Alfredo Martínez Moreno
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua
Antes de conocer personalmente a Roque Dalton García, ya sabía que era un joven de brillantes cualidades intelectuales y de profundas y sinceras posiciones ideológicas, un poeta que desde su adolescencia poseía un dominio del lenguaje y de la lírica, una persona que, de acuerdo a sus posiciones políticas radicales, se caracterizaba por un temperamento agresivo, a veces intolerante con las actitudes contrarias y con una sólida valentía moral para defender sus principios o atacar los de los contrarios.
Debo confesar que inicialmente sus versos no eran de mi agrado, por su tono cáustico, a veces irónico y soez; pero poco a poco, a medida que me relacionaba con él y apreciaba el fervor y la autenticidad de su estro, de una llaneza acorde a su temperamento rebelde, agresivo y valiente, llegué a admirar esa inspiración singular, distinta, que irradiaba una riqueza de sentimientos y emociones poco comunes, que no únicamente me llegaron a agradar sino a veces hasta a conmoverme.
Roque fue indudablemente un poeta singular, pero genuino, que dignificó grandemente a la poesía y que más que rendir homenaje a sus ídolos marxistas, exaltó siempre al ser humano con hambre, con sed de justicia, abandonado en su infortunio, y a personajes legendarios como el Indio Aquino.
Siendo yo catedrático de Derecho Internacional de la Universidad Autónoma de El Salvador, la única entidad de estudios superiores en esa época existente en el país, y al mismo tiempo desempeñando el cargo de Subsecretario de Relaciones Exteriores y Justicia, me tocó dar diariamente mis lecciones a un grupo selecto de alumnos, en el que resaltaba por su recia personalidad y altos atributos intelectuales, ejerciendo una posición hegemónica sobre sus compañeros de estudio, Roque Dalton García, que –lo repito- desde sus mocedades se distinguía por su espíritu crítico, a veces intransigente, en sus posiciones ortodoxas marxistas.
Yo llegaba puntualmente a dar las clases un cuarto de hora antes de las siete de la mañana, recogiendo siempre en el trayecto a otro alumno, también de tendencias radicales y de gran nobleza de alma, Jorge Arias Gómez, e iniciando la lección a las siete en punto, pues debía retirarme diez minutos antes de las ocho dado que poco tiempo después recibía en mi despacho la cotidiana llamada telefónica del Ministro de Economía, doctor Alfonso Rochac, pidiéndome que hiciera alguna gestión diplomática o internacional sobre integración económica centroamericana, problemas del café u otros tópicos de carácter económico.
Un día de tantos, Roque Dalton, que siempre llegaba tarde, interrumpió brevemente la lección, y sorprendentemente me hizo una pregunta alejada del tema del momento. Con fuerte tono de voz, característico en él, me increpó así: “-Doctor, déjese de esas babosadas del derecho internacional que no sirven para nada y discutamos sobre esa barbaridad que han cometido Inglaterra, Francia e Israel, al haberse tomado el Canal de Suez. Ese sí es tema importante”.
Considerando su carácter y su arraigada posición doctrinal, le contesté con toda mesura. Debo mencionar que yo tenía extensa información sobre ese tema, pues el Embajador del Reino Unido me había entregado el informe confidencial que se había enviado a sus misiones diplomáticas, defendiendo la posición de su gobierno. Pero al mismo tiempo tenía en mi poder el estudio preparado por el señor John Foster Dulles, asesor republicano del Secretario de Estado demócrata, criticando fuertemente la acción de Suez. Tenía, pues, información importante que obviamente el alumno no podía poseer.
Mi respuesta al exabrupto estudiantil, que al mismo tiempo me pedía que discutiéramos el asunto, fue la siguiente: “-Con mucho gusto, mi amigo, pero analizando a la vez el otro acontecimiento internacional: la invasión soviética a Hungría, que había determinado el éxodo de miles de húngaros a los países vecinos, especialmente a Austria”.
Era evidente que yo disponía de mayor información y experiencia, y en forma respetuosa pero firme, le di, usando un salvadoreñismo usual, una verdadera “arriada”, ante el beneplácito de sus compañeros de clase, que me aplaudieron clamorosamente, en una forma inaudita en la vida universitaria. Era la primera vez que se atrevían a discrepar de él y se quitaban el manto hegemónico del avasallante dominio intelectual que ejercía sobre ellos.
Al terminar la clase, Roque se me acercó y me dijo con la franqueza que le distinguía: “-Doctor, usted me jodió, pero me cae bien”.
Al día siguiente, ante mi sorpresa, él había llegado temprano, y como habíamos tenido una discusión, aunque amistosa, yo lo saludé y sonriendo, le di la mano y le dije: “-Roque, tú que sabes de poesía, acaso me puedes aclarar quién es el autor de una frase que mi hermana tiene estampada en el bar de su casa en Costa Rica, y que aproximadamente dice así: ‘Te voy a beber de un trago/como una copa de ron/negra quemada en sí misma/espejo de mi canción’ “. Inmediatamente me respondió: “-Nicolás Guillén, el maestro cubano de la poesía mulata: Songorocosongo. ¿Quiere oírla?” Y de memoria, durante casi veinte minutos, me recitó el poema entero, con unas poquísimas equivocaciones, lo que demostraba a cabalidad no sólo que era un poeta de renombre, sino un poeta de amplia cultura. Le di un fuerte abrazo, que creo que a su modo, él agradeció.
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