Por Mauricio Vallejo Márquez
La muerte es imprevista. La esperamos, pero no en el instante que llega. La cotidianidad nos encierra en un limbo que nos da la impresión de que la vida es eterna. Sin embargo, la realidad nos demuestra que todo es efímero, la vida es el breve instante (como dice la canción de Pablo Milanés).
Conocí a Julio Iraheta Santos (1939-2023) en el café cultural La Rayuela, el génesis del Paseo El Carmen, Santa Tecla. Mi primo Óscar Márquez tenía el sueño de generar una calle llena de café y cultura como en París o Lisboa. Junto a René Chacón organizaron un homenaje para Mauricio Vallejo, mi padre. Invitaron a muchos artistas y literatos que brindaron una emotiva y exquisita noche de poesía y música. Entre los poetas invitados contamos con la presencia de Julio Iraheta Santos, destacado poeta y miembro del grupo literario Piedra y Siglo. No tuvimos la oportunidad de conversar aquella noche de julio de 2008. Apenas nos saludamos.
Después la vida nos hizo coincidir pocas veces, pero intensas. Por lo general para apoyar causas justas, porque él vivía para ello. Era un hombre realmente comprometido.
Al conocerlo en persona confirmaba su enorme estatura, la que ya nos había anunciado Godofredo Carranza, quien fue el primero que me habló de él y su taller «donde se remiendan versos». Palabras de enorme profundidad para todos los que nos embarcamos en ese hermoso viaje a toda vela que resulta escribir.
Los escritos de don Julio dejaban esencia y verdad, me generaba esa sensación que sólo los grandes libros brindan generosamente y me hacía lamentar que en nuestro primitivo pueblo no conozcan su obra. Lamentablemente no solo pasa con los versos de Iraheta Santos, es en general. Somos un país que no aprecia su riqueza y la dejamos perder o en el olvido. Afortunadamente existen poetas como Iraheta Santos y Piedra y Siglo que labran versos perdurables.
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