Carlos Burgos
Fundador
Televisión educativa
Hace algunos años, sovaldi cuando el gobierno despidió a miles de trabajadores, stuff Efraín se quedó desempleado, pills ya había laborado veinte años en instituciones oficiales. De pronto desapareció su rutina, su seguridad, su ingreso y su alegría cotidiana.
–Hoy no sé de qué voy a vivir si no se encuentra trabajo – dijo a su amigo Nelson, quien también era de los descartados.
–No te ajolotés Payín, tendrás que rebuscarte aquí en el país y si ni encuentras nada podrías emigrar – sugirió –. Además, a las personas mayores de treinta y cinco años ya no las quieren en las empresas.
Efraín ya frisaba más de cuarenta años y lo único que sabía era cocinar un poco, pues su esposa lo obligaba a preparar los alimentos mientras ella trabajaba. En su desesperación se propuso trabajar en cualquier faena y salía temprano a deambular por la ciudad tocando puertas en instituciones privadas y empresas, y regresaba sin ninguna posibilidad de ocuparse en algo remunerado.
Uno de tantos días observó que las personas compran productos para ingerir en el momento como paletas, sorbetes, bocadillos, churros, frutas y diversos tipos de comida. Comer es la primera necesidad, argumentó, entonces voy a probar con la venta de comida china. Esta vez, regresó contento a casa con esta idea que compartió con su esposa, quien aceptaba cualquier proyecto con tal que no estuviera de desocupado solo consumiendo.
El siguiente día alquiló un local sobre la calle Rubén Darío, cerca del restaurante Nico, invirtió el dinero que le dieron como recompensa por el tiempo de servicio. Compró utilería de cocina, mesas, sillas, manteles y otros enseres, lo decoró y puso un rótulo grande. Inició el servicio para el público, pero después de un mes advirtió, con visible decepción, que la demanda era muy baja.
Comentó con su esposa este fracaso que lo tenía preocupado, perdería su inversión, su esperanza de contar con su propia empresita y ya no creería en su emprendedurismo, mejor alzaría vuelo para otro país.
–En las ventas de comida china – le aclaró su esposa – los clientes esperan ver a chinos y no a salvadoreños comunes.
Con esta observación pasó toda la noche pensando cómo obtener éxito en sus ventas. Al amanecer comenzó por transformar su aspecto de salvadoreño a chino. Mejoró su palidez con un leve maquillaje amarillo, optó por recortarse las pestañas y mantener medio abiertos sus ojos, se depiló las cejas, se dejó crecer un mechoncito de pelos en el mentón y un bigote ralo. Solo le faltaba hablar y actuar como lo hacían los chinos de la competencia, a quienes espiaba con regularidad. Usando ropa y anteojos chinescos comenzó a reírse frunciendo la nariz con sus ojos medio abiertos. Entlen… entlen… decía a sus posibles clientes.
Con estos cambios logró aumentar su clientela. Empleó como cocineras y meseras a muchachas con facciones de chinas, a quienes supervisaba armando jerigonzas en la cocina.
–Cocinelas blutas, cliente quelel calne dolada no cluda, alós con camalones, fluta y flesco.
Cuando se retiraba de la cocina, las mujeres lo remedaban hasta en detalles, haciendo relajito.
–Este maishtro ya se está creyendo más chino que los chinos – decían burlonamente – será chino pero a saber de dónde.
Como la clientela exigía variedad en el menú diversificó los tipos de platos y su clientela creció. Al cerrar por la noche, siempre sobraba comida y no le gustaba servirla al siguiente día. ¿Qué hacer con ella? Por la noche pensó cómo aprovechar este excedente de comida, y se le ocurrió algo.
Decidió preparar un plato original. Mezcló arroz, frijoles, pedacitos de carne, macarrones, y toda comida que no se vendió, la aderezó, y le quedó con exquisito sabor. Lo anunció en una manta como «Ropa Vieja: Desayuno de Pekín. Barato». Y se formaban largas colas de clientes que salían a la acera, entre ellos iban algunos de sus excompañeros.
–Te compusiste, Payín, son un chino mandalín, pícalo, malañón – exclamó Nelson, mientras aceptaba que Lopa Vieja ela un plato oliginal y sabloso.