Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
El primer gran éxito del cantautor argentino Ramón Bautista Ortega, viagra conocido en el mundo entero, como Palito Ortega, fue esa melodía tan bella como dramática, titulada “Sabor a nada”, y que data de los años sesenta del siglo pasado.
Luego Palito, continuó grabando muchísimas canciones, además de incursionar en el cine ligero de los novios, tan de la época. Una época de radiolas y elepés.
Delgado y convencionalmente poco apuesto, Palito compensó todo lo que natura y medio social le negaron al momento de su nacimiento, con su gran carisma personal y atractivo escénico, que le permitieron abrirse paso y construir una sólida carrera.
Su voz, fina, pegajosa, tuvo un sello muy distintivo en medio de aquellas voces contemporáneas a la suya, como la de Leo Dan, Elio Roca, Leonardo Favio, Sandro, Enrique Guzmán, Manolo Muñoz, César Costa, Alberto Vásquez, y otros que compartieron la preferencia del público latinoamericano, especialmente el constituido por las enloquecidas admiradoras que llenaban teatros y estadios para deleitarse con sus ídolos juveniles.
“Sabor a nada” sigue siendo una sentida pieza lírica que nos lleva hacia las regiones de los primeros amores. Experiencias fulminantes en la adolescencia y en la primera juventud, que se quedan únicamente, en la música y en la poesía, resguardadas -para siempre- del corrosivo tiempo.
Así, Palito nos dice, en el acetato de esa antigua grabación de 1963: “Qué nos sucede vida, que/ últimamente, ya nos miramos/ indiferentes y ese amor que/ hasta ayer nos quemaba, /hoy el hastío, ya le dio/ sabor a nada, dime/ Qué, qué nos sucede vida, que últimamente, ya discutimos/ por pequeñeces y todo aquello/ que hasta ayer nos quemaba/ hoy la rutina ya le dio/ sabor a nada”.
Este amor que cantaba Palito, en sus modalidades y rituales, pertenece a un tiempo de mayor embeleso, de románticas relaciones, largas y profundas, que han ido cediendo -desafortunadamente- a la veloz modernidad.
Sin embargo, el amor, el niño amor de Quevedo, sigue rasgando los deshechos corazones de muchos. Afirma Borges, en sus dos maravillosos sonetos, titulados, 1964: “…La dicha que me diste/ y me quistaste debe ser borrada; / lo que era todo tiene que ser nada. /Sólo me queda el goce de estar triste, / esa vana costumbre que me inclina/ al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina”.
Y ahora, que llueve copiosamente, sobre la ciudad, no puedo dejar de recordar a aquel jovencito tan distante en el tiempo, que una noche lloraba con amargura, y cuyo llanto sólo su madre comprendía con acertada intuición; su madre sabia, en los misterios del amor.
El llanto que es cima en la poesía lorquiana: “Pero el llanto es un perro inmenso, / el llanto es un ángel inmenso, / el llanto es un violín inmenso, / las lágrimas amordazan al viento, / y no se oye otra cosa que el llanto”.
Pese a todo, seguirán los amantes de todas las edades, amando. Amando demencialmente hasta el fin de los días. Suspirando y viendo sin ver nada, absortos hacia el infinito. Ya lo dijo, el otra vez citado, don Francisco de Quevedo: “Éste es el niño Amor, éste es tu abismo: / mirad cuál amistad tendrá con nada, / el que en todo es contrario de sí mismo”.
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