Río de Janeiro / AFP
Pascale Trouillaud
Brasil alberga más de la mitad de la biodiversidad del planeta, pero expertos advierten que santuarios ecológicos como la Amazonía y el Pantanal sufren la amenaza de grandes grupos económicos así como de mafias, con el marco de una retórica anti-ambientalista del presidente Jair Bolsonaro.
Terratenientes que talan árboles centenarios para plantar soja, minería clandestina que contamina con mercurio ríos vitales para pobladores de zonas remotas, o traficantes de madera que diezman especies raras y valiosas: la amenaza a la biodiversidad puede adoptar diferentes caras en este país de dimensiones continentales.
Y el peligro se intensificó con la llegada al poder de Bolsonaro, elegido con el apoyo del potente lobby del agronegocio y quien prometió acabar con lo que él considera un «ambientalismo radical».
«Eso envía un mensaje a los agricultores y sobre todo a las mafias del crimen organizado que invaden las tierras para ocuparlas», lamenta Emilio La Rovere, director del laboratorio de Estudios sobre Medio Ambiente de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ).
La deforestación en la Amazonía, que había sido reducida drásticamente entre 2004 y 2012, registró en enero un aumento de 54% en relación al mismo mes de 2018, según la ONG Imazon.
Aunque le siguieron dos bajas en febrero (-57%) y marzo (-77%), en el primer trimestre del año desaparecieron 268 km2 de selva amazónica. En los últimos 12 meses, la deforestación avanzó 24%.
«Antes tomábamos nuestro alimento directamente de los árboles. Actualmente necesitamos plantar», dijo el veterano indígena Mojtidi Arara, que debe caminar una hora selva adentro para recoger bananas, según contó a la AFP en un viaje reciente a la Amazonía.
– Deforestación medida en «estadios de fútbol» –
«Hay dos proyectos de ley preocupantes que han sido presentados en el Parlamento», afirma Andrea Mello, del Fondo Brasileño para la Biodiversidad (Funbio). Uno «elimina todas las reservas» naturales, una superficie «equivalente a tres veces el estado de Bahia», ejemplificó.
Considerada el «pulmón del planeta», la Amazonía reúne una cantidad impresionante de especies: 40.000 plantas, 3.000 peces de agua dulce, alrededor de 1.300 tipos de pájaros y 370 de reptiles.
Es uno de los últimos refugios del rey de las selvas latinoamericanas,el jaguar, y también del delfín rosa, ambos en peligro de extinción.
Y continúa revelando sus maravillas: en los últimos 20 años se descubrieron allí 2.200 nuevas especies de plantas y vertebrados.
Pese a su valor, la superficie de selva amazónica que desaparece cada día puede medirse en «estadios de fútbol». El 80% de estas superficies deforestadas son ocupadas con pasturas, según la ONG World Wildlife Fund (WWF).
En muchos casos, recién llegados a la región simplemente acaparan tierras -incluidas áreas de reserva indígena o ambiental- poniendo un número suficiente de vacas para obtener un certificado de «tierra productiva» y poder venderla diez años después.
«Esta es la mayor fuerza detrás del fenómeno de la deforestación en este nuevo ‘Lejano Oeste'», explica La Rovere.
Sin embargo, Brasil «tiene una superficie de tierras cultivables suficiente para aumentar la producción hasta el fin de este siglo, sin necesidad de tocar una hectárea más de selva», defiende.
La deforestación contamina los ecosistemas acuáticos y contribuye con el calentamiento global debido a que los árboles talados liberan carbono a la atmósfera.
– Pantanal y selva atlántica: otros santuarios –
Menos conocido, el Pantanal (centro-oeste) es otro enorme y frágil santuario de biodiversidad, con la mayor concentración de fauna salvaje de América del Sur y más de 665 especies de aves.
El ciclo de inundaciones que cubren esta inmensa planicie cada año favorece la migración de especies y la proliferación de peces, pájaros, reptiles y plantas.
El jaguar, la nutria gigante, el guacamayo azul, el caimán y el pájaro gigante Tuiuiú son las principales atracciones ecoturísticas de la región.
Pero allí la biodiversidad también está rodeada de peligros: deforestación y erosión de los suelos, pesticidas de los cultivos de soja, pesca predatoria, usinas hidroeléctricas que modifican los ecosistemas acuáticos, minería y turismo descontrolado.
Otro bioma amenazado en Brasil es la selva tropical atlántica (Mata Atlántica en portugués), que se extiende por más de 100.000 km2 a lo largo de la costa oceánica.
A diferencia de la Amazonía, la vegetación atlántica viene sufriendo la intervención del hombre desde la colonización, hace 500 años. Las plantaciones de caña de azúcar y café, así como la fragmentación causada por la urbanización progresiva la han devastado.
«Actualmente, un 20% de la Amazonía fue deforestado. De la selva atlántica sólo resta un 15% en pie», afirma La Rovere.
Pero a medida que la selva atlántica es reforestada, especies en peligro de extinción como el mono tití león dorado se van recuperando.
Por eso es importante continuar el esfuerzo que están haciendo «los estados del sudeste, que son los que tienen más recursos», para recuperar esas superficies, asegura.