Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
También hubo y hay mesones. Mesones antiguos, polvorientos, malolientes, donde se pasea la miseria, el desamparo, la anarquía. El mesón como submundo, como macro y microcosmos de la cultura nacional, donde todo es posible, donde lo inimaginable adquiere categoría de realidad.
Mesones larguísimos, enormes. Laberintos de adobe y bahareque. Recuerdo vivamente aquel conocido como “El tren”, por sus muchas ventanitas, cual vagones de la desdicha, a orillas del Acelhuate, justo frente a los legendarios condominios de “La Málaga”.
Y los terribles y fétidos mesones de la Calle “Las Oscuranas” en el Barrio de La Vega de San Salvador; los mesones de “La Cuesta del Palo Verde”, y los de Lourdes, El Calvario, Concepción, El Modelo, Santa Anita, Avenida Independencia, El Zurita, El Tinetti y sigue y sigue la lista, con imágenes de cantinas, vagos, drogadictos, sexo comprado y cinqueras que cantaban y cantaban sus historias de traición y sufrimiento.
Don Alberto Masferrer, desde sus editoriales de Patria, denuncia: “…cuartos de mesón, húmedos, miasmáticos, lamparosos, impregnados de mugre y de tristeza; cuartos de mesón que se beben la sangre de los niños y la voluntad de los adultos…”.
Pero de esos mesones, hogar de cientos y cientos de familias salvadoreñas a lo largo de la historia, se han erguido grandes hombres y mujeres también. Y desde luego, el humor en medio del duro vivir, nunca estuvo exento. Es así, como don Marlon Chicas, el tecleño memorioso, evoca, cómo transcurría la vida, en los vetustos mesones de su amado barrio “El Calvario”: “Dentro de los mesones se encontraban los más singulares personajes, por ejemplo: las chambrosas quienes conocían vida y milagro de sus vecinos y que, generalmente, ocupaban los lavaderos colectivos para ese menester; El Cachero o receptador, que compraba cosas de dudosa procedencia; El Curandero, que realizaba “trabajitos” para las almas desesperadas; El Tamagás o amigo de lo ajeno; La Cola Alegre, que ejercía el antiguo oficio, laborando de noche y durmiendo de día; El Bolo, que hacía de su pieza, su cuartel general; El Catrín, que siempre andaba bien vestido y perfumado; El Chivo o Mantenido, que vivía gracias al sudor de sus múltiples admiradoras; Los Bochincheros, que todos los fines de semana armaban pleitos familiares; El Relajo, cuyo aparato de radio estaba de fiesta todo el día; El Pipián y la Gallo Gallina, estigmatizados por sus tendencias sexuales; El Misterioso, que no cruzaba palabra con nadie; La Piadosa, que tenía tapizadas las vetustas paredes, con coloridas láminas de santos y vírgenes; El 7 Oficios y 14 Necesidades, listo para cualquier trabajo; El Ruletero, que se desempeñaba en el comercio ambulante; y el Peludo, siempre fumando su hilarante cannabis”.
Nuevamente apesadumbrado, don Marlon, suspira, fijando su mirada en lontananza. Nosotros le consolamos fraternalmente, en este viaje por los derruidos y sobrevivientes mesones tecleños: Mesón Cornejo, Apartamentos Velásquez, 3 de mayo, La Medalla Milagrosa, La Mansión, San Antonio, Tobar, Burgos, Bolaños y Orozco. Sin duda, fieles testigos, de nuestra alma nacional.