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Salvador Sánchez Cerén: liderazgo moral y político

Luis Armando González

Este 1 de junio toma posesión el nuevo Presidente de la República. Se trata de un momento esperado desde hace ratos por quienes han apostado, purchase desde siempre, por un proyecto de cambio social orientado por ideales de justicia, solidaridad e inclusión socio-económica y política. Son los ideales de la izquierda en todas sus variantes. Son los ideales que el FMLN, en sus distintas etapas históricas, ha defendido con energía y determinación.

Con todo derecho, el FMLN se ganó la oportunidad, por segunda ocasión, de dar concreción a esos ideales. En el primer periodo de gobierno que se le confió, se hicieron avances importantes, pero incipientes.

Fue crucial que se exorcizara el temor a un gobierno de izquierda. Y quizás, antes que otra cosa, fueron cinco años de aprendizaje en el manejo de las “cosas del gobierno”. Ahora, con esa experiencia acumulada, el partido inicia su segunda gestión del Ejecutivo, encabezada por dos de los suyos: el Presidente de la República Salvador Sánchez Cerén y el Vicepresidente de la República Oscar Ortiz.

El nuevo Presidente de la República, respaldado el gabinete y su partido, así como por un conjunto de aliados y amigos de izquierda, tiene ante sí la enorme tarea de guiar al país –desde el ámbito estatal que le corresponde— por un derrotero distinto al seguido en las últimas décadas. De él, en realidad, no se debe esperar que resuelva y atienda problemas puntuales, sino algo distinto, pero absolutamente necesario para que El Salvador cambie: él debe aportar a la sociedad salvadoreña un liderazgo moral y político del cual está viene careciendo desde hace mucho tiempo.

Sin duda alguna, El Salvador tiene problemas graves de distinta naturaleza y complejidad. Y claro está, el gobierno debe hacerse cargo de esos problemas y trazar las líneas maestras estratégicas para atenderlos, según las prioridades que se establezcan y los recursos con los que se cuente. Usualmente, esto es lo que la gente espera y quiere con toda razón, porque su vida diaria se ve afectada por una y mil dificultades, que tienen su origen, precisamente, en dinámicas de pobreza, violencia y exclusión.  Por supuesto que el nuevo Presidente y su equipo gobierno le pondrán atención a los problemas que afectan la vida de la gente.

Específicamente, el equipo de gobierno tendrá en la mira, desde las diferentes carteras del Ejecutivo que han sido confiadas a sus titulares, esos problemas. Y no qué duda cabe que el Presidente Sánchez  Cerén estará pendiente de que ello sea así. De aquí la gran responsabilidad de los nuevos titulares: en lo que ellos hagan o dejen de hacer se juega la credibilidad del Presidente Sánchez Cerén; el será juzgado, directa o indirectamente, por el desempeño de sus subalternos.

Sin embargo, la sociedad salvadoreña padece de un grave deterioro moral y civil para el cual, más que intervenciones específicas, se requiere de algo más amplio e intangible: liderazgo moral y político. Y Salvador Sánchez Cerén puede darle a El Salvador este nuevo liderazgo. Al país no le es ajeno el “liderazgo empresarial”, el cual se traduce en la proliferación de (anti) valores que promueven (lamentablemente) el éxito fácil, la acumulación desenfrenada de bienes, la ostentación y el consumismo. Es una visión distorsionada del liderazgo empresarial, ciertamente, pero que en El Salvador se ha propagado como plaga, incluso en el submundo del crimen en el cual abundan “empresarios” que poco tienen que envidiar a muchos de los capitanes de los negocios legalmente establecidos (y viceversa).

No es ese el tipo de liderazgo que el país reclama y necesita. Está bien que haya líderes empresariales, pero su liderazgo no puede ser un modelo para toda la sociedad, entre otras cosas porque no todo el mundo puede ser un líder empresarial. Es decir, es un liderazgo demasiado restringido y que, además, da lugar a distorsiones en los hábitos civiles y humanos.

El Salvador necesita liderazgos morales y políticos, es decir, liderazgos que promuevan valores de servicio, bien común, solidaridad, austeridad, sencillez y justicia. En el dramático deterioro de la convivencia social en El Salvador lo más preocupante es la erosión del tejido moral, que se expresa en el irrespeto absoluto de la vida y dignidad de los demás. Cómo hacer que la vida y dignidad de los otros sea algo a defender –porque en ello se juega mi propia vida y dignidad: ese es el gran desafío moral de nuestro país en estos momentos. Ahí se juega, como punto de arranque inicial, la solución de otros problemas que afectan la convivencia social.

Como nuevo Presidente, Sánchez Cerén puede abanderar esa defensa radical de la vida y dignidad de todos los habitantes de la República. Y puede hacerlo porque tiene todas las credenciales personales y políticas para ello. Si lo hace, se convertirá en el Estadista que El Salvador nunca ha tenido y que necesita con urgencia en estos momentos críticos para el país. Él debe devolver la esperanza a la gente de este país; debe ser quien marque el camino hacia una nueva forma de convivencia social, más solidaria, tolerantes e incluyente.

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