Gabriel Otero
La nostalgia a veces sabe a fruta podrida, engusanada, decepciona, lo primero que se hace es tirarla, ni siquiera se piensa en elaborar composta, es tanta la hiel, que su destino es quedar sepultada entre recuerdos gratos de lo que fue pero es ya inexistente.
La pretensión personal, cuando uno se va de un sitio muy querido, es encontrar cada cosa en su lugar: los árboles y las calles tal cual se dejaron, como si hubiera pasado un día o dos y no treinta años, dicen que todo en esencia es lo mismo.
El sabor a pueblo de San Salvador era una exquisitez, por mucho que adoptara una imagen urbana, todo se reinventaba al amanecer, los almendros en las aceras, sus imponentes árboles de hule, la alegría de las veraneras y el verdor de los rincones, lo bucólico causante de rubor.
Era imprescindible escuchar la soledad de los gallos despistados a medianoche y la sinfonía de los pájaros al alba, sentir el transcurrir lento de los días y las noches y ver que ahí estaba el volcán acompañando el presente y el porvenir.
San Salvador cambió para mal, pareciera que la arquitectura del paisaje fuera lo de menos, surgieron cientos de calles innecesarias, al parecer el exministro de obras públicas, homónimo del famoso futbolista brasileño sesentero, privilegió lo funcional y lo antiestético, no hay que ir muy lejos, baste observar la pasarela del redondel Masferrer y los monumentos dedicados a lo feo.
Se sigue favoreciendo el uso privado del automóvil sobre el transporte público, miles de vehículos chatarra circulan diariamente contaminando por doquier, como si el medio ambiente fuera un recurso renovable. Los viejos autobuses blue bird, utilizados por las mafias transportistas, son los mismos de hace cincuenta años.
Los árboles desaparecieron de las aceras y los espectaculares y marquesinas comerciales invadieron la contemplación, es terrible como un letrero de Taco Bell se identifica con el progreso, y los peatones y ciclistas son un estorbo para el malentendido crecimiento económico.
¿Dónde están las brillantes soluciones a largo plazo? La obra pública tiene treinta años o más de ser chapucera, algunos parques se encuentran enrejados, y hay muros enormes coronados con alambre de púas, se entiende que existía un alto índice de criminalidad, pero eso no justifica la mediocridad y el desmedido afán constructivo.
En la calle Toluca, frente al barranco, construyeron una muralla blanca tan endeble como un juego de naipes, cualquier temporal septembrino lo botaría a la menor provocación.
Lo curioso es que todo eso se puede percibir desde la vista de calle de Google Maps, y sin salir de casa en la Ciudad de México, claro, previo conocimiento del palpitar de San Salvador, sino sería inútil.
No sé si en un futuro viaje me vuelva a enamorar de la ciudad, porque uno no opone resistencia con lo que ha querido.
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