Nasiriya / AFP
Cientos de iraquíes bloquearon el domingo, por segundo día consecutivo, el acceso a un campo petrolero del sur del país, donde varias ciudades siguen paralizadas por un movimiento de protesta que empezó hace tres meses.
El campo de Nasiriya, a 300 km al sur de Bagdad, que produce 82.000 barriles diarios, está cerrado por una sentada de los manifestantes, que reclaman empleos, indicaron responsables del sector petrolero.
Se trata de la primera suspensión de la producción de un campo petrolero en Irak, segundo productor de la OPEP, desde que empezaran las manifestaciones contra las autoridades, acusadas de corrupción e incompetencia, y su socio iraní, el 1 de octubre.
«No tendrá ningún impacto en la producción y las exportaciones porque la sección de la compañía nacional de Basora va a compensar esas pérdidas», aseguró este domingo el ministerio del Petróleo en un comunicado.
Dos días de interrupción -es decir 164.000 barriles no producidos- representan una gota en las exportaciones iraquíes, que ascienden en promedio a 3,6 millones de barriles al día.
En el sur del país, la mayoría de las administraciones y las escuelas llevan cerradas desde hace más de dos meses de forma prácticamente ininterrumpida.
Este domingo, en Diwaniya, los manifestantes declararon de nuevo una «huelga general» para presionar a las autoridades.
También se registraron varias manifestaciones y piquetes de huelga también en las ciudades de Kut, Hilla, Amara y Nayaf, constataron corresponsales de la AFP.
A raíz del movimiento, el primer ministro Adel Abdel Mahdi dimitió a finales de noviembre, pero desde entonces las principales instituciones no han logrado un consenso sobre quién debería sustituirlo.
El jueves, el presidente iraquí, Barham Saleh, amenazó con dejar su cargo ante la parálisis política, provocada en parte por la presión de los grupos pro-Irán.
Saleh se resiste al bando pro-Irán, que quiere colocar en el puesto de jefe de gobierno a su candidato: un ministro dimisionario y gobernador controvertido.
Esta resistencia «nos anima a continuar nuestro movimiento pacífico hasta obtener todas nuestras reivindicaciones», aseguró Usama Ali, un estudiante que protestaba en Nasiriya.
Los manifestantes reclaman el fin de la corrupción, que en 16 años ha consumido dos veces el PIB de Irak, y del sistema electoral de repartición de puestos en función de etnias y confesiones.
Además piden la renovación de una clase política que lleva en el poder desde 2003, cuando el dictador Sadam Husein fue derrocado tras intervención militar estadounidense.
Los actos violentos que empañaron la protesta dejaron casi 460 muertos y 25.000 heridos, manifestantes en su mayoría.