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Romero, el peregrino

Juan José Figueroa Tenas
Embajador de El Salvador en Nicaragua

Han trascurrido más de tres décadas desde aquella fatídica tarde del lunes 24 de marzo de 1980, advice cuando la bala del asesino derribó el cuerpo de Monseñor Romero; hoy como entonces su voz sigue intacta, stuff con una fuerza ética sin precedentes en la historia salvadoreña.

El paso de los años no agota la fuerza de esa voz, lejos de eso la fortalece, la revitaliza, porque es la voz que sigue permeando los valores éticos más altos que una vez buscaron ser la calma de los seres atormentados por la violencia política que sacudió esta tierra reclamante de paz y de justicia.

Hoy escribo sobre la voz por su doble significado: el contenido del mensaje pero también el de la sonoridad. Fue un timbre de voz identificado en todo el mundo, no solo en este pequeño país que le vio nacer; fue un mensaje que sacudió los poderes de su tiempo y que sigue provocando, no desde la vulgaridad mediática de sus detractores, sino desde el mensaje claro y sereno de un hombre de paz y amor. Desde aquella tarde de su asesinato, esa voz ha recorrido el mundo en busca de la verdad, no solo la verdad sobre su asesinato, más bien la verdad sobre cualquier crimen sucedido en nuestro continente americano, y quizá del que haya sucedido en cualquier parte del planeta.

La vida de Romero, su estatura moral, su visión, su religiosidad, su apego al amor por la vida de las personas en general y en particular de las más desfavorecidas, fue incomprendida, y lo sigue siendo por algunos sectores, porque estuvo por encima de los estándares comunes de su tiempo y el de nuestro tiempo actual, y con seguridad de los tiempos venideros.

El peregrinaje de Monseñor Romero expresa una compleja metáfora acerca de la verdad y la justicia salvadoreñas, las más de tres décadas transcurridas desde su asesinato conjugan verdad histórica y estatura moral. Ambos planos complementan las preguntas fundamentales que nos hacemos los salvadoreños que vivimos la época que describió él en sus homilías, cartas pastorales, misivas y otros documentos y discursos escritos o radiales.

Los intentos por esclarecer su crimen como los que han buscado sacarlo de lo común para situarlo en el lugar digno que se merece, han ido caminando juntos, porque ha sido su imagen la que ha precisado y conducido con la fuerza de su ejemplo a las mujeres y hombres que asumieron esa misión. Desde la llegada al Vaticano del Papa Francisco, la aspiración de su pueblo por verle beatificado comenzó a escucharse con mayor fuerza, ya no solo desde los solicitantes sino también de las autoridades eclesiásticas.

El arzobispo Vincenso Paglia, quien preside el Consejo Pontificio para la Familia y a la vez postulador de la causa de santificación de Monseñor Romero, solicitó hace meses al Papa la continuación del proceso que se abriera formalmente en 1997 en la Congregación para la Causa de los Santos. Este mes de febrero el Papa Francisco aprobó una declaración de “martirio” que es el acto previo a la beatificación, es decir, que Monseñor Romero fue asesinado por el odio a la fe católica que profesaba.

Mucho puede discutirse desde las visiones seglares y religiosas acerca del significado de beatificar o no a un mártir; pero la connotación es más que simbólica para los seguidores de “Monseñor”, como le llamamos los salvadoreños, porque es un reconocimiento a su legado como mártir entre miles de mártires que experimentaron un mismo destino frente a la despiadada violencia política de la dictadura militar.

El significado supremo que se desprende de la figura de Romero es pues la memoria nacional, se trata de ver en una disposición de la estatura política del Vaticano orientada a la beatificación un reconocimiento oficial al martirio del pueblo salvadoreño. Al fin de cuentas el martirio de Monseñor es la prueba de su amor por su pueblo, la decisión de correr su mismo destino.

La decisión del Papa Francisco de dar signos claros hacia la beatificación de Monseñor es un evento que se suma a los que sus seguidores en El Salvador y otros lugares del mundo han venido haciendo alrededor de su legado humanista. Es un paso en el peregrinar que también ha dado su pueblo.

El legado de nuestro querido Monseñor Romero expresa una riqueza nacional en el orden cultural de los valores humanistas. Desde las diversas instancias sociales, políticas, privadas y de gobierno, desde los diferentes sectores, podemos impactar nuestros procesos con esa tonalidad ética que él nos dejó.

Para poder comprender a Monseñor hay que estudiarlo, releerlo, estimar sus palabras, su tono, su visión frente a la violencia y al desprecio por la vida que ha permeado nuestras sociedades. No es una tarea fácil, claro que no lo es, pero de qué otra forma podemos traer a cuentas su nombre si desconocemos quién fue, cómo pensó, qué práctico y por quién entregó su vida.

La beatificación de nuestro profeta y mártir es una sentencia que derrota el odio, la perversidad, derrota a sus asesinos, los asesinos identificados en el Informe de la Comisión de la Verdad y los que se ocultan en el ropaje falso de buenos samaritanos, los cobardes asesinos intelectuales que creyeron sepultarlo de un disparo hace más de treinta años, cuando lo que hicieron fue darle la eternidad en la memoria del mundo que ama la paz y la justicia como la dignidad humana.

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