Padre:
¿Es verdad que monseñor Romero atendió a su madre antes de morir?
Un día, sildenafil cuando ya mi querida madre estaba grave, view dijo que necesitaba el auxilio de un sacerdote. Me dije: ‘Quién mejor que su hijo”. Me fui a su lecho de enferma, pero estando frente a ella, sentí un inmenso dolor y miedo quizás de quedarme sin ese cariño único de una madre. No fui capaz de administrarle la unción de los enfermos; un nudo en la garganta me lo impidió. Por gracia de Dios, estaba allí monseñor Oscar Arnulfo Romero.
Le pedí a monseñor que me ayudara con el ritual a mi madre, a lo que él dijo: ‘Sí, sí, con mucho gusto’, y procedió a practicarle el sacramento de la unción de los enfermos. Tres días después, mi madre murió en el hospitalito La Divina Providencia, donde asesinaron al obispo Romero. En ese momento, nadie podía imaginarse que monseñor Romero, como popularmente le llamábamos, se convertiría en mártir al siguiente año. Me quedó la satisfacción de que este hombre abnegado y santo auxilió a mi madre en sus últimos momentos; incluso hizo referencia a este hecho en su homilía del 25 de febrero 1979 domingo 8o. del Tiempo Ordinario; Lecturas, Oseas 2, 14b 19-20,2ª Carta de Corintios 3, 1b-6,Marcos 2, 18-22
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HECHOS ECLESIALES
Es aquí donde yo quisiera ahora recordar, que esta Iglesia donde Cristo vive como novio, como esposo, no es una Iglesia abstracta. Yo quisiera que sintieran como presencia de Cristo lo que ha sido la historia de esta semana dentro de nuestra Iglesia. Por ejemplo: Quiero expresar un sentido pésame al P. Sebastián Martínez, Somasco, por la muerte de su querida mamá, doña Teodora de Martínez”.
Padre Sebastián, a usted todos lo recordamos por su atención a los refugiados de la guerra.
¿Cómo fue que la congregación se dedicó a esta obra de misericordia?
A principios de 1980, cuando crecieron los movimientos populares de resistencia, que luchaban por una nueva sociedad salvadoreña, al mismo tiempo arreció la represión de la oligarquía por medio de la mayoría de los aparatos estatales represivos con el movimiento insurgente. Fue entonces cuando comenzó el terrible éxodo de miles de refugiados. Los más ´pobres de ellos acudieron a las iglesias católicas en busca de albergue y ayuda.
Ante esta situación, monseñor Romero suplicó a las comunidades religiosas que abrieran las puertas para albergar a quienes no tenían adonde ir porque habían perdido sus viviendas, familias y todas sus pertenencias, gente que lograba huir de las zonas conflictivas.
Alrededor del 8 o 10 de marzo / 1980, fue enviado a nuestra comunidad religiosa, de parte del Arzobispado, el entonces joven Guillermo (Pikín) Cuéllar con la solicitud de monseñor Romero. En el diálogo se le preguntó a Pikín por cuánto tiempo sería la ayuda, a lo que él contestó que era impredecible.
Los religiosos somascos discutimos luego en comunidad la solicitud y, con las naturales reservas e interrogantes, incluso alguna comprensible oposición, se dijo que sí y pusimos a disposición el entonces seminario menor, que estaba en lo que hoy es la residencia universitaria.
Las primeras familias de refugiados llegaron el 13 de marzo de ese mismo año. Fueron alrededor de ochenta personas; pobres, casi todos de la zona de Monte San Juan y Cuscatancingo, de Cuscatlán. La mayoría eran mujeres con muchos niños, y solo llevaban unos pequeños tanates de ropa. Fue un drama terrible. Los religiosos somascos fuimos los primeros que pusimos a las órdenes nuestros espacios.
Continuaremos este relato la próxima semana
no se olviden de su Diario Co Latino
Por el Pc-surv
Lucy Ortiz