Así lo proclamó el cardenal Gregorio Rosa Chávez, un par de días antes que Monseñor Oscar Arnulfo Romero fuera canonizado por el papa Francisco, en Ciudad del Vaticano.
Para los salvadoreños, más allá de la religión, y de ser todo un orgullo, es también una esperanza. Esperanza de que, a la luz de las enseñanzas del pastor mártir, el pueblo salvadoreño se unifique y que de una vez por todas viva en paz.
Esa paz que no llega, porque quienes tienen que combatir las estructuras de injusticia histórica no se atreven a dar ese paso. Estos son los que se llevan el 70% del Producto Interno Bruto año tras año. Y son los mismos, o entre ellos están, los responsables intelectuales del martirio de Monseñor Romero.
Tengamos esperanza que hoy, convertido en Santo, como un intercesor, San Romero cambie las mentes y oriente a quienes tienen la capacidad económica para que contribuyan a construir un mejor país, un país en paz. Esto pasa, por supuesto, al conocer la verdad.
Y la primera verdad que el pueblo salvadoreño y el mundo debe saber es que quienes están detrás del magnicidio de San Romero, que pidan perdón, para que luego vengan las indulgencias de parte del pueblo católico, en particular.
El Salvador ya no debe seguirse desgarrando en un submundo de violencia, de injusticia y de desigualdad, teniendo un Santo, el San Romero del Mundo.