultora de la lengua, ahora sufriendo un serio quebranto de salud en su querida España, hasta donde le renovamos nuestro cariño y aprecio y le enviamos un cálido y fraternal abrazo.
Los cinco académicos han hecho, por muchos años, una invaluable labor como Académicos de la Lengua, ayudando a mantener en alto nuestro lema de “limpia, fija y da esplendor”. Justo es, pues, que se haya reconocido su trabajo, sus méritos y su labor en un acto que, con la sencillez que sabe acompañar a los mismos en nuestra humilde casa, no dejó por ello de ser muy hermoso y brillante. Gracias a Roberto, a German, A Lovey, a Jorge y a Ana María por mantener en su justo valor el nombre de nuestra institución.
La Academia Salvadoreña de la Lengua tiene unos fines muy difíciles de lograr en un ambiente tan reacio y tan opuesto a la cultura, como es, desafortunadamente, el de nuestro país. Mantener el idioma castellano en su tradicional pureza y registrar sus legítimos acrecentamientos; fomentar nuestra literatura; promover y participar en la conmemoración de hechos de nuestra historia y la de Centroamérica; conservar, defender e incrementar los archivos, bibliotecas, museos y colecciones de obras que se refieren al idioma; desarrollar estudios filológicos y lexicográficos que ayuden a las adiciones y enmiendas de nuestro Diccionario; en una palabra, contribuir a la cultura nacional desde el ámbito propio de su naturaleza. Eso corresponde a esta centenaria institución nacional. Eso es, precisamente, lo que se quiere significar con lo que dice el lema, “limpia, fija y da esplendor”: La cultura, pues, en una palabra, que, también en una palabra, no es otra cosa que el producto de la historia. Somos lo que nos ha hecho ser nuestra historia, y ese ser producto de la historia es no otra cosa que nuestra cultura, el motivo de ser de la Academia.
La cultura no es algo sustentado en formas de erudición o refinamiento del hombre, algo referente a aquellos que se educaron, estudiaron, aprendieron muchas cosas, y se comportan de manera muy refinada. ¡Qué va! La cultura es una manifestación concreta del hombre, que expresa en ella sus necesidades, sus intereses y sus valores. Es el código simbólico del hombre, como diría Cassirer, o la famosa “circunstancia” de Ortega, no algo rígido u homogéneo. No hay pueblo sin cultura, porque no hay pueblo sin historia, y no habiendo pueblo sin cultura, tampoco puede haber pueblo sin valores. Ese es el crítico error que cometen aquellos que saben pontificar sobre la educación, cuando obligan a los maestros a que “enseñen” valores, y a los jóvenes a aprender valores, cuando los valores son producto de la moral concreta, de la moral de Scheller y no de la moral kantiana. Los valores no se enseñan, los valores sólo se descubren, porque están ahí, imbricados en el nudo de relaciones que se establece en las sociedades entre sus mitos, sus costumbres, su religión, su ciencia, en una palabra, su cosmovisión, su forma de ver el mundo, su forma de ver la vida. Pensar que estableciendo una cátedra de valores en la escuela se va a transformar el comportamiento de los jóvenes educandos, es un contrasentido que lleva a una franca ignorancia de lo que es la educación. Otra cosa es que estos valores se trastoquen, que es, precisamente, lo que está ocurriendo en nuestro país, porque como decía, y lo cito de nuevo, Ortega, “aquellos pueblos que invierten sus valores, son pueblos perversos”. Bueno, ya nos ha dicho lo que somos, en una sola frase, el famoso filósofo español: somos un pueblo perverso, así, sin más.
El Salvador probablemente esté entando en el ámbito de una subcultura, típico esto de las sociedades que se creen a sí mismas sociedades más complejas, propio de los núcleos urbanos, que todo lo califican en función del nivel económico, de las clases sociales, de los orígenes étnicos o de las creencias religiosas; ello origina un enfrentamiento o una actitud de rebelión contra la propia cultura, y lleva peligrosamente a una “contra cultura”. En nuestros centros urbanos de población ya casi se advierten verdaderas “tribus urbanas”, que actúan contra las tradiciones y las propias formas de ver la realidad, producto esta de largos años, siglos quizá, de historia y de expresión de identidad. Todo este enjambre de contradicciones, lo que al final provoca es un estado de transculturación de los pueblos, y un pueblo transculturado es un pueblo aculturado, porque manifiesta una cultura que no es la de él. Ello es sumamente peligroso, porque un pueblo puede ser dominado y sojuzgado económicamente, y puede resurgir, pero un pueblo dominado y sojuzgado culturalmente no tiene otro futuro que el de la dependencia.
Debemos, pues, defender nuestra cultura, aunque sea sólo nuestros mismos trazos culturales, que vienen a ser el mínimo elemento identificable de una cultura; y si fuera posible, nuestros complejos culturales, nuestros patrones culturales. No seamos confirmadores de aquella dinámica cultural impropia que cita Linton en su estudio del hombre, refiriéndose al hombre norteamericano, cuando dice que:
“ Al amanecer, el norteamericano se encuentra vestido con ‘pijama’, vestuario originado en la India, y extendido en una ‘cama’ hecho según modelo concebido en Persia. Al despertarse mira el ‘reloj’, invento de la Europa medieval, y se levanta rápido para ir al ‘baño’. Allí se sienta delante de una gran institución americana, más luego se recuerda que el ‘vidrio’ fue inventado por los antiguos egipcios, el empleo de ladrillos de ‘cerámica’ en el suelo y paredes comenzó en el Oriente, y la ‘porcelana’ en China. La ‘bañera’ y el ‘inodoro’ son copias de modelos romanos. Contribución puramente norteamericana es apenas el ‘radiador’ de vapor hacia el cual este patriota coloca rápidamente, y sin querer, la parte posterior del cuerpo……….”.
“Limpia, fija y da esplendor”. Así reza el lema de nuestra Academia Salvadoreña de la Lengua. Y eso es lo que han ayudado a hacer, Roberto Salomón, German Cáceres, Lovey Arguello, Jorge Lagos y Ana María Nafría. Justo el reconocimiento que les ha sido hecho el jueves anterior, y esperamos que ello les anime a seguir con esta lucha difícil de tratar de sostener nuestra lengua y nuestra cultura en un ambiente árido y hostil para este tipo de manifestaciones.
Gracias Roberto, gracias German, gracias Lovey, gracias Jorge, y gracias Ana María, en nombre de la Academia Salvadoreña de la Lengua, a la que ustedes, orgullosamente, pertenecen.