Wilfredo Arriola
Se ha dicho en numerables oportunidades que hay una dignidad en la derrota que la victoria no conoce, y es probable, por que acá se deberá ser sincero y hablar de probabilidades y no de certezas. ¿Quién podrá tener la convicción clara de saberse humilde luego de una derrota? Sufre el narcisismo de no saberlo aceptar, pero quien lo logra conoce otra fuente de conocimiento, que es, sin lugar a duda descubrir al otro que somos, y quienes son en nosotros después de ello.
Benjamín Prado en Ajustes de Cuentas (Alfaguara, 2013) menciona: “Saber perder es de hipócritas”. En lo observable de la conducta del vencido destilará parte de la hondura de sus demonios, a pesar que esa condición de perdedor será de transito, de un momento a otro pasará a digerir la sensación de la derrota para determinar aquello que no fue, luego se convertirá en un incentivo, en un capricho o en la holgada sensación de la falta de fortaleza para continuar, no lo sabemos, el que puede conocerse en sus limites tiene un as bajo la manga, el de saber cómo será en caso halla un fallo, y por ende apostará, porque ya sabe adonde llega la desilusión. Un duelo no es una cosa fácil, ya lo he escrito en diferentes ocasiones, que el arte de saber perder, es colgarse la imaginaria medalla de la experiencia: “Las llaves perdidas, la comida acabada, la oferta sin comprar, la dieta sin cumplir, el mensaje sin contestar, el examen sin superar… esas pequeñas formas necesarias de aprender a tolerar la frustración” así lo dije en la columna de Aprender a colaborar con lo inevitable, pero esas pequeñas perdidas ejercitan las mayores, las que estrenan una inédita mirada por lo acontecido.
Saber aprenderse a contestar, cuando el alma pregunta, también es parte del ejercicio al cual convoco, desde la sinceridad y desde lo desnudo que nos dejan las causas perdidas, desde la lapidaria sentencia del: “no volverás a verle” “no regresaras más a este país” no volverás a tener una buena salud” “ya no perteneces más a esta empresa”. Las frases que más cuestan decir son las que más recorrido hacen desde el fondo a la luz de la voz. Compartir derrotas es aprender también a reinventarse, a educarnos desde la realidad, esa incomprendida, esa que carece de sentido, pero es lo que es. Modificar el pasado es querer derribar un muro sin herramientas, que sirva ese mejor, para ser el respaldo en la meditación de un nuevo porvenir, y eso sí, para ello se necesita un postulante para continuar y en efecto ese postulante tiene nuestras credenciales. También se dice por ahí, que la victoria es la suma de muchas derrotas. Saberlo es una cosa, vivirlo lo devela y comprenderlo será la triada de la experiencia.