Rutilio y Romero

Mauricio Vallejo Márquez

coordinador

Suplemento Tres mil

La primera vez que escuché hablar del padre Rutilio Grande fue gracias a mi padre, diagnosis quien escribió de él en uno de sus tantos escritos que estuvieron enterrados por 18 años. Y claro, también dentro de las grabaciones que hizo junto a sus compañeros: Ricardo Andino, Ramón Arita y Donald Paz en aquellos torbulentos años al final de la década de 1980 en la que lo llama: “Rutilio del Paishnal”.

No deja de sorprenderme como la historia se abre paso a pesar de que habitamos en un país que intentó vetarla, extinguirla. Claro que el caso de Rutilio Grande siempre estuvo en la palestra, recordándonos en qué país vivimos.

La historia del padre Grande no fue un hecho aislado en El Salvador de 1975 a 1989. El asesinato de religiosos fue algo común, existe una larga lista que se fue sumando, desde el padre Ernesto Barrera Motto hasta llegar a los jesuítas de la UCA, la religiosas también. Todo lo que hablaba del bien común, del respeto al prójimo era visto como “comunista”, como “rojo” y por la tanto debía ser exterminado, como dice un conocido himno de un partido político de derecha.

El asesinato de Rutilio  Grande el 12 de marzo de 1977, hace 38 años, encendió una llama en el corazón del Arzobispo de San Salvador de esos años, al que todos ahora conocemos como Monseñor Romero. El asesinato de Grande fue trágico, pero también la puerta para entender que los cuerpos represivos y de derecha odian a todo aquel que hable de justicia, por ello desde el púlpito Romero llamó al cese de la represión, al respeto mutuo, a la paz. Sin embargo, al igual que hicieron con Rutilio Grande en El Paisnal, asesinaron a Romero en la Capilla del Hospital de La Divina Providencia. Y quedaron a la espera del silencio.

Qué ingenuos sus asesinos, qué tristemente ingenuos al pensar que callaban una voz, cuando lo que hacían era engrandecer la imagen de Romero, volverla inmortal tanto que ahora exigen que no sea exclusivo de un partido político sin darse cuenta que es estandarte de las personas que buscamos un planeta más justo.

El mundo sabe quién es Romero. Algunos observan incluso con dolor su canonización, mientras los que sabemos que es un símbolo de justicia lo premia ahora desde el Vaticano con su canonización estamos alegres. No sólo porque tenemos ahora un santo salvadoreño, sino porque ahora la Iglesia oficializa lo que muchos veíamos desde ese trágico 24 de marzo de 1980: San Romero de América, 12 días después que Romero y tres años más tarde, como si los número augurarán una profesía.

Y pensar que todo esto se desencadena por el compromiso del padre Grande, por haber tenido el valor de trabajar con los necesitados, por ser el agua de sus almas sedientas, por su compromiso y también martirio.

Rutilio Grande sonríe y aguarda como todos el día en que Romero será un Santo.

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