Carlos Mauricio Hernández
Oscar Arnulfo Romero, el arzobispo de San Salvador de febrero de 1977 al 24 de marzo de 1980, es una figura salvadoreña del siglo XX que ha marcado sin lugar a dudas la historia de este país y se ha convertido en un símbolo para toda la humanidad, en tanto defensor de derechos humanos, de luchador por la justicia para los pobres y de hablar con la verdad en un ambiente marcado por la mentira política. Recordar a Romero conlleva a reflexionar sobre la situación de El Salvador en aquellos años y sus repercusiones en el presente. El historiador Víctor Acuña plantea que “una manera de reivindicar a tantos inocentes es tratar de entender –no quiero decir, justificar, ni eximir–, el tipo de sociedad y el tipo de agentes que los convirtió en víctimas” (Historia y ciudadanía, Revista Humanidades, UES, 2002, p. 48). Así, treinta y siete años después de su muerte violenta, la memoria histórica obliga a seguir indagando sobre las distintas coyunturas y el orden político, social y económico con el que lidió el arzobispo para comprenderle y reivindicarle.
Una de esas vías para acercarse a la verdad histórica sobre la vida, pero sobre todo para dimensionar adecuadamente su legado al país y a la humanidad, son las creaciones artísticas. Este es el eje de una producción audiovisual titulada “Romero Inmortalizado”, del año 2014 (con disponibilidad en https://goo.gl/BkoxYY). Este documental da cuenta que Oscar Romero ha trascendido fronteras, disciplinas y también generaciones. Tal es el caso de Abdaly Martínez, un adolescente que para el año de producción contaba con 14 años de vida. Oriundo de Ciudad Barrios, San Miguel, al igual que el obispo mártir, escribió un poema dedicado a la memoria de Romero. Este es un extracto del mismo:
“Tengo una visión
Y es estudiar
Para cuando sea grande
A monseñor poder imitar.
Quiero aprender
A amar, a vivir, a sentir
Como era Monseñor.
Cuando recuerdo tu vida,
El amor que dabas
Tu sencillez de vida
El dolor que sentías al ver a tu pueblo sufriendo.
Pero la bestia esta sedienta de tu sangre
Pedía beber.
Y tú con tu gran amor
Dijiste sí
Antes que devorara a tus ovejas…”
Abdaly explica que este tipo de elaboraciones están inspiradas en la figura de Monseñor Romero: “Yo le hago los poemas a ese hombre que murió por defender la paz. Se los merece porque no se le puede hacer a cualquier cosa un poema… por ejemplo, allá en Morazán le hacen homenaje a Monterrosa [militar responsabilizado de acciones represivas y de masacres en la zona oriental del país]. ¿Y qué fue lo que Monterrosa hizo? Monterrosa mataba al pobre, mataba al indefenso…”. En este aspecto, el joven poeta señala un elemento fundamental de la revisión del pasado que no puede pasar desapercibido. Por muchos años, la versión de oficial de la historia, colocó a Monterrosa como héroe nacional y a Romero como agitador comunista.
Pero esa versión perversa no pudo con el peso de la verdad histórica. Las pruebas indican que quien aporta para el desafío de construir un país en paz con justicia, que con sus críticas y mensajes pueden orientar acciones para superar los graves problemas de país, es gente de la talla de monseñor.
Quienes en nombre del anticomunismo asesinaron a gente desarmada e inocente, solo por querer una sociedad mejor para todos y todas, no merecen ningún título honorífico y menos ser considerados héroes nacionales. Esta dilucidación de quiénes han sido en la historia salvadoreña héroes, víctimas y victimarios, implica un ejercicio serio y riguroso del pasado reciente pero necesario para comprender pormenores del presente salvadoreño.