Orlando de Sola W.
Desde hace años se viene hablando sobre la conveniencia de eliminar la Fuerza Armada de El Salvador, como se hizo en Chapultepec con la otra fuerza beligerante y como lo hicieron en Costa Rica y Panamá, en 1948 y 1989, por distintas razones.
Conviene recordar que los riesgos y amenazas no desaparecen con la eliminación de los organismos de defensa, como tampoco la necesidad de disciplina, orden y lealtad, que no son facultades exclusivas de organizaciones militares, sino hábitos necesarios para sobrevivir.
Platón escribió sobre esos temas en Atenas, hace mas de 25 siglos, donde se hablaba en griego de reyes, filósofos y guardianes, pero siglos después, cuando la tradujeron al inglés, la Comunitas fue convertida en República, que es una palabra latina.
Reconocemos los méritos de Atenas, pero debemos recordar que su democracia fue breve y limitada, terminando en la elección de Pisístrato, el primero de una serie de tiranos que, a petición del pueblo pusieron orden en Atenas, como mas tarde lo harían los dictadores en Roma. Recordemos también que sin Esparta, su militarizada rival, Atenas no hubiera podido defenderse de la invasión persa.
Esa tensión entre tiranía y democracia se mantiene hasta nuestros días con la necesidad de buena conducción. Contraponemos lo colectivo a lo individual, la obediencia a la libertad y nuestro destino personal la comuna. Por eso el dilema del militarismo, cuya jerarquía, orden y disciplina son necesarias para ciertas cosas, pero estorban otras, como la libertad y la justicia, que depende de esta.
“El ejército vivirá mientras viva la república” es la frase que atribuimos a Manuel José Arce, prócer de la independencia y líder del intento de anexión a Estados Unidos, para evitar la anexión al Imperio Mexicano de Iturbide, fusilado en 1823.
Casi dos siglos después, la república sigue amenazada y el ejército (ahora Fuerza Armada) también; no por invasión extranjera, sino por desorden, indisciplina, deslealtad y otros defectos salvadoreños. El ejército rebelde, o subversivo, como se llamó entonces, se levantó para tratar de paliar esos defectos, pero no pudo. Ahora trata de hacerlo con votos, pero la amenaza sigue. No ha cesado porque las causas son las mismas, como señaló hace años la Comisión Nacional de Desarrollo, siendo la pobreza estructural, la marginación socio-cultural y la forma viciada de hacer política nuestras principales amenazas.
Los defectos persisten, pero se han acentuado por la nueva etapa geopolítica mundial, donde antiguos rivales chocan en nuevas fronteras, no solo en los Balcanes, el Cáucaso y el Levante, sino en América, donde bloques y alianzas regionales se enfrentan por el poder, cuyo nombre en Latín es imperio.
No se puede desmilitarizar una zona amenazada porque ello implica renunciar al orden, la disciplina y la lealtad jerárquica. Pero el militarismo también amenaza nuestra natural libertad, que nos obliga a desobedecer órdenes que provienen de sistemas injustos. Uno de ellos es el mercantilismo, que se basa en favores, ventajas y privilegios. El otro es el socialismo, que pone el control de los factores de producción, incluyendo personas, en el estado. Nuestra vida, libertad y propiedad quedan sujetas a una minoría que se autodenomina altruista, o generosa, pero que, igual que el mercantilismo, explota desde el estado los recursos naturales, los bienes de producción y las personas, que somos la razón de ser del estado amenazado.
¿Dónde encontraremos las fuerzas vitales para defendernos de las múltiples amenazas, internas y externas? ¿Donde están los medios para hacerlo? La respuesta no está en el presente sistema de organización social, ni en los frustrados regímenes del pasado. Depende de como nos reorganicemos para proteger nuestros derechos individuales y perseguir el bien común.
Esto no significa defender el antiguo régimen mercantilista, cuya incapacidad para gobernar con justicia es evidente, ni defender el neo-socialismo, que desemboca en violación de derechos individuales. Significa defender el humanismo, que es el respeto a la vida, libertad y propiedad de todos, especialmente de nuestro cuerpo, pensamientos y sentimientos, sin distingos de clase, posición, o condición, lo cual implica reducir las desventajas, desigualdades y desesperanzas, con o sin militarismo.