Se marcha abril

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

Abril se marcha con la sequedad del paisaje tropical, tan extraordinariamente bello y sugerente. Abril frutal, de encendido cromatismo que estalla en mercados y plazas, oponiéndose de manera paradójica a la polvorienta y desértica campiña nacional. Abril de playa, donde por tradición, corremos hacia las aguas ancestrales, al mismo tiempo que nos movemos entre cánticos, procesiones y cultos. Sol y mortificación castigan las espaldas de los penitentes en la calle de la amargura y de la redención.
Nuestra volcánica geografía se vuelve desolada, arrasada por las altas temperaturas, que sólo prefiguran otras más intensas. Pronto también, el bienhechor invierno dará de beber a esta sedienta tierra.
Y es, en este abril majestuoso de atardeceres y de cantos de cigarras, donde celebramos la fiesta del libro, que en nuestro medio, por desgracia, no tiene el realce merecido, a diferencia de otros escenarios, regionales y continentales, donde las ferias bibliográficas, constituyen verdaderos patrimonios locales, con presentaciones de textos, conferencias, talleres y un sinfín de actividades culturales.
Una verdadera maravilla en ellas, son las ventas de libros de viejo; los amados libros de segunda, auténticos tesoros, misterios que esperan el ojo que los libertará de las tristes pilas donde yacen amontonados e inmóviles. Mi padre no era muy amigo de ellos, tenía un prejuicio de índole profiláctico, imagino que –posiblemente- en su niñez o juventud, se formó en su mente la idea que alguna enfermedad podía contraerse mediante su contacto. Sin embargo, había adquirido algunos que guardaba con gran aprecio, y que me legó. Entre ellos conservo una biografía de Abraham Lincoln de Emil Ludwig, que compró en 1937 -cuando era un adolescente- en la tienda del legendario librero don Albino Reyes Villegas, mejor conocido como «el choco Albino».
Por insistencias mías, en una ocasión, visitamos la librería «Publicaciones Antiguas» de don René Girón, donde adquirimos algunos volúmenes. Yo era prácticamente un niño, cuando me hice amigo de don René, y cliente frecuente de su negocio. Así lo seguí, fascinado por su móvil mercancía, en su peregrinar por los vetustos barrios de San Salvador. Don René era un gran recitador, que dramatizaba con vehemencia, poemas y cuentos nacionales. Por cierto apareció en varias ocasiones en la televisión educativa de los años 70.
El recuerdo de la insistente negativa de mi padre ante los libros de segunda, me alejó de ellos por largo período, hasta hace unos veinte años, cuando seducido por formidables hallazgos, me volví un empedernido y obsesivo buscador.
En esas andanzas, mis grandes proveedores han sido algunos eficientes libreros de San Salvador, como don Jesús Castillo Villegas de «Segunda Lectura»; doña Lydia de «La Casa del Libro», y en los últimos tiempos, don Nicolás, instalado entre la Calle Rubén Darío y la 9ª. Avenida sur y don René Martínez de «Variedades Yoko». Por supuesto que en Santa Tecla, no han faltado los singulares buquinistas, ubicados a inmediaciones de la Iglesia de Concepción.
Abril se va, pero los libros y el calor, se quedan. ¡Hay que seguirlos disfrutando!

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