Washington/AFP
Rob Lever
A medida que crecen las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China a golpe de tasas aduaneras, aumenta el temor en el sector tecnológico estadounidense de que la crisis les pase factura.
Nunca antes una guerra comercial entre los dos gigantes apareció tan cercana.
El viernes, Pekín se mostró inflexible ante la última ofensiva del presidente estadounidense Donald Trump, que amenazó con triplicar los aranceles a las importaciones provenientes de China, un país al que acusa, entre otras cosas, de robo de propiedad intelectual.
Por el momento, el sector de la alta tecnología no se ha visto directamente afectado por los nuevos gravámenes pero algunos de sus principales representantes temen convertirse en víctimas colaterales de esta guerra comercial debido a que Estados Unidos y China son los países más importantes del sector.
Las guerras comerciales «no son controlables ni previsibles» y «siempre hay daños colaterales», señaló Ed Black, director de la Asociación del Sector Informático y de las Comunicaciones, que agrupa a grandes grupos tecnológicos como Amazon, Facebook, Google o Netflix.
Aun si el gobierno estadounidense «identificó de manera pertinente algunos de los problemas» relacionados con los intercambios comerciales con China, «olvidó todos los problemas que deben enfrentar las empresas de Internet cuando trabajan con China».
La ofensiva de Washington podría «debilitar todo el comercio internacional», alertó Black.
Las relaciones entre las empresas tecnológicas y China son muy complicadas desde hace tiempo, por temas como la censura, los derechos humanos, el derecho laboral y el robo de secretos comerciales.
Google cerró en 2010 la versión para China de su motor de búsqueda tras descubrir que las cuentas de los militantes de derechos humanos chinos habían sido pirateadas, mientras Pekín prohibió operar en el país a algunas plataformas de Internet basadas en Estados Unidos, entre ellas Facebook.
El dilema para las empresas digitales se resume a menudo entre someterse a las restricciones impuestas por el gobierno chino, que vigila estrechamente los contenidos difundidos en la Internet local, o renunciar a este enorme mercado de 1.400 millones de habitantes.
Apple aceptó recientemente localizar en China sus servidores de almacenamiento en línea («cloud») que contienen las informaciones de sus usuarios chinos, mientras la plataforma de locaciones turísticas Airbnb indicó que compartirá los datos de sus clientes con el gobierno chino.
Inconveniente
Susan Aaronson, especialista de comercio digital internacional en la Universidad George Washington, explica que el nervio de la guerra son precisamente los «datos», ese nuevo oro negro que está en el centro del modelo económico de los gigantes de la tecnología.
Las empresas estadounidenses luchan en particular para asegurarse la supremacía en el terreno de la inteligencia artificial, dice la profesora, y para ello necesitan acumular datos, incluso de China, que cuenta 1.400 millones de habitantes.
La inteligencia artificial supone que las computadoras aprendan solas a efectuar nuevas tareas tras analizar montañas de informaciones.
Algunos expertos estiman que si bien se justifica criticar ciertas prácticas comerciales de Pekín, las tasas estadounidenses a las importaciones provenientes de China podrían volverse peligrosas.
Es el caso de Stephen Ezell, vicepresidente del think tank «Information Technology and Innovation Foundation», para quien con estos aranceles «los consumidores y las empresas van a pagar más caro a largo plazo».
«Tenemos que colocar a China en la mira pero no en detrimento nuestro», puntualizó.
En cambio, para Patrick Moorhead, del bufete Moor Insights & Strategy, en Silicon Valley muchos «aplauden secretamente» la voluntad estadounidense de hacer frente a este tema tras años de frustraciones.
«Los estadounidenses no pueden ser propietarios de empresas en China, deben crear joint ventures, lo que supone que deben compartir la propiedad intelectual», destacó.
Sin embargo, Moorhead teme que los aranceles recíprocos, si se aplican a los aparatos electrónicos, a menudo concebidos en Estados Unidos pero fabricados en China con componentes venidos de muy diversos países, puedan ser perjudiciales para todo el mundo.