Carlos Burgos
Fundador
Televisión educativa
–Me muero por tenerte conmigo para siempre – dijo don Rafael al oído de Jacky.
Ella era una joven elegante, nurse guapa, pharmacy cuerpo bien formadito, de 18 años de edad, y don Rafael, de tez blanca, fornido, un alegre sesentón, que disfrutaba de su retiro.
Vivía solo, divorciado, en una casa construida al centro de su terreno rural, situado en una zona donde abundaba el agua. Corría un río pequeño con remansos, jardines y arboledas. Jacky pasaba por la calle de tierra frente a ese terreno. Don Rafael la detenía y platicaban de diversos temas, a veces concentraban la plática en ella, sus intereses e ideales. Parecía que se estaba despertando una química entre ambos.
Otras veces ella ingresaba al terreno y don Rafael salía a encontrarla, la invitaba a comer algo que él había preparado. Se miraban con tierna pasión, se abrazaban y besaban. Le propuso que se quedara a vivir con él, y quería avanzar en su acercamiento, pero ella lo evitaba con cariño, acariciando su barba entrecana.
Un día Jacky llevó a su mamá para que don Rafael la conociera y la señora se mostró atenta, dándole el visto bueno, conveniente para su hija.
Un día después, Jacky llegó angustiada y le relató que su madre, repentinamente cayó enferma. Necesitaba dinero para medicinas. Don Rafael le proporcionó cincuenta dólares y quedó satisfecho con esta acción, pensó que la estaba agradando.
En otras ocasiones, también le pidió prestado dinero para diversas necesidades. Don Rafael accedía pensando que después ella le pagaría con su amor e irresistible sensualidad. Siguieron con su idilio. Él la colmaba de atenciones que a ella le agradaban pero sin darle la prueba ni dejarse tocar.
Cierto día apareció llorando, porque su madre estaba gravísima. La iban a operar para lo que le urgían dos mil dólares. De inmediato don Rafael se los entregó, era todo su ahorro. Ella lo abrazó con indescriptible emoción y le dijo que esa noche volvería para quedarse a dormir con él.
Don Rafael se frotó las manos de contento. Pasó esa noche y ella no apareció, las siguientes noches, y ella no se dejó ver, ni tuvo noticias de su paradero, como si se la tragó la tierra o se la llevó el río.
Él soñaba con Jacky abrazando su almohada en su inmensa soledad. Se bañaba en el río todos los días y veía la imagen de ella en las pocitas laterales.
Cierto día, un trabajador eventual que le ayudaba al mantenimiento de su parcela le dijo:
–Don Rafael, sin usted saberlo, ya se bañó con agua del muerto.
–¿Qué es lo que dices?
El trabajador le aclaró que vio a la joven Jacky con su novio, acampar en la parcela que lindaba con su terreno. A ese lugar llegó otro muchacho que había sido su novio anterior. Este joven andaba ingiriendo licor. Discutió acaloradamente con ella y dio un mal paso cayendo al río que lo arrastró un corto tramo y quedó trabado en un canal estrecho, allí murió. Así estuvo varias horas hasta que llegaron las autoridades para el reconocimiento del cadáver.
Oído esto, don Rafael corrió a bañarse con agua fresca de otra fuente para quitarse, decía, toda el agua del muerto. Y se olvidó de su amor frustrado con aquella joven que lo tenías anonadado. Pero un día después, lo visitó una comisión de agentes de investigaciones criminales y uno de ellos lo interrogó sobre su participación en el asesinato del joven en el río. De inmediato se desconcertó:
–Nada tengo que ver con ese hecho – respondió –. Solo me bañé con agua del muerto. Pero ya me bañé con otra agua.
–¿Quiere decir que ya borró la evidencia? – agregó el agente.
–Nada que ver. Ni me comí la manzana, me costó caro, me quitó el sueño y gasté mi cerebro pensando en ella.
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