Nelson López*
En los barrios San Esteban y Lourdes los aparatos de radiodifusión repercutían de casa en casa, tadalafil entre mesones y apartamentos de baharaque, todos los domingos desde tempranas horas, a media década de los 70.
Era la YSAX, la radio de la iglesia católica, la que todos los hogares teníamos sintonizada preparándonos para oír a la voz de los sin voz, a nuestro arzobispo de San Salvador, monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez.
Nadie se quería perder esos mensajes que oíamos por la radio. Ni viejos, ni jóvenes, ni cipotes, y ya que no podíamos ir a la catedral metropolitana para participar de la misa que oficiaba el pastor y guía de una población religiosa, pues ni modo, nos quedábamos en casa y lo sentíamos tan cerca de nosotros, ahí dentro de nuestros hogares.
San Romero de América nos defendía a todos los que sufríamos la represión de los poderosos, que no pretendían compartir sino que acaparar lo más que se pudiera, a costa de sangre y terror, para hacernos entender que todo era propiedad privada.
Así nos consolábamos oyendo a nuestro santo, como esperando que en lo más recóndito de nuestro ser se mantuviera esa llama de esperanza, de que algún día las cosas iban a cambiar para todos los que vivíamos sometidos bajo un régimen del oprobio y muerte.
Las barriadas nos entendíamos con fraternidad y sabíamos que monseñor Romero nos aconsejaba, que debíamos amarnos y ser solidarios unos con otros, es más, inició una tarea ecuménica que también entre iglesias nos uníamos para participar de actos litúrgicos en barrios y colonias citadinas, y allí nunca faltó nuestro santo, muchos queríamos oírle y estar con él.
La catedral metropolitana no daba abasto para la feligresía que desde tempranas horas se congregaba para la misa dominical. Y no faltaron los periodistas, nacionales e internacionales, adueñados de los parlantes para grabar la voz del guía y luego retransmitirla o transcribirla para periódicos y agencias internacionales de prensa.
Muchos, esperanzados en la paz que clamaba San Romero de América, ya lo veíamos como a un santo cuando con la Palabra de Dios y con la fuerza del evangelio exigía detener la masacre de todo un pueblo, cansado de soportar la carga impuesta por los que ordenaban matar.
San Romero de América ya era un profeta para todos nosotros cuando les dijo a los oligarcas retomando las palabras bíblicas de Jesús: Entreguen sus anillos no esperen a que les corten los dedos.
Los salvajes se volvieron sus enemigos de muerte y no quisieron entenderle cuando les ordenó ¡No matar! lo odiaron y creyeron que con un balazo en el corazón ya no tendrían ese azote que les fustigaba con cada palabra profética que de su boca salía clamando el amor.
San Romero, ahora todo tu pueblo se regocija en el amor que nos heredaste con tu palabra, reconociendo tu martirio… que nunca dudamos… retumbaría como un eco sublime al igual que todos aquellos años en los que nos apoltronábamos alrededor del pequeño aparato para oír tu voz, tu predica de amor, tu llamado a la esperanza, y tu voz rigurosa contra la maldad de aquellos que sembraban la muerte.
¡Gracias San Romero de América!