Rafael Lara-Martínez
New Mexico Tech, nurse
Desde Comala siempre…
Ese día acalorado de julio, la madre de F. T. concibió un proyecto. Debía superar su agobio luego de dos abortos involuntarios, quizás en una profesión. Ignoraba cómo describir su experiencia personal, más allá de los nombres que recibía por tradición. La palabra misma le parecía desacertada al invocar el fracaso y el crimen violento. Su entorno le complicaba expresar la enseñanza de un cuerpo endeble ante el verdadero embarazo: la preñez corporal y el desasosiego psíquico. Sin un vocablo preciso optó por divagar en el silencio. En su vivencia repetida, entreveía la brevedad de la jornada por un crepúsculo súbito. Había amaneceres cuya puesta de sol resultaba inmediata. Sin un cenit luminoso, por nostalgia del origen, su prole se precipitaba al nadir. Ese par de engendros había vivido un invierno ártico, carente de luz, sin aceptar la figura cálida del tropo. Jamás palparían el limo humedecido de su esperanza. Acaso, al creer en el alma, también invocaba el extravío de su encarnación. El transporte que la retraería a la Tierra habría fallado en el trayecto. El ánima de dos hijos había abandonado el atavío corporal, regresando desnuda a los comienzos. La consolaba engendrar cuatro niños, dos hembras y dos varones, en alternancia, aún si soñaba colmar lo perdido. En uno nuevo por venir.
Además, por una costumbre tan atávica como la lengua, residía en casa del esposo. Cariñosa y atenta. Se había integrado a las labores domésticas, mientras su consorte maduraba una carrera de abogado y su suegro, otra de pintor. En contraste, las mujeres palidecían al interior sin ningún registro. Si ella aborrecía la cocina, su cuñada se destacaba en la pastelería. Asimismo, su desazón por el encierro rectificaba la sombra que se cernía entre el tricot de la suegra y el retiro monacal de su hermana vecina. Imaginaba la faz lucífera y su reverso nocturno. La lucha partidaria de los hombres la registraban los anales de la historia. Por su afán político y profesional. La labor de la mujer quedaba sin archivo. Fuese que de ella nacieran hombres ilustres, o que mantuviera el quehacer doméstico diario.
No identificaba su maternidad con una vocación de claustro. En cambio, a la espera de multiplicarse aún, imaginaba labores acordes a su carácter. Desdeñaba repetir su oficio de secretaria adolescente a transcribir dictados. Tampoco le motivaba la enseñanza en cuyos grados primarios abundaban las profesoras. Más bien, pensó en un salón de belleza como negocio singular. Tan singular que sólo las mujeres frecuentaban esos ámbitos. Siempre habría un sesgo arbitrario al nombrar sus acciones por palabras heredadas. Si al participar en un partido a su esposo lo llamaban político, a ella nunca le otorgarían un título semejante. Empero en ese recinto de hermosura, no sólo emplearía manicuristas, peinadoras, esteticistas, en busca de trabajo estable y prestaciones sociales. También ella misma rechazaría el encierro hasta hacer de su zozobra un éxito público. En rima invertida, el negocio reflejaba la negativa de reclusión femenina. El ocio y el desempleo de la generación anterior en reverso. Por espejeo similar, el hecho político lo restituiría su sombra. Casi todas las mujeres de su generación deambulaban en espectro.. En fantasma vivo ante el reverbero de la imagen masculina que las opacaba. Política sin estética, sin belleza o, tal vez, salón de belleza política. A saber, aún no se decidía mientras cavilaba. Por absurdos, los sueños premonitorios se cumplen. La política no sería el gobierno de los hombres, sino también la gestión femenina de lo político y de lo bello. La de una esfera neutra más amplia.