Orlando de Sola W.
“Mal paga el diablo a quien bien le sirve” es el dicho con que pretendo encasillar a ese antiguo personaje. Pero encasillarlo no es tan fácil como beberse una botella del vino con ese nombre, o frotar una vieja lámpara de aceite. Es difícil encasillar al diablo y depende, entre otras cosas, de comprender que el Consejo Nacional del Salario Mínimo no es una alfombra mágica donde viajan juntas la codicia, la envidia y el engaño, sino un peligroso deslizadero que sirve de disimulo a nuestra cultura de incomprensión, evitando enfoques mas realistas de nuestra histórica crisis.
El salario es solo una parte de nuestros ingresos sociales, que incluyen aspectos materiales, cognitivos y sentimentales, o emocionales. No todos los ingresos se monetizan, o contabilizan, pero todos cuentan en nuestro esfuerzo por alcanzar esa maravillosa sensación de bienestar.
Hay ricos infelices por no comprender que la parte monetaria de los ingresos es solo un mecanismo simbólico que premia la indiferencia de algunos y castiga las aspiraciones de muchos marginados.
El dinero es una medida poco fiable para valorar las cosas y las personas, pues la teoría del valor trabajo, también llamada del valor sudor, no considera la dignidad. Valorar a las personas por el sudor de su frente es solo un reflejo del axioma económico que manda la “asignación eficiente de recursos escasos”. No somos recursos y la economía es para las personas, no para los bienes de producción, o los recursos naturales.
Aunque muchos no lo comprenden, el consumo es el fin del proceso económico, no el ahorro, ni la producción. Todos necesitamos consumir aire, agua, alimentos y otros bienes para vivir. Pero también necesitamos conocimientos y sentimientos para ser felices.
Cuando es posible, postergamos nuestro consumo y ahorramos lo no consumido para producir bienes y servicios. Pero no siempre alcanza lo que producimos en el mercado, que es un orden espontáneo. Por eso también en el estado producimos bienes y servicios, en un orden diseñado.
No somos un medio, sino el fin del estado y el mercado, donde cada uno de los factores de producción, personas, recursos y bienes, tiene su remuneración, denominada salarios, rentas y utilidades. El salario, que viene de sal, es un caso especial, porque no solo de sal vive el hombre, sino de respeto y consideración.
Aunque somos el fin del proceso productivo, hay quienes consideran que somos un medio. Por eso las estadísticas macroeconómicas no reflejan el sentir de los individuos, que vivimos en microeconomía familiar. Tampoco las calificadoras de riesgo revelan su negocio, que es amenazar con descalificar ante los organismos de deuda internacional.
Trabajar es vencer la pereza, no sudar calorías. Por eso debemos reconocer y premiar la dignidad y la diligencia, no la fuerza bruta de los esclavos. La voluntad del individuo para vencer la pereza es mas importante que el salario del diablo, ofrecido como una mala compensación por servicios mal prestados; no por dignidad, sino por el sudor representado en el trabajo.
La esperanza de complementar los bajos salarios con buenos servicios públicos en salud y educación se desvanece cuando comprendemos que ni los mas elementales, como seguridad y justicia, funcionan. Todo eso agravado por el desperdicio, el despilfarro y la malversación, no solo en el estado, sino en el mercado. Por eso los marginados emigran hacia donde ganan mas, hay respeto y funcionan los servicios públicos, incluyendo el de transporte colectivo.
Aumentar los salarios aumenta los ingresos de las personas y la demanda interna de bienes y servicios. Pero no solo aumenta la demanda, que es muy impersonal y difícil de comprender, sino la sensación de bienestar de los que se sienten inferiores por bajos salarios y por ser considerados máquinas que sudan, pero no sufren.
Se dice que para importar necesitamos exportar y que es mejor eso que vender internamente. Pero no se dice que las personas exportadas, o expulsadas, cuyas remesas son mayores que otras exportaciones, sostienen el estado nacional. No podemos seguir así, sacrificando la demanda interna en aras de la externa, que depende de salarios bajos, cuotas y otras complicaciones. Sin sacrificar ventas al exterior, tratemos de mejorar los salarios que propone el gran engañador.