Rolando Alvarenga
@DiarioCoLatino
En este 24 de marzo, tradicional “Día de Luto” para los más pobres de los pobres de este país, viene al caso presentar una nota superficial sobre la figura de “San Romero de América”, pero necesariamente y no a manera de comparación -porque no hay por donde-, traer al primer plano el nombre de Jorge “Mágico” González, porque juntos y desde sus trincheras, resultan ser los salvadoreños más trascendentales de todos los tiempos.
Fue terrenalmente monseñor Oscar Arnulfo Romero, un pastor integral y espiritualmente comprometido con su pueblo, hasta llegar al martirio. Un hombre frontal a la hora de alzar su voz en demanda de justicia y otras condiciones de sobrevivencia para su oprimido pueblo. Un valiente, tenaz y humilde pastor en el que miles y miles de pobres de todas las edades y de todo el país buscaban refugio y consuelo para reconfortar sus penas.
Célebres y lapidarias resultaron sus dramáticas palabras pronunciadas en su última homilía dominical, en la mañana del 23 de marzo de 1980 en la Catedral Metropolitana, al expresar: “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo, cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, cese la represión”. Su lucha le permitió ganarse el respeto, la credibilidad y la solidaridad universal, tanto que un día obtuvo la santificación del Vaticano. Un siervo de Dios fuera de serie.
Y por otra parte, ¿qué decir del “Mágico” sin caer en la redundancia o la retórica? Bueno que a pesar de sus privilegiadas y talentosas habilidades futbolísticas estuvo muy lejos de llegar a ser un santo.
Más bien y para sus rivales, fue una especie de diablillo que con su magia y su culebrita macheteada trascendió las fronteras patrias, llegando a ser y sigue siendo, después de San Romero, una leyenda viviente aquí y en el extranjero. Un mítico representante y referente de los colores salvadoreños.
Con su humildad por delante y con cualquier cantidad de anécdotas sobre sus espaldas, Jorge fue en las décadas 80-90, un embajador futbolístico que atrajo millones de miradas, aplausos, ovaciones y respiros profundos de admiración ante la magia de sus piernas. Un salvadoreño que pudo haber llegado mucho más lejos, pero no se lo propuso, porque para él, lejos de una profesión, el futbol fue pura vida y diversión.
Es por eso y por mucho más que con mucha diferencia sobre una serie de históricos y destacados compatriotas, “San Romero y San Mágico” clasifican como los salvadoreños más trascendentales y universales de todos los tiempos. Personajes que por cultura, deben leer las nuevas generaciones.
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