Por Wilfredo Arriola
En la confusión no hay nada más peligroso que un espejo. Estar confundido es a menudo una de las condiciones de la naturaleza humana. En saber qué hacer, qué no hacer, qué decir o qué callar. Apostar por lo uno, o por lo otro, y en ese camino, no tener mentes que le den a uno, una luz para ese camino y eso resulta sinceramente, frustrante. Reza el dicho popular: “la sabiduría, para tenerla, hay que saber primero quién y dónde se encuentra”. Después sabiéndola identificar, podemos aspirar a disponer de ella.
Hemos tenido maestros a lo largo del tiempo, unos nos dejaron enseñanzas invaluables, que aún con el paso de los días siguen siendo parte de nuestra educación. Por otro lado, la educación sentimental, es probable que la hayamos obtenido, por libros, por la poesía y por alguno que otro desliz en las historias de amor que hayamos tenido, por alguna historia de un amigo vivida en tercer apersona. También, resuenan en nuestro juicio, las enseñanzas de los que ya no están, y de pronto nos descubrimos haciendo o diciendo las cosas que se nos fueron enseñadas, que es sin duda, el mejor tributo que les rendimos a los que ya no están, predicar con el ejemplo de sus vivencias. Mi abuelo decía, mi padre decía, alguien en particular… son comentarios que se adecuan en nuestro vocabulario, y más por nombrarlos, es, además, una forma de respeto y de honor por decir lo que ellos cuentan desde nuestra boca, esos pequeños homenajes se dan constantemente, y en ese entonces, hay algo de nuestro orgullo que se ennoblece en silencio, recordarles es una forma de no dejarles morir, ese detalle del reconocimiento.
Repetir y desde la repetición, también impregnarle nuestra esencia, y esto se vuelve un reto, es posible y no nos damos cuenta. Educamos también, para bien o para mal. Siendo ejemplos para seguir o para evitar. Incluso, sin ser dignos de admiración, podemos dejar una frase, un comentario tatuado en la vida de alguien.
Tener pasión por lo que hacemos será esa plataforma para la evidencia de la emulación. Estar siempre satisfechos de hacer lo correcto, aún sin espectadores, aún sin vítores, sino simplemente el placer de hacer lo correcto, hablará de nosotros en alguna vez, y quizá, no estemos para verificarlo, y acaso importa. A quienes nombramos no sé si lo sabrán, pero están ahí en el repertorio de lo personal, en ese baúl donde se guarda la sabiduría y otros que, sin saber, decimos lo que decimos apropiándonos de sus ideas, muy adentro sabemos que son parte de la educación secreta de lo que somos.
Mi educación sentimental, se la debo a tantos poetas, al silencio, a la soledad, a los amigos después del trabajo, a los consejos pedidos desde el declive, a los maestros de la infancia, a los maestros de la vejez, a los que no conocemos y van derrotados por las calles, a los que han creído en nosotros y desde el silencio nos vigilan, a tantos, que cuando hablamos, hablan ellos desde lo que somos, la vergüenza seria, desde luego no saberles reconocer… no fueron espejos, fueron puertas donde uno puede transitar la vida desde el halago de sus palabras.
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