Alfredo Martínez Moreno
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua
El intercambio contradictorio de sentimientos, muy sincero en ambos, no opacó su amistad. Escobar Galindo publicó ambos poemas en la Revista Cultura, sin el menor resentimiento, incluyendo la burlona dedicatoria, y los dos en varias oportunidades, con la prudencia del caso, hicieron elogios poéticos del otro, Roque en menos grado que David.
Me consta que Escobar Galindo constantemente ha rendido homenaje a su eminente colega y amigo.
El educador José Mauricio Loucel, a la sazón Rector de la Universidad Tecnológica de El Salvador, reunió en un solo libro poemas de “dos de los más altos representativos de la poesía vital, joven y trascendente del país”, y en un justiciero prólogo agregó: “Uno es revolucionario, irreverente, mordaz. El otro es solariego, pacifista, procaz….. Roque eleva su puño protestando por todo lo que nos han arrebatado. David recoge con limpieza lo que nos queda aún; lo reafirma y lo presenta iluminado. Ambos comprenden su momento y lo viven de acuerdo a su conciencia y carácter….ambos son nuestros, son salvadoreños”. No se puede agregar nada a este justiciero reconocimiento.
En lo personal, el deceso de Roque me conmovió profundamente, pues él siempre me otorgó, a su modo, simpatía y respeto, y yo procuré corresponderle con su elogio a su imponente e implacable personalidad cívica e intelectual.
Es “vox populi” que los restos respetables de Roque aparecieron en la propia lava de Chanmico, picoteado por las aves rapaces, donde fueron enterrados, pero luego fueron extraídos y han desaparecido. Sin duda los responsables de su martirio no quisieron que ese lugar, el del entierro, quedara como un templo de respeto a su memoria.
Estos recuerdos me traen a la memoria a otro personaje distinguido de la izquierda nacional, Jorge Schafik Haldal, quien fue también mi discípulo, (durante unos pocos meses, pues luego fue expulsado del país) y llegó a tenerme tal aprecio que él fue uno de los promotores para que la Asamblea Legislativa, de la que era miembro, me otorgara un honor en esa época singular: el de “Hijo Meritísimo de El Salvador”. Aunque también manteniendo posiciones políticas e ideológicas distintas, él en varias oportunidades me pidió que ilustrara a los diputados de su partido sobre temas como el derecho internacional humanitario, el asilo diplomático y territorial y la extradición, lo que yo hice con mucho agrado.
Cuando los periodistas inquirieron sobre su actitud en promover el reconocimiento legislativo, él contestó simplemente: “-El doctor Martínez Moreno es hombre honrado y un funcionario ejemplar”. Realmente, su gentil afirmación conmovió las fibras más íntimas de mi ser.
Y como hombre creyente que soy, he dicho muchas plegarias por Roque Dalton y Schafik Handal, con la convicción de que ellos, indiferentes religiosos, no hubieran compartido la eficacia de mis oraciones, peo sí habrían comprendido la rectitud de la intención.
Estas recordaciones, escritas al vuelo de la pluma, sin el menor cuidado del estilo, pero realmente sinceras, me traen a la mente un pensamiento esclarecido y esclarecedor del poeta Javier Alas al referirse a la visceral y compleja poesía de Roque Dalton. Él indica sabiamente que el análisis de la valía y significación de su estro están siempre plagados, como estos modestos recuerdos, de cuestiones anecdóticas de su fecunda existencia y de su dramática muerte, pero lo que se debe emprender es un estudio serio y bien meditado sobre la excelsitud de sus versos, sin cuestiones conexas o anecdóticas, que es lo que realmente debe proceder, o sea, dignificar seria y simplemente la majestad esplendente y la trascendencia de su obra poética total, que es el homenaje histórico que el bardo merece y se le debe.