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¿Salvadoreñización de la sociología salvadoreña? (1)

@renemartinezpi
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De entrada, click capsule para responder la pregunta (que no es un simple juego de palabras ni una licencia académica que inventa verbos) debemos responder si existe algo que, juntando lo escrito de forma dispersa, pueda catalogarse como sociología salvadoreña en el marco de lo que, a partir de la revolución cubana, se empezó a llamar “sociología crítica latinoamericana” para darle sustento teórico a la hazaña indecible de tomarse el poder por medio de las armas empuñadas por el pueblo y no por los ejércitos oficiales. Pero para salvadoreñizar la sociología salvadoreña (nacionalizar el hecho sociológico para comprender y transformar la realidad, porque de eso tratan las ciencias sociales) debemos inventar la sociedad moderna desde sus retrasos estructurales, es decir inventar la sociedad capitalista desde la provincia colonial, lo cual no se puede lograr si no inventamos al sociólogo moderno (que está obviando el compromiso social y la ideología para convertirse en consultor o en pregonero de la historia del victimario) desde el sociólogo latinoamericano políticamente comprometido con las luchas populares que signó a los años 60 y 70, y que propició que engrosará un flujo migratorio motivado por razones políticas, con lo que las vertientes de la sociología fueron mezclándose en el tiempo-espacio de las universidades, ante todo las públicas, y eso significó que la opción de izquierda (sin dejar de ser una opción intelectual de primer nivel académico y del mejor nivel humano) fuese una herencia a la que no se puede renunciar.

Sobre esto último, en el “XI Congreso Latinoamericano de Sociología” (Costa Rica, 1974) se rescató la reflexión premonitoria de José Medina (hecha en 1944): “todos los intereses y fuerzas sociales quisieran probar que tienen el saber científico de su lado y hacen todo lo posible por lograrlo; en una época de intensa politización (la de vigencia atroz de la dictadura militar) el científico social ha sido fatalmente la primera víctima y el silenciado con mayor vigor. Se ha hecho observar con razón que el representante de la ciencia social (especialmente el sociólogo) es el más indefenso entre todos los intelectuales en los momentos de tensión partidista o de persecución totalitaria; los temas de su investigación se encuentran en el meollo mismo de los antagonismos de clase y ante ellos no tiene puerta de escape ni técnica de disimulo. No goza de la neutralidad fácil de científico de la naturaleza y del científico social cobarde, ni puede, como el filósofo, remontarse a alturas inaccesibles de abstracción o arroparse en la magnífica soberbia de un oscuro lenguaje.” Hoy, setenta años después, quienes tratan de silenciar con vigor al científico social comprometido –suplantando a las dictaduras- son los sociólogos funcionalistas a quienes les incomoda que el mundo sea divido en derecha e izquierda porque eso delata su posición.

En un contexto distinto, estamos de nuevo en la etapa de promoción de profundos cambios políticos en el continente y el país que, por idoneidad, deberían abrir alternativas para el desarrollo de la sociología que, desde hace más de dos décadas, está siendo sometida a un proceso de neocolonización de sus constructos teóricos (con falacias como: globalización; fin de la ideología y de la lucha de clases; neutralidad valorativa; etc.). Estas alternativas de la sociología deben pasar, obviamente, por la etapa de la nueva crítica y la nueva destrucción teórica de los enfoques que la alejan de la realidad y del compromiso social con los más pobres, compromiso social que los sociólogos reaccionarios catalogan como “panfleto”.

En ese sentido, salvadoreñizar la sociología salvadoreña implica inventar el contexto nuevo desde la problemática estructural vieja y tomar una posición tanto teórica como político-práctica; implica trabajar la nueva alternativa que proviene de la vieja tradición del compromiso con transformación de la realidad que es su objeto de estudio. Pero realizar lo anterior implica, además, una lucha interna de la comunidad de científicos sociales, cosa común en dicha comunidad tal como se puede observar en los congresos internacionales en que los sociólogos de los países más desarrollados ven de menos a los que provienen de los países pobres. Si bien los científicos sociales son hábiles, teóricamente, para distinguir los conflictos, no son propensos a verse a sí mismos como un grupo en el que también se dan esas pugnas de poder (político, electoral o teórico). Si los científicos sociales tuvieran esa habilidad de verse a sí mismos como pugna, podrían apreciar que lo que se plantea como una discusión utópica sobre la mejor forma de hacer ciencia (¿de derecha o de izquierda?; ¿es real esa división?) o de contribuir al cambio social, tiene a veces un soporte concreto en esas luchas por provocar el desplazamiento de grupos en un momento dominantes de los centros académicos, no sólo en interés de la ciencia y la revolución o la contra-revolución, sino también para poder disponer de las posiciones académicas respectivas.

Obviamente, detrás del planteo sobre la necesidad de la neutralidad valorativa, la objetividad científica y la crítica al compromiso social que hacen los sociólogos de derecha, están los intereses burgueses. Esos intereses son inherentes a cualquier grupo social, pero si se les ignora o encubre, como suele suceder, y se piensa que únicamente se está discutiendo en el plano abstracto de la verdad científica absoluta, puede no comprenderse, verbigracia, que a partir de ciertas tesis muy radicales y fulminantes a favor o en contra del compromiso, se llega a antagónicas conclusiones que no distan mucho de las que esgrimen en política.

Pero no debe exagerarse el papel de esas pugnas en el surgimiento de la opción crítica. Es sociológicamente más acertado hallar las causas sociales de los esfuerzos de reorientación teórica hacia lo crítico y la crítica. A fines de los 50 –etapa en que inicia la postura crítica- la comunidad académica latinoamericana se enfrentó a densas desilusiones causadas por el incumplimiento de las esperanzas derivadas de sus elaboraciones teóricas. Quedó en evidencia, en esos años, la crisis estructural que afectaba a la región y se desvaneció el optimismo a cuyo arrullo trabajaron sociólogos y economistas (en el siglo XXI diremos: sociólogos y mercadólogos). La estrategia de industrialización fomentada desde comienzos de la posguerra como instrumento para acicatear el desarrollo basado en la exportación de bienes primarios no dio los frutos esperados, ni siquiera en los países que contaban con las condiciones de un amplio mercado interno, una base industrial consolidada, fuentes de divisas abundantes y una tasa satisfactoria de formación interna de capitales.

*René Martínez Pineda
Director de la Escuela de Ciencias Sociales, UES

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