Gabriel Otero*
“Somos lo que escupe la patria”, frase tan certera y brillante como dolorosa, que nos cae al dedillo a los nacidos en ese territorio amado y repudiado conocido con el nombre de El Salvador, porque somos hijos de la tragedia y llevamos dentro a Caín, el odio inconfesable en cada uno de nosotros.
La frase es parte de la dramaturgia de “Romero, después, otra vez, la noche” de la autoría y dirección de Diego Fernando Montoya con las actuaciones de René Lovo y Omar Renderos, actualmente en temporada en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico de la Ciudad de México.
Monseñor Romero, prefiero llamarlo así, porque él nunca necesitó de la canonización, dialoga con su asesino material en esta obra, al otro, al asesino intelectual se le pudrió la lengua y se ahogó en su veneno, a ese ni se le nombra porque debe proscribirse de la historia nacional y exiliarse al olvido sin retorno.
Toda la escenografía está cargada de elementos simbólicos, ningún detalle falta o sobra: el casquillo calibre 22 disparado a 38 metros de distancia, y su miserable tamaño, que Monseñor Romero deposita en un cáliz que levanta al cielo y lo ofrenda a Dios como su vida; el asesino cegado por una venda que arrastra un carro de supermercado adornado con una bandera maltrecha y un escudo descolorido y tres fotos de militares, entre ellos, el general García con lentes oscuros y su lunar más negro que su conciencia; y el manto negro, asemejando el asfalto, cubierto de zapatos abandonados por el pánico de sus dueños mientras el ejército los masacraba en el sepelio de Monseñor Romero, y Corripio Ahumada, el tristemente célebre cardenal que había sido nombrado representante del Papa Juan Pablo II miraba, atónito, a las masas de creyentes buscando refugiarse de las balas.
También hay una silla forrada de fotografías, al parecer de gente asesinada; daguerrotipos familiares de Monseñor Romero en una especie de librero y velas cuya luz tenue hacen transitar atmósferas y estados de ánimo entre lo real y lo ficticio.
En las escenas hay silencios dramáticos evocadores de dolor y música fúnebre de banda de viento, un bolero y un tango, para hacernos recordar la humanidad de Monseñor Romero y su estatura moral a prueba de todas las insidias.
Hay un enorme duelo de actuaciones entre René Lovo, personificando al asesino, y Omar Renderos en el papel de Monseñor Romero, ambos sólidos y con enorme capacidad de escarbar emociones y generar catarsis en el autor de este texto.
Me hicieron recordar aquel crepúsculo del 24 de marzo de 1980, cuando en la Capilla de la Divina Providencia, a la vuelta de mi casa y en la misa de difunta de mi madrina Sara Meardi de Pinto, asesinaron a Monseñor Romero y exterminaron la poca humanidad del país, ahí se inició formalmente la guerra civil.
“Romero, después, otra vez, la noche” se presentará los miércoles y jueves de septiembre a las 20:00 horas en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico a un costo de $ 310 pesos.
*Gabriel Otero. Fundador del Suplemento Tres mil. Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, con amplia experiencia en administración cultural.
Ilustración del autor de Jonathan Orozco.
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