SALVADOREÑA EN CUARENTENA
Myrna de Escobar
Oyendo al rico oligarca lamentarse de sus arcas vacías por el virus maldito que al fin y al cabo es sólo un simple gripón, una gripita que como cualquier calentura se suda y no te das cuenta, no puedo más que sumarme a esa valoración de la realidad coyuntural en nuestro país. Y al igual que Jhon Lennon les invito a imaginar lo que algunos teniendo oídos no ven; teniendo ojos, no oyen, sino hasta cuando el virus atisba bajo la puerta de la casa o en el hogar de algún conocido.
Quisiera creer que este virus es un invento del presidente de turno, una bendición de Dios, algo que se va a legislar con un decreto legislativo. Es más, se va a erradicar con un madrugón y maletines danzantes de dinero en el Salón Azul. Quisiera creer que todo es producto del pánico, más resulta ser que el hambre del pueblo es la novedad para el rico.
Con esa nube toxica en mi cabeza salí a botar la basura, a las afuera de mi casa. Allí el discurso continuaba en torno al mismo tema. Allí las voces propias de la gente me hicieron volver a la reflexión mientras escuchaba. Allí me encontré de pronto rodeada de los que viven de la basura, comiendo basura, y de la vecindad.
— Lo que pasa ahora no es nuevo para nosotros. Hambre siempre hemos tenido, pero no nos hemos muerto. Por eso hay que entender al rico. Ellos se la están viendo a palitos con este virus. Eso es lo nuevo de la pandemia.
— Si. Verda. Uno que lleva años entre la basura, comiendo saltiado para criar a los cipotes diuno. Sólo uno sabe lo que cuesta para sacarlos adelante.
— Mira, el Chele desde que lo despidieron por la pandemia, anda vendiendo tortillas, golosinas, y pan con café.
— La Juana no hay anda pues, dejando platos de comida baratos. No son tiempos de camarón o corvina. A comer frijoles y arroz. Sino como yo, a pura tortilla con sal. No siempre se puede comprar queso.
— Cabal. Mira la toña, pue. Lavando ropa a cambio de víveres y medicina para la niña
— Esa mujer sí que hecha riata. Puede sola con la mocosa. No la deja sola. Hay anda con ella en todos lados.
Yo cerré mis ojos un instante mientras entregaba la basura al recipiente, pero el discurso de mi conciencia me detuvo.
— Aquí la única igualada soy yo, por consumista. Le creí a la publicidad que para tener algo hay que endeudarse, y salió cierto. Me gané la lotería.
— No sólo usté, comadre. Ya me voy a jubilar y no termino de pagar la casa, el celular de la cipota y el carrito que todos los meses nos deja sin comer bien. Sólo enchillado vive uno.
— Igual estoy yo. Que el cable, el Neflic, el internec, el plasma y el colegio de los cipotes.
— Esto está duro. El salario mínimo no alcanza. Se va en dos cositas en el mercado.
— Mira la Estela, pue. El hijo nunca le ha dado un centavo para la casa. Se compró un carro y hoy con la pandemia anda prestando para pagar las cuotas. Hoy maldice hasta las piedras por la cuarentena. Hay va todos los días a putear a medio mundo por su derecho a la libertad. Eso sí, al regresar viene todo bolo exigiéndole comida a la vieja.
— Si vos. Yo no sé de dónde saca dinero para el trago si estamos sin trabajo.
— Son sus ahorros— dice.
— Yo vengo de buscar chiriviscos, chamizas, estopas de coco y cáscaras de naranja para prender el fuego. De almorzar café caliente a plena mediodía y de compartir un huevo entre cuatro.
— Y vos, Pascualón, ¿De dónde venís? — preguntó otro hombre en busca de botellas plásticas.
— Yo vengo de comer hojas de jocote. Sin tele ni internec. Esas mierdas que más que lo tientan a uno con la publicida. Mija ve tele donde la vecina y después hay anda pidiendo pissa, la caraja.
— No se haya qué comer. Mi mama lava ajeno. A mi papa no lo conozco. — dice un pequeño pepenador.
— Mija, anda buscar mangos, cualquier cosa para comer. Cuando regrese, traigo la cena.
— Comenta una pequeña mugrosita y pizpireta.
No añadí mis palabras. Mi aporte fue el silencio. Esa gente sencilla se rebusca.
Al volver mis pasos seguí pensando en la realidad de los políticos, misma que olvidan, ignoran o desconocen tras un escritorio. Misma que poco importa al llegar a componerse en sus cargos.
Quisiera creerle al demagogo que quiere un país digno para nosotros, cuando todos sabemos que la corrupción es el mal chiste que por décadas hemos aceptado y permitido. Quisiera creer que el médico no cambia su gabacha blanca por una cuota de poder, pero me es imposible. Quisiera creer en las tristes palabras del oligarca, mientras el pobre no se queja y se rebusca; y no me atrevo. Los pobres han sido fieles en su espera, pero parece ya se cansaron, ya abrieron los ojos.
Quisiera creerle al incrédulo e insensato que se contagió y todavía dice que para morir somos. Cierto. Pero irrespetar y descuidar la vida del otro no tiene precio. Quisiera creer que la pandemia es mundial, pero no de El Salvador. Que la inventaron otros, que somos inmunes, que es más importante legislarla, decretarla, vetarla con argumentos científicos y técnicos, o como algunos prometen, erradicarla; sin vacuna, sin consenso, a la altura de los tanques de pensamiento. Disculpen, pero el discurso del churrito y la democracia es una falacia prostituida.
Quisiera creerles cuando afirman que con cuarentena voluntaria basta, permanecer en casa y firmar una carta de permiso sin gozo salarial. Más lo cierto es lo apremiante de salir a producir y que si te enfermas es tu problema, para eso hay tantos desempleados que pueden tomar tu lugar y no importas.
¿Seré yo la única persona que vive esta pandemia irreal? ¿Es paranoia ver al vecino con fiebre y dificultad respiratoria, tildarlo de irresponsable cuando trabaja en primera línea, luchando contra el virus COVID-19? Llámese éste empleado de limpieza, proveedor, vendedor, médico, enfermera, cirujano. Etc.
Abro mi ventana del cuarto y afuera el discurso gira en torno a lo mismo. Don Tato comenta con su jardinero mientras éste corta la grama.
— Si el problema aquí es que la pandemia no está contemplada en la constitución. Por eso es difícil tener una ley de emergencia y un estado de excepción, como en otros países.
— Verdá, jefecito. Miren en esos países, multas, estados de sitio, toques de queda. Sólo aquí priva el derecho de ir de un lado a otro, sin importar los otros.
— Así es.
— La constitución es egoísta. Es tiempo de cambiarla. No más mejoras ni discursos bonitos. De esos hemos tenido ya muchos. ¡Qué de Harvard! ¡Qué de Burkard! ¡Qué Flores! ¡qué Funes! ¡Qué Sol!
— No sé emocioné, patroncito. Le va a hacer daño. Yo termino lueguito. Conteste usté la llamada.
— Cuando terminés, toca la puerta, Martín. Lavá el carro y sacá la basura. — dice el hombre adentrándose a contestar el teléfono.
Quisiera creer que todo es una pesadilla, que la pandemia es solo un cuento metido en mi cabeza, desde Wuhan o quién sabe dónde. Que los míos no morirán, que yo tampoco moriré de eso. Mas lo cierto es que el virus ya escala andamios, se cuela en nuestros techos y nos asola, a la espera de un descuido. De mí, de aquél, del otro.
¿Porque se enferman los médicos y enfermeras y demás empleados de salud, los militares, los policías, los huérfanos, los ancianos? ¿No que el virus afectaba a la tercera edad? ¡Qué egoísta! No verlo así es la pena capital que algunos merecen por anteponer la economía antes que la vida, lo suyo antes que el bien común.
— Acostúmbrense a comer cuando haiga— decía la abuela— porque va a ver días en que teniendo dinero no van a poder comprar.
— Como lo cual. Mira, la gasolina bajo y uno no puede salir, el virus esta en todos lados.
— Si los Súpers están llenos y los mercados, vacíos.
En la tortillería las voces continúan fluyendo. La gente se expresa. Yo recojo ese flujo de voces que comunican otra verdad innegable, genuina e interesante de divulgar y por eso la planteo.
— De hambre no nos hemos muerto. — dice la niña Chela— al tiempo que cocina una sopa de monte.
— Cierto. Lo que no mata, engorda.
Su hijo se bajó dos aguacatones chulos de un palo, y casi le quiebran la rabadilla de un leñazo.
— Por fortuna no fue un balazo. Si no, lo habría tenido que enterrar en el patio— añade el tata.
— Y dionde va comprar uno el cajón. — agrega el sorbetero.
— Buenas tardes. Me aparta un dólar de tortillas. Ya vengo.
La mujer se cruza la calle a comprar una coca cola grande.
Yo compré mis tortillas perturbada por el constante monólogo dando vueltas en mi cabeza. Parece un desorden de ideas que se entrelazan con mi yo pensante y la realidad en perspectiva.
Quisiera creerle al demagogo que nos merecemos lo mejor. — aunque me lo haya demostrado ya con la biblioteca Cuscatlán, pero no sé si le alcanzará el tiempo. Mire a los otros. Se jubilan en el puesto y bien compuestos, se les olvida el pueblo.
— Claro. Si ahí está el dinero. Por eso se aferran al poder.
— El poder corrompe
— Dios por eso no nos da riqueza. Porque sabe que nos perdería. — decía mi abuelo.
Al atardecer de aquel día ajetreado de reflexiones me senté a la mesa con una tacita de café. Revise mis redes sociales un rato para despabilarme. En las calles el ese río de voces sordas, no para. Uno escucha el sentir de la gente.
“Gracias por la biblioteca Cuscatlán. Gracias a esa obra pude hacer el mercado mientras mis niñas leían cuentos bonitos. Yo no puedo comprárselos” (Ama de Casa)
“Señor presidente: Gracias por pensar en nosotros, nunca había visto los billetes verdes” (alguien que se quedó esperando la remesa y lo abandonaron)
“Gracias por decir las cosas como son. Se tenía que decir y se dijo” (un Facebukero)
“Quisiera creerles a los señores diputados. La verdad es que mi esposa enfermó de COVID-19 y la estamos perdiendo. No es una simple gripa” (Juan Pueblo)
“Necesitamos plasma para salvar al Nefrólogo del Hospital” (doctor en primera línea)
“qué creen que es fácil. Mi tata se muere. No lo hemos visto desde que lo fuimos a dejar. Se ha complicado todo. (familiar del pueblo paciente)
“Se registran más contagios tras la reapertura”
“Hay manipulación en las cifras. Son más, pero no podemos decretar emergencia.
“Es increíble. Da tristeza ser ciudadano de un país donde el virus no existe”
“Sólo queda encomendarse a Dios. Los políticos están en campaña”
“Cuando no. Ya aburren con sus campañas y aquí no cambia nada. Sólo ellos se componen”
“Las enfermedades pegan fuerte cuando la persona no está bien alimentada y ejercitada. El sedentarismo y la mala dieta nos exponen aún más” (Doctor Pueblo)
Es que acaso olvidan de donde somos y quienes somos. Es hora de apagar mis redes sociales y descansar un rato. Hay les dejo. ¿Con alguna de esas voces se identifica usted?