Myrna de Escobar
Podría parecer una afirmación curiosa, pero no lo es. A causa del virus, todos hemos muerto a la cotidianidad de las cosas. Muestra de ello es el cubre bocas que portamos para cuidarnos de contraer el COVID-19. Adquirir la enfermedad es una ruleta rusa donde nadie sabe cómo le afectará hasta que se enferma o en el peor de los casos se pierde un ser querido y se debe enterrar en un protocolo diferente.
En el ámbito educativo, no es la excepción. Los salones vacíos dieron paso al aula virtual donde el proceso de enseñanza y los alumnos son ficticios, irreales. La interacción con el alumno es fría, robóticas. Al respecto y como educadora de escuela me permito hacer algunas consideraciones importantes para entender las repercusiones que ha tenido el fenómeno de la pandemia en el sector educativo, tanto a nivel privado como público.
1. La pandemia nos arrancó del aula a maestros y alumnos, y si ya era un reto mantener el interés del alumno en las aulas, hoy lo es mucho más. Al tener los jóvenes un pensamiento divergente y no estar a la vista del maestro, nada garantiza que son ellos los que realizan el trabajo. La tecnología se presta para el intercambio de respuestas y/o trabajos, en un grupo de chat, por ejemplo. Lo anterior lo atestigüé tantas veces en un grupo de WhatsApp donde los futuros técnicos de una carrera se ponían de acuerdo sobre quién sería el primero en completar un examen y pasar la copia al resto. Luego se felicitaban de haber obtenido 9 o 10 en la evaluación. En otras ocasiones los maestros hemos recibido exactamente la misma tarea 4 o 5 veces. Con la facilidad del internet la información está ahí a un paso de copiar y pegar. Muchos ya no se toman el tiempo de leer. Nada más descargan el resumen.
2. No estábamos preparados para enfrentar el virus. Ningún país del mundo lo estaba y el celular en manos de nuestros niños, adolescentes y jóvenes dejó de ser un juguete de entretenimiento para convertirse en una herramienta de recepción y envío de tareas. Eso dejó de ser gracioso para los que aún en el aula no trabajan. Ellos optaron por ignorar el año escolar para continuar muy activos en sus redes sociales o jugando hasta altas horas de la noche, como lo hemos constatado quienes llegamos hasta bien entrada la noche planificando clases. La mayoría de maestros continúan realizando un trabajo bien escudriñado por la dirección escolar y el Ministerio, pero sin el acompañamiento de los padres negligentes poco o nada puede hacer el docente.
3. La privacidad del hogar se perdió al convertirse éste en un lugar de trabajo, y desarrollar una clase desde ella implica reguardar a la mascota o a los niños de la video clase. Si hay sólo un televisor en casa y hay tele clase, alguien deberá perderse el capítulo. Si pasan los vendedores a toda hora voceando sus productos se escuchará en el audio que se está grabando. ¿Y qué decir del aullido de los perros, los trabajos de construcción en casa o en los alrededores, las discusiones familiares, los lloriqueos y berrinches internos o externos a la hora de recibir y/o preparar la clase? En definitiva, la pandemia ha irrumpido en los hogares robándonos la autonomía de hacer las cosas. Ahora, maestros y alumnos, deben cuidarse de aparecer presentables ante las cámaras o el audio mientras se recibe o se imparte una clase.
4. La educación virtual representa un costo económico para las familias que se vieron obligadas a firmar un contrato de internet residencial o poner saldo al celular. Aunque para los menos aventajados el Ministerio de Educación imprime guías semanales, es una realidad que muy pocos las resuelven, la gran mayoría ni siquiera llega a recogerlas.
Tener internet en casa es un esfuerzo que no todos los estudiantes aprecian, continúa siendo un distractor y muchos padres creen que el alumno está enviando tareas cuando lo que hace, en realidad, es perder el tiempo en el chat. Para nuestros alumnos con déficit de atención, esta nueva forma de aprender riñe con sus intereses y prefieren darle la espalda a un futuro que se aproximó desde muy lejos, en un abrir y cerrar de ojos, con la pandemia.
5. Darnos cuenta que nuestros mejores alumnos de las escuelas públicas han abandonan sus estudios por la crisis del desempleo a raíz de la pandemia, es muy triste. Una vez reciben el primer salario muchos adquieren sus propios compromisos familiares, se acompañan o se vuelven padres o madres de familia sin darle continuidad a su formación básica.
6. Para el maestro del sector público, la pandemia representó un reto tecnológico importante al ser capacitado en el uso de la plataforma Google Classroom, pero eso no significa que todos los alumnos cuentan con una computadora y servicio de internet en los hogares. Algo que se espera superar el próximo año, — según las autoridades de educación. Claro está que con el internet todo está a la mano, se ahorra en papelería, pero se ha incrementado la factura eléctrica en los hogares de docentes y alumnos.
En lo particular, yo morí al paralizarse el trabajo en el aula física. Atrás quedaron mis visuales favoritos, el bolso de tareas a revisar, mis trajes, mis zapatos, mis carteras, mis carreras a la parada del bus, el abrazo cariñoso de mis alumnos de primaria, la bienvenida de los compañeros docentes, la tacita de café en el cafetín de la escuela; las risas en los corredores de la escuela. Atrás quedó todo.
Ahora, sentada frente al monitor, reflexiono en la importancia de nuestro trabajo en el aula, con todo y sus carencias, problemas y debilidades. Los maestros representamos la escaza guía que el docente puede aportar a los alumnos que son mal influenciados en sus hogares, como el de la niña de sexto grado que se acompañó durante la pandemia descuidando sus estudios, y siendo una niña de notable capacidad académica. Lo anterior siempre será una dura lección para cualquier maestro, aunque el embarazo precoz es tan común en nuestra sociedad.