Buenos Aires/dpa
Ya había pasado un minuto desde el estallido de gloria, cheap pero la raqueta seguía ahí, abandonada sobre la línea de saque. Ya se había llenado el rostro de polvo naranja al llorar con la frente contra el piso, ya había abrazado a sus compañeros de equipo e incluso ya había sonreído. ¿Cómo no hacerlo? Roger Federer tenía derecho a todo en la tarde en que cerró como héroe la temporada de su regreso a la cima.
“Héroe” porque aseguró con su triunfo sobre el francés Richard Gasquet el primer título de Suiza en la Copa Davis, y “cima” porque tras terminar 2013 en el sexto puesto del ranking mundial y caer al octavo en marzo de este año, el suizo de 33 años y padre de cuatro hijos tuvo hasta la última semana de la temporada la posibilidad de arrebatarle el número uno al serbio Novak Djokovic.
“Es una de las mejores sensaciones de mi carrera”, dijo en Lille el siete veces campeón de Wimbledon, un hombre que se tomó una revancha -íntima y pública a la vez- de cara a muchos lo veían en un irremediable ocaso.
Es cierto que sigue sin ganar un torneo de Grand Slam -el último fue Wimbledon 2012- y que perdió en el All England una final ante Djokovic que en otras épocas quizás habría ganado.
El suizo ganó 72 partidos a lo largo de 2014, más que ningún otro jugador, y sumó cinco títulos. Asesorado por Stefan Edberg y con una raqueta más grande y moderna, su juego se transformó.
Por un lado, Federer juega como en sus inicios, atacando la red con frecuencia y huyéndole a esos peloteos largos en los que últimamente estaba empantanado. Pero ese viaje al pasado lo hace con armas y cabeza del futuro, porque cubre mejor la red, porque Edberg le mejoró la volea de derecha y porque su revés es más sólido que nunca, con lo que aguanta mejor sobre la línea de base si se ve obligado a ello.
El drop, un golpe olvidado para tantos, es parte fundamental de su repertorio, quizás lógico para un hombre que debe guardar energías. ¿O alguien recuerda un tenista con cuatro hijos y tan exitoso?
El reverdecer de Federer, que tiene puesta la mira en los Juegos Olímpicos de Río 2016, fue paralelo a un año sólido, aunque irregular, de Djokovic, y a la enésima pausa por lesión del español Rafael Nadal.
Así, 2015 perfila una lucha apasionante. Federer quiere sumar su décimo octavo Grand Slam para alejarse en esa lucha por ser el más exitoso (¿el mejor?) de todos los tiempos que libra con Nadal. Pero el español, claro, buscará el décimo quinto. Y más, él siempre quiere más.
Resulta difícil imaginar que Nadal no conquiste el 7 de junio en París su décimo Roland Garros, una cifra sin precedentes -ya lo fueron el octavo y el noveno título-. No aparece nadie capaz de frenarlo sobre esa arcilla. El mayor enemigo del español es, en toda una paradoja, su físico, tan fuerte como frágil.
El británico Andy Murray navega en un mar de indefinición, pagando las secuelas de una operación de espalda que lo afectó mucho más de lo esperado, el argentino Juan Martín del Potro es una incógnita tras un año sin competir debido a una operación de muñeca y nombres como Tomas Berdych, Jo-Wilfried Tsonga o MIlos Raonic siguen insinuando sin concretar.
Por supuesto: 2014 fue un año bisagra, la temporada en la que dos títulos de Grand Slam quedaron en manos de Stanislas Wawrinka y Marin Cilic, hombres que no sabían lo que era alzar un trofeo de los grandes.
Pero el paso lo siguen marcando los tres de arriba. Si en 2015 ése vuelve a ser el caso, la segunda línea tendrá que resignarse a dar zarpazos, pero el cambio de guardia seguirá sin producirse.