Licda. C. Marchelly Funes
Metodóloga y Comunicadora
En momentos políticos como los que estamos viviendo en la actualidad, es válido poner a prueba muchas de las aristas de la democracia. Hay que comenzar por la fuerza y estructura creada por los partidos políticos. Quienes, hasta la fecha, son los encargados de administrar la política y dirigir los rumbos del país. En ninguno de los casos, ni unos por haber estado 20 años frente al Ejecutivo, ni los otros por llevar 8 años, han realizado un dialogo profundo y permanente con todos los sectores de la sociedad que, haga a un lado las ideologías extremas, y permita conducir el rumbo del país hacia el bienestar colectivo.
En los últimos años se ha visto como la gente se desencanta cada vez más de la administración de la cosa pública, y de la política partidaria, y opta por no ejercer su derecho cívico-democrático de elegir a concejales, alcaldes, diputados y presidente, ninguno de los grandes partidos ha sido capaz de enfrentar esa decepción ciudadana; mientras que las mayorías tienen en sus manos el poder de cambiar a la clase política, de cambiar las malas prácticas del aparataje estatal y de ostentar una verdadera democracia ciudadana, y no a una estructura partidista, continúen sin hacerlo seguirán siendo mayorías sin poder.
En el país, la Asamblea Legislativa sigue definiendo y decidiendo en función de intereses partidistas o de algún grupo en particular. Y llega, no sólo a querer manipular los poderes de otros órganos del Estado, —una Sala de lo Constitucional que responde a intereses particulares— a imponer esquemas, sino también a interpretar leyes y reglamentos según sus “criterios”. Es impresionante cómo se ha venido creando la cultura del “miedo” alrededor de los modelos político-económico progresistas, una cultura de arrogancia y supremacía para ciertos personajes, quienes creen tener las respuestas a todos los problemas del país, sin embargo, esas soluciones nunca se vieron cuando estuvieron como gobierno de turno o fueron mayoría en la Asamblea Legislativa.
Por otra parte, las “libertades” y poderes ciudadanos se ven prácticamente eliminados con la manipulación o conformación de aritméticas políticas polarizadas de manera que las decisiones son “prácticamente” un estira y encoje entre las extremas, o los grupos de poder, sean partidistas o de intereses privados. Para sustentar la premisa de mayorías sin poder, se propone una reflexión sobre el pasado ejercicio electoral, según el Tribunal Supremo Electoral (TSE), el padrón electoral de 2015, para San Salvador fue de 1 millón 367 mil 842 electores, de los cuales votaron 585 mil 819 mil punto 9, es decir, el 43% aproximadamente, frente a un 57%, que no votó, es decir, 782 mil 022 punto 2 personas cedieron su poder de elección a un grupo de votantes conocidos como “voto duro”, casi en igualdad de condiciones para las extremas.
Esta mayoría sin poder no puede seguir en el letargo dejando que los “votos duros” impongan a sus candidatos desgastados, con propuestas recicladas y practicas amañadas de hacer política partidaria. Es hora de hacerse sentir ante los administradores del poder Ejecutivo, Legislativo, Judicial y Municipal. Es hora para que los ciudadanos “de a pie” y las organizaciones ciudadanas ejerzan su poder para definir el modelo político que más le conviene al país y no a un pequeño grupo.
Es necesario que esa mayoría opte por impulsar la renovación política y apoye la generación de propuestas concretas sin ideologías extremas. La población debe romper ese miedo impuesto, ese desinterés por el bienestar colectivo, esa cultura del conformismo, esa falacia que dicta que los ciudadanos no tienen poder, vencer esa incapacidad de decir “no” a las extremas, de decir “basta” a las decisiones que atentan contra el bienestar colectivo, a volverse capaces de modificar leyes o decisiones de cualquiera de los gobiernos, locales o central.
Qué diferente sería ver a una mayoría ejerciendo su poder, exigiendo cuentas claras a los funcionarios públicos, impidiendo manipulaciones a favor de grupos afines y en contra de la mayor parte de la población. Alguien debe decirlo, hoy por hoy, las mayorías no tienen poder quizá porque ignoran el enorme potencial que tienen.
Las próximas elecciones están a seis meses de su realización y las mayorías sin poder deberían arriesgarse a ejercer su soberanía ciudadana, a favor del bienestar colectivo, y que los gobernantes no sólo “acaten” las decisiones de la población, sino que entiendan de una vez por todas que están ahí para servir al pueblo y no para servirse del pueblo.