Álvaro Rivera Larios
Escritor
Para empezar, y para que no me malinterpreten, no es mi intención proponer a Roque como una especie de vía obligatoria para nadie. Allá que cada poeta elija las ropas que mejor se ajusten a su cuerpo y a sus gustos. No es poca cosa tener a disposición, en el universo variado de la oferta lírica del siglo XXI, varios modelos de escritura y de entender las relaciones de la poesía con ese teatro que llaman mundo.
Si la creación es un acto de libertad individual, nadie puede obligar a nadie a escribir o crear de una determinada manera. Ahora bien, eso no impide que, al situarnos en el terreno de la libertad de pensamiento, podamos juzgar las posibilidades o las limitaciones de las poéticas que dominan en nuestra época.
Al instalarse en una autonomía semejante a la de la creación, el campo de la opinión literaria puede generar consensos o divergencias interpretativas. Los desacuerdos estéticos, lamentablemente, no pueden resolverse apelando a una ciencia que anule por completo la subjetividad, pero eso no impide que algunas valoraciones puedan ser más razonables que otras.
Y es aquí donde planteo mi tesis: creo que ciertos juicios que se han hecho sobre Roque Dalton, en tanto que modelo literario, no han sido muy acertados desde el punto de vista de la racionalidad crítica. En la posguerra se ha seguido malinterpretando al poeta.
Y ha sido tal, en mi opinión, el extravío de las interpretaciones que se han hecho sobre su obra que lo mejor de su herencia creativa se ha perdido entre los dedos de sus presuntos legatarios. No solo es que Roque haya influido menos en nuestra lírica de lo que hasta ahora se ha supuesto, es que ciertos prejuicios de la posguerra, disfrazándose de teoría, han impedido que se aprovechase creativamente lo mejor de su herencia.
Yo no veo que la ironía ni el humor sean el rasgo que haya dominado la poesía salvadoreña de los últimos cuarenta años. Al contrario, lo que ha predominado en nuestra poesía es esa solemnidad de la que el mejor Dalton intentó escapar. No siempre lo consiguió, pero en muchos de sus poemas quiso quitarse de encima el tono oracular.
Tampoco veo que su intento de representar otras voces y de no confinarse solo en la suya haya sido un ejemplo que haya dominado en la lírica salvadoreña de los últimos cuarenta años. La teatralización de la voz lírica, algo que hermana a Dalton con Eliot, no ha sido un camino que hayan explorado nuestros poetas.
Malos lectores que somos, no hemos advertido tampoco que hay un Dalton joyceano que parodia voces y estilos y que se parodia a sí mismo. La risa de Roque, en su evolución, alcanzó la condición de risa metaliteraria.
Como a tantos poetas de la primera mitad del siglo XX, la historia le obsesionó de tal manera que situó su voz en la historia de nuestras letras y en la historia de nuestra cultura, pero también convirtió la historia en material de su poesía. Pero todas estas obsesiones pasaron por el crisol de una visión vanguardista de la lírica: el texto collage era un collage histórico.
Y qué decir de la compleja relación de su lírica con el pensamiento. Su trabajo ensayístico, su interés por la historia, su vena de polemista acabaron dejando una huella en su poesía. Su idea de recurrir a la literatura como vehículo para trasladar el debate de ideas a un público más amplio tiene una larga tradición: Voltaire, Diderot y Montesquieu fueron pensadores ilustrados que atravesaron el puente de la literatura y también encontramos poetas, como el Pound de los Cantos, que han llevado la poesía al pensamiento. En esa línea se sitúan poemas como “Taberna” y “Los hongos”. Uno se pregunta, como quien se hace el tonto ¿Cuál ha sido la profunda huella que estos dos poemas han dejado en nuestra lírica?
Comprenderán entonces por qué un poeta como Roque es menos fácil de asumir como modelo literario de lo que muchos hasta ahora han supuesto. Comprenderán por qué hay que ser irónicos con esa leyenda que habla de su “gran influencia” en la poesía salvadoreña.
Muchos no entenderán lo que voy a decir, pero creo que la verdadera influencia lírica de Dalton está por venir. De momento, no somos capaces de capitalizar creativamente su legado.
Y cuando hablo de influencia no me refiero a una mera repetición, sino que a la apropiación activa e individual de las posibilidades abiertas por una obra literaria modélica. Ojalá que venga el día en que pueda decirse que nuestra lírica ha saqueado con lucidez la herencia de la voz de Roque.