Gloria Silvia Orellana
@GloriaCoLatino
En el silencio de las primeras horas de la mañana que envuelve el interior de la pequeña capilla del Hospitalito Divina Providencia, María Vásquez se encuentra orando frente al altar que rebosa de flores y donde a un costado en letras de metal de alto relieve destaca: “En este altar Mons. Óscar A. Romero ofrendó su vida a Dios por su pueblo”.
“Fue un santo en vida, rodeaba la capilla leyendo la Biblia, tenía un gran corazón con nosotros los pobres y siempre visitaba a los enfermitos de cáncer. Todos los días preguntaba cómo nos sentíamos y luego, oraba por nosotros. Un hombre humilde que amaba a todos, es un camino a seguir”, recordó.
San Óscar Romero nació el 15 de agosto de 1917, inició a los 13 años en el camino cuando se hizo evidente su vocación sacerdotal desde su ingreso al Seminario Menor, de San Miguel en 1931. En 1937 ingresa al Seminario Mayor, San José de la Montaña, en San Salvador y siete meses después es enviado al Seminario Pío Latinoamericano de Roma para proseguir sus estudios de Teología. El 4 de abril de 1942 es ordenado sacerdote en Roma; en 1944 regresa al país e inicia su vida parroquial, ostentando diversos cargos en la curia, en los que destacan su nombramiento como obispo de la diócesis
de Santiago de María, Usulután, en diciembre 1974, y su cargo de arzobispo de San Salvador el 23 de febrero de 1977.
María llegó antes de la década de los años ochenta, aquejada por un cáncer cérvico uterino, fue ingresada y tratada con cobalto; al sanar decidió en “acción de gracias” apoyar en la lavandería por un mes, que luego se convirtieron en treinta años de vivir en su interior. “Era él una persona muy humilde que amaba la iglesia y recuerdo que cuando lo mataron, yo no estaba en la capilla ese día; después se escuchó todo el ruido y fui a ver, cuando lo traían en peso unas cinco personas para subirlo a un carro. Me asusté, me quedé sin poder hablar, solo pensaba: “¿Por qué Señor a tu buen pastor?”; pero luego entendí que ya estaba vuelto a nacer, pero junto a Jesús y ahora ya es mi santo”, reseñó.
A 4.7 kilómetros de distancia Catedral Metropolitana se encuentra colmada con cánticos, adornos de papel, globos y gente de las comunidades que han llegado a rendir sus respetos al mausoleo que guarda los restos mortales del ahora santo Óscar Arnulfo Romero, en la Cripta de Catedral.
Sofía Hernández representante del Comité de Madres “Marianela García Villa” CODEFAM narró cómo monseñor Romero llegó a las comunidades y encomendó a los y las catequistas valores tan importantes como la solidaridad, la esperanza y el respeto a la vida.
“Yo venía del cantón San Pedro, Verapaz, San Vicente. Formamos un grupo de catequistas y venimos a formarnos al colegio Belén, en la capital. Cuando llegó nos preguntó sobre la labor del catequista en esos tiempos, recuerdo que le dije sí, y estábamos conscientes del camino que teníamos que agarrar y con la fe que teníamos saldríamos adelante. Mi primera impresión fue que era un hombre sincero, transparente en su manera de manifestarse”, comentó.
La segunda vez lo encontró en 1978, cuando ya habían sido amenazadas como catequistas y el ambiente era más difícil. En la prédica de la palabra de Dios, señaló Sofía, recordó cómo la Guardia Nacional (GN) o la Policía Nacional (PN) llegaban a intimidar, preguntando por el trabajo de los catequistas y que algunos “se atrevieron a rompernos las biblias o tirarlas en los servicios de fosa, además de la violencia física, y comenzaron a perseguirnos”.
“El 2 de marzo de 1979 nos mataron al primer catequista. Se llamaba Mario Laínez, fue la Guardia Nacional; nos avisaron que llegaron buscándonos, él corrió a una quebrada y cuando subió el paredón ellos estaban esperándolo y lo mataron. Se puso grave para nosotros, luego se vino el asesinato de padre Rutilio Grande y eso lo denunciamos, por eso fuimos perseguidas”, señaló.
Agregó que en San Vicente, “tuvimos a los sacerdotes David Rodríguez y Alirio Napoleón Macías. Y, en marzo de 1979 le fui a dejar una carta a monseñor Romero de todo lo que estaba pasando, y puso su mano sobre mi
cabeza y me dijo: -No te preocupes por quien mata el cuerpo, sino por quien mata el alma. Esas palabras te digo, porque eso vamos a sufrir de ahora en adelante-. Y entendí lo que era ser catequista y la enseñanza grande que nos dejó, son palabras que marcaron mi alma”. Para María Teresa Alfaro de la Comunidad de la Cripta de Catedral Metropolitana es un día importante, porque San Óscar Romero y la Virgen de la Asunción se juntan para que intercedan por los problemas estructurales del país.
“Monseñor Romero nos invitó a tener fe y vivir nuestro compromiso con el prójimo y convertirnos en el pueblo profético que vive con la esperanza del cielo, pero con los pies bien puestos en la tierra que nos ha tocado vivir, y ser hombres y mujeres dedicados a erradicar las causas de la violencia, el odio, la migración, la codicia y la mentira”, puntualizó.