Saber quedarse sólo
Por Wilfredo Arriola
El fracaso es un terreno complicado, pero sobre todo revelador. ¿Cómo se gestiona esa parte de sí mismo? ¿En quién nos convertimos? ¿Para qué sirve el fracaso? Sí, para responder primero es necesario dar un suspiro. —largo y tendido —. Todos hemos sentido el agrio recorrido de no saber como comportarnos ante la ola de la frustración que conlleva el fracaso. Cada uno, muestra silencio, apatía, cambios de humor, una cadena de reacciones ocasionadas por no dar con el objetivo esperado.
“Antes de embarcarse en una ilusión compartida, conviene quedarse solo”. Cita una de mis poetas de cabecera, en un aforismo de entrada a uno de sus poemas, que también hace las veces de la puerta de una casa a la que se entra y en su fachada nos advierte lo que se viene. Me quedo con la última parte —conviene quedarse sólo—. La soledad me explica quién soy, toda vez y cuando me de la tarea de escucharle, sí apago el sonido externo y enciendo las luces de mi meditación. Para el fracaso hay muchos caminos que conducen a él, pero el de culminación es tan solo uno, la soledad y sus demonios. Compadecería al que atraviesa esta etapa y no tiene la oportunidad de quedarse a solas, no concibo mi desastre interno, con el ruido de afuera ignorando mi tragedia, por que el dolor cambia de concepto de acuerdo con quien lo pena y si no lo puedo digerir a gusto, se agrega un peldaño más a mí aflicción. La soledad no soluciona mí tragedia, pero si la ennoblece. Cito de nuevo otras líneas: “No es grave el cinturón. Estoy desnudo, /respeten mi desnudo sin espejo, / y sin manos de nadie”.
Respetar los dolores es hacer patria. Tan grave es el dolor de la perdida física de un ser humano especial, como la perdida de una mascota, tan grave es la perdida de tu equipo favorito como no poder asistir a la función esperada de teatro. El dolor tiene las dimensiones de la mente que lo dibuja y gestionar esa tragedia es respetable.
Ante eso, los sentimientos de culpa y fracaso se presentan por la configuración mental que cada uno elabora. Vuelvo al fracaso, vuelvo a entender este punto natural como normal, por la norma de saber entender que el éxito es la sucesión de fracasos, fracasos que hasta se convierten en admiración. Resuena la frase: ¡Qué persona tan sabia! que no es otra forma de decir: ¡me encantan la gestión de sus fracasos convertidos en experiencia! Dentro de esta realidad, reposa algo fundamental, como lo dijo el poeta: saber quedarse sólo. Ahí, nos encarrilamos, para ver que haremos con lo sucedido. A pesar de que en esa soledad no dispongamos qué hacer con lo venidero, quizá en ese momento nada más divaguemos en los errores de la pared, en dibujar figuras en el cielo o en practicar las diferentes formas de como sentarnos con elegancia, en otras palabras, nada más existir —esa belleza de no hacer “nada” —. No obstante, es necesario. No repartir nuestras muecas o nuestra ausencia del alma, porque con probabilidad andará perdida en otras dimensiones queriendo recuperar el pasado.
En mi soledad, dispongo de qué haré, de cómo lo superaré, adónde no querré llegar y de quién ya no quiero participar. Fracasar con estilo, no me suena interesante, pero si me parece digno y en la dignidad se elabora la trascendencia de las grandes personas. Saber quedarse solo y bien. Ojalá y nuestro aliado en ese momento sepa comprendernos que basta, tranquilizarse, considerar y continuar. Detenerse a solas, también planifica el éxito en las batallas, y, sobre todo, con dignidad.