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Salario decente versus propuestas indecentes

José M. Tojeira

ANEP no aprende. Su insistencia en mantener salarios indecentes para los trabajadores, mientras los más ricos de El Salvador continúan enriqueciéndose, es vergonzoso. Después de manipular a través del partido ARENA al movimiento sindical salvadoreño, para que pidiera aumentos del salario mínimo todavía más bajos que los que pedían los empresarios, ahora se quejan de que una nueva composición de la mesa sindical en el consejo tripartito del salario mínimo no les favorece. Sindicalistas corruptos, dedicados a cobrar dietas por pertenecer a diversos consejos obrero-patronales más que a defender a los trabajadores, son los que ahora han sido desbancados. Y ANEP lo lamenta como si eso fuera una auténtica injusticia. No le importa que el 35% de nuestra población viva en pobreza y que otro 45% esté catalogado por el PNUD como población en situación vulnerable. En todas sus “ENADES” jamás se han preocupado por establecer parámetros de creación de riqueza en los que se diseñe cómo compartir la riqueza producida. Olvidando que la riqueza se produce social y colectivamente y por ello mismo debe ser redistribuida equitativamente.

Pero la equidad no aparece en el diccionario de algunas de las instituciones de los más ricos. Hace ya ocho años el PNUD decía que un salario decente para una familia de cuatro personas en El Salvador debía rondar los 500 dólares. Al ritmo de los salarios mínimos que le agradan a ANEP, algunos de los múltiples e injustos salarios mínimos salvadoreños actuales tardarían en torno a los veinte años o más en llegar a esa cantidad. ¿Es eso decente? Si el método para llegar a un salario decente resulta indecente, todos podemos suponer qué calificativo merecen quienes están detrás de la indecencia.

Lo que llama la atención es que habiendo empresas y empresarios que pagan ya a sus empleados lo mismo o más de lo que el Ministerio de Trabajo propone como salario básico, no haya voces empresariales que defiendan la subida salarial. Esa especie de cerrazón de lo que no queda más remedio que considerar el gremio de los ricos es lo que hace que mucha gente generalice y considere a los más afortunados económicamente como una especie de clase parasitaria en El Salvador. Viendo las preferencias políticas de la mayoría de los miembros de esta minoría de afortunados, no cabe duda de que la riqueza no da inteligencia. Un partido, cualquiera que sea, con un mayor sentido de justicia social del que tiene ARENA, les vendría mucho mejor a los afortunados que tener al frente de la política a quienes no tienen real interés en vencer la pobreza. En el peor de los casos (para ellos), si llegara al poder un partido con verdadera preocupación social, los ricos podrían perder un poco al principio para ganar más después. A mejor salario mayor consumo es una ecuación muy simple. Casi tan sencilla como el mecanismo de un tenedor. Pero la miopía del avaricioso parece haberse implantado poderosamente en algún rincón del cerebro de nuestros ambiciosos plutócratas. Lástima que la gente inteligente que en El Salvador se mueve en los niveles del poder económico no levante la voz pidiendo que aquí se suban los salarios como, en otro campo, hicieron algunos de los millonarios norteamericanos (no los de la mara Trump), que no hace mucho insistían en que les subieran los impuestos, considerando los existentes como poco equitativos.

Porque además los económicamente poderosos de nuestro país tienen instituciones dedicadas a la producción de pensamiento, gestionadas en ocasiones por personas de alta preparación intelectual. Pero la inteligencia no parece brillar en el campo del salario mínimo, cuando está condicionada “por unos dólares más”, como decía la película que muchos vimos de Sergio Leone y Clint Eastwood. Lamentable, porque el tema de la pobreza y la vulnerabilidad económica, en cuya situación está mantenida el 80% de la población salvadoreña, es el verdadero problema social del país, fuente de muchos de nuestros males, desde la corrupción, en la que los más ricos son más expertos en no manchar su cuello blanco, hasta la violencia, engendrada demasiadas veces por auténticas injusticias sociales.

Hace ya bastantes años, en 1959 (hace falta ser de la tercera edad para recordarlo) “Los Teen Tops” mexicanos, con Enrique Guzmán de vocalista, grabaron la canción roquera “Ahí viene la plaga”. Desde aquellos años demasiadas plagas han golpeado a El Salvador. En estos años podríamos cambiarle el título a la canción diciendo “ahí viene la mara”. Pero más allá de los juegos de palabras, la plaga que sigue vigente en nuestro país es la pobreza, en sus diversas formas, que incluye también múltiples aspectos de vulnerabilidad de las que ahora prefieren llamarse clases medias. El salario decente es y ha sido el mejor remedio para este tipo de enfermedades. Y aunque los trescientos dólares mensuales que propone el Gobierno no es la panacea de los males existentes, y aunque queda mucho todavía para extender el ingreso decente a toda la población, tantos en la economía informal, quienes se oponen a un mejoramiento claro, progresivo y eficaz al salario mínimo, siguen siendo la plaga más dañina para El Salvador. Las maras, a su lado, sólo son un efecto de la enfermedad que la verdadera “plaga” promueve desde salarios de hambre.

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