Por David Alfaro
5/11/2024
Bukele ya tomó 1922 millones de dólares de los fondos de pensiones en tan solo 21 meses.
En una maniobra tan descarada como predecible, el gobierno de Nayib Bukele ha decidido meter las manos en el «dinero sagrado de los trabajadores», esos ahorros construidos a lo largo de décadas de sudor y sacrificio. Con una deuda impagable a sus espaldas y una economía en crisis, Bukele ha encontrado en los fondos de jubilaciones una fuente rápida de financiamiento para sostener su fachada de prosperidad.
En solo 21 meses, su administración ha saqueado $1,922 millones del fondo de pensiones, una cifra que, puesta en perspectiva, multiplica por cincuenta el desfalco de COSAVI. Pero aquí no hay accidentes de helicóptero ni reservas de siete años. Aquí hay un robo descarado y legalizado, con la anuencia de un cuerpo legislativo a su servicio y la complicidad de los administradores de esos fondos, mudos y sumisos.
La burla es total: Bukele prometió solemnemente que jamás tocaría el dinero de los trabajadores. Lo llamó «sagrado», una palabra que implica respeto y santidad, algo que, evidentemente, no entiende. Hoy, en lugar de honrar su palabra, ha decidido legislar para proteger su hurto. Con la complicidad de sus diputados, ordenó que el gobierno no pague ni capital ni intereses durante cuatro años, lo que no es otra cosa que una declaración de impunidad.
La aritmética de la corrupción es clara: cuatro años más para que el saqueo se consuma, mientras los trabajadores, los verdaderos dueños de esos fondos, ven su futuro arrasado. Cuatro años en los que la administración puede seguir malversando esos recursos sin responsabilidad alguna.
Este asalto es más que un simple robo. Es una traición, una burla, un atropello a los derechos fundamentales de los trabajadores. Cada dólar sustraído del fondo de pensiones representa horas de trabajo, noches de desvelo, vidas entregadas a un sistema que, hoy, los ha abandonado.
Bukele no está robando solo dinero; está robando el derecho a un retiro digno, la seguridad de una vejez protegida, la esperanza misma de una vida sin miseria al final del camino. El despojo de estos fondos es un ataque directo a quienes sostienen al país: los trabajadores que, con cada aportación, sostienen la economía y, paradójicamente, también a aquellos que ahora los traicionan.
Reflexión final. La historia juzgará a Bukele como a todos los tiranos que confundieron la confianza del pueblo con un cheque en blanco. Pero, más allá del juicio de la historia, está el dolor real e inmediato de miles de salvadoreños que verán cómo su futuro se vuelve una promesa vacía, mientras el gobierno asegura su presente con el trabajo ajeno.
A cada político que juega con el sustento de su pueblo le llega el momento en que, inevitablemente, se enfrenta a la verdad. Y esa verdad es implacable: no hay riqueza mal habida que compre la dignidad perdida.