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Segunda Ilustración: sobre los hombros de una mujer gigante

por Carlos Bucio Borja

A mamá.

Un acontecimiento familiar reciente me hizo sentir como un niño sobre los hombros de mi madre, y al mismo tiempo, el peso del mundo sobre mis pasos hacia algo desconocido. Es una sensación que evoca un paralelismo con el desamparo existencial que, aunque no siempre percibido, debieron experimentar los pueblos indígenas de América el 12 de octubre de 1492.

Mientras escribo estas líneas, un torbellino de procesos políticos regresivos avanza por el mundo. Los teléfonos inteligentes son más inteligentes que millones de humanos desde hace más de un lustro, y diferentes tipos de inteligencia artificial continúan su inexorable avance, materializando los mitos de Yan Shi, Pigmalión, Hefesto, el Gólem, y más recientemente, las fantasías de Mary Shelley Wollstonecraft —Frankenstein—, Čapek —R.U.R.—, Arthur C. Clarke —Odisea Espacial 2001— y Philip K. Dick —¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Si bien las ideas libertarias y justicieras subyacentes en la Modernidad tienen sus orígenes en gestas, aspiraciones y expresiones culturales dispersas y hoy poco conocidas, estas se consolidaron como movimientos, proyectos y programas plasmados en la Ilustración europea y americana de los siglos XVIII. El ciclo de revoluciones y luchas de liberación nacional que se impulsaron entre los siglos XVIII y XX se inspiraron en el movimiento ilustrador, a pesar de que el ascenso del terror militar industrializado, los totalitarismos y los fundamentalismos religiosos del siglo XX y XXI opacaron y hasta revirtieron el espíritu ilustrador. A este respecto, debemos leer con atención las reflexiones de Theodor W. Adorno y Max Horkheimer en su Dialéctica de la Ilustración.

Hoy, como he indicado antes, tal como ya lo lamentaban Adorno y Horkheimer en su obra mencionada, pero también Hannah Arendt en Crisis de la República y Los orígenes del totalitarismo, la Ilustración implica una tensión dialéctica contra su opuesto: el ascendente oscurantismo regresivo. Esta contraposición oscurantista es encabezada desde hace unos meses por la nueva expresión imperial estadounidense liderada por Donald J. Trump, una manifestación mayor de su representación bananera en América Central, el dictador Nayib Bukele.

Mientras tanto, conforme avanza la inteligencia artificial en los mayores centros imperiales del actual estadio capitalista —Estados Unidos, China y los nuevos imperios corporativos como Google, Meta, Tesla, Space X, X, etc.—, la mayoría de las personas alrededor del mundo simplemente se deslumbran, y apenas un pequeño porcentaje se percata de que el nuevo momento económico, que economistas como Cédric Durand y Yanis Varoufakis han denominado tecnofeudalismo, se basa en la acumulación de capital digital generado por la renta producida por billones de usuarios —los nuevos siervos— en las redes y plataformas digitales. Este fenómeno amenaza aceleradamente millones de empleos, al punto que empresas como Google ya están prescindiendo de ingenieros y programadores, sustituidos por agentes operativos basados en inteligencia artificial. Aún más complicado es la posibilidad de una singularidad tecnológica, en la que una o varias inteligencias artificiales generales tengan la capacidad de desarrollar autonomía, ejerciendo así una nueva forma de dominio imperial, no ya de Estados humanos sobre otros Estados y pueblos, sino de autómatas creados por nosotros sobre nosotros.

Recientemente, trascendió de este plano existencial mi madre, la economista marxista Lilian Borja Figueroa. Con ella y a partir de ella encontré por primera vez la Ilustración en sus diferentes expresiones, las más conocidas —Rousseau, Voltaire, Descartes, Kant, Hegel, Marx—, pero también otras menos reconocidas como parte de este movimiento, entre quienes cuento a Maimónides, Avicena, Nezahualcóyotl, Sor Juana Inés de la Cruz, Cervantes y otros. Como he indicado antes, su ausencia, después de más de cinco décadas compartidas, me produce el sentimiento de un niño caminando sobre los hombros de una gigante, en un terreno pantanoso cuya densidad me pesa. Este mundo pantanoso es el de la convergencia de los nuevos imperialismos, el tecnofeudalismo y la amenaza existencial de una inteligencia alienígena producida por nuestros propios ímpetus y ceguera.

Caminar y sobrevivir en este nuevo camino pantanoso —liberarnos con dignidad de los nuevos imperialismos y tiranías locales que nos acosan y oprimen— demanda un nuevo proyecto insurreccional y revolucionario, y este, a su vez, una segunda Ilustración que nos guíe en la nueva era.

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