9 de febrero
Bajaba de la luz como una santa deprimida y me encontraron. Desde entonces, el espacio no ha sido más una sombra. Íngrima, tal vez conmovida, tal vez maldita, he venido sin mí.
El tendedero
a Fernando Vanegas
Hermano, el alma de lo bello era la memoria.
Esta acera será la misma siempre.
Esta palabra lacerada, esta palabra que persiste a través
de la ciudad y las noches que ondulan sin destino en nuestros pasos
forma un torbellino que se desvanece.
Páginas y páginas enteras en las que floreció cada fracaso. Éramos, somos los mismos.
Esta acera será la misma siempre, tendidos en ella abrimos el libro de Ramírez Murzi
ausente tras su Viernes Santo bañado de fantasmas la caligrafía de Vallejo
fue su espejo la caligrafía deshecha de Vallejo como una lengua muerta fue su espejo
y el de Seferis y el nuestro también asombroso desposeído espejo
en que las mismas noches viajan a quemar algún retorno posible.
Harlem, como Santiago, tiene color de fantasma recitaba Cristian
pocos lugares adonde ir, nadie te dice que no te metas en problemas
recitaba Cristian.
Soñábamos con partir lejos, muy lejos, en la casa de Ana,
escuchando aquellas líneas desterradas, moribundas,
leyendo las anécdotas de Cristian Pérez, el chileno.
Qué es lo que se extiende más allá qué es lo que pulula en el ruido del viaje
estrellas, luciérnagas, serán las casas del Ocho de diciembre y sus alas que se cierran
que caen como un párpado sobre la noche intactas.
¿Alguna vez has sentido que ser poeta no es lo tuyo? Todo el tiempo
todo el tiempo
todo el tiempo
todo el tiempo
todo el tiempo
todo el tiempo.
Recordamos para mutilar el tiempo
para tallarlo como una piedra ahogada al fondo de otro mar,
escribimos para dejarlo en blanco para que junto a la tarde no vuelva
para que los pasillos de la Biblioteca Pública no desaparezcan con Luis José y Pisanu
para que tal vez los días sean diferentes y las noches más aceleradas y largas y no violentas
y no un silencio y no un estrépito silencio que escupimos con el corazón en la punta del odio.
Tu puta madre te quiere devorar
tus hijos te quieren devorar
tu país te quiere devorar
el señor de la buseta te quiere devorar recitaba Cristian, despacio
recitaba Cristian.
Y robamos libros que jamás leímos
y fumamos marihuana delante de Robert en el regocijo de sus nueve años
mientras decíamos que Mérida era el destino de los muertos
mientras decíamos que Josué
que Pablo
que Sury que Sacha
que Diego
que Manuel que las palabras se graban en la pérdida de tantas cosas que aún nos pertenecen
aturdidas en la inclemente poesía.
Mudo nudo
Con escalofrío, la lengua se levanta a barrer la casa.
Cepilla su desganado cuerpo, pintarrajea su músculo
ausente de vértebras.
Hoy es lunes clarividente, y hay que barrer la casa,
piensa ella.
La casa de la lengua no es robusta,
sus paredes son blancas y verdosas,
su sala cristiana nos mira, nos mira girar
pasillos delgados como sombras.
Simbólica no es, herbívora de luz, ¿é?
La lengua, ¿una máscara vaciada?,
¿una cáscara neurótica?
La lengua tiñe cosmética su atareo,
¿ustedes le dijeron algo? Díganle la verdad,
porque estoy tan solo, quiero decir, tan sola la lengua está
que inventa una deshabitada acentuación,
un oportuno corte.
Barre la casa y escucha canciones de su tierra.
La tierra de la lengua es exterior a su cuerpo
pero la realidad le impone.
¿Le impone?
La realidad turbulenta le impone sucesos.
Su bisabuela, por ejemplo, murió el martes pasado.
Y la lengua lloró solitaria en unas escaleras
frente a los árboles.
Lloró lágrimas peculiares, casi históricas,
lágrimas que trémulas cayeron por sus aftas.
Quiero decir, lágrimas como luceros, como perros ladrando.
Este mes pretende ser exageradamente ningún lugar
para la lengua.
Pero hoy, lunes, con su escoba amarilla
empuja el polvo, empuja inconsciente viejos restos,
materias estiradas por el suelo.
Hace días que la lengua no barre.
Hace días que no ve a nadie, que no habla con nadie.
Pero hoy es lunes de imágenes sumergidas,
de objetos desmoronados como sonidos vastos.
Pastosa está ella, cada papila camina por un vocablo diferente,
fracturado.
Cada una recorriendo surcos, descifrando grafías en los escondrijos.
Se asemeja a lo que empuja.
Empuja el barro al aire.
Empuja, empuja su raíz delicada, diría transparente.
El aire es la semilla de la lengua.
Barre y barre arañas encantadas.
Les dice: quiero ser destejida por la oscuridad.
Y todo esto nos confunde
porque primero va la sombra, luego la lengua.
Primero va la sombra arrastrada por la luz que filtran las ventanas.
La sombra de la lengua no es un racimo
pero es una cosa.
Una anquilosada cosa,
una cosa que tiende su espectro,
su macabra desnudez en las superficies.
Superficies, superficies camuflan su presencia.
Ya no viste igual.
Sus trapos descansan como esqueletos en urnas.
O eso imagina cuando los ojos la suturan entera,
torpe al trabarse sin justificación.
También imagina que es una multitud muda,
que un panteón celeste aguarda en la profundidad de lo que barre.
Allí el sol como una luna cortada nace de la tierra,
paciente para el mirar.
Luego olvida.
Luego fisura la mañana con ociosas preguntas,
¿soy una piedra?, ¿soy una piedra escrita
en un libro?,
¿soy una piedra ladrada en una página?,
¿soy una piedra repetida?
Ninguna piedra es igual a otra.
¿Acaso, tan siquiera, he entendido
a la piedra?
Al vagarla la he vuelto un crematorio de enigmas.
Parla, parla cuando desplaza por sueños al fumador
en la boca de la puerta.
¿Con quién habla?, ¿qué le dice?
Este lunes hay tanto silencio.
Recoge tímida sus dudas.
La lengua, como una tortuga, se esconde en sí misma.
Cemitério da Saudade
a Saulo Marino
Alabo el tigre que me observa cubrir la espalda de mochilas.
Sus pezuñas sobre la tierra.
Su ojo multicolor salpicado en mi calavera estelar.
Detenido en Campinas, tras un vidrio celeste, deletreé: Cemitério da Saudade.
El animal lamía sus garras pausadamente.
El tigre como una línea de polvo.
El tigre como una línea de pájaros bordando el camino.
Me aguardó al bajar del bus.
He regresado.
Bienvenida, lluvia.
Bienvenido a este lugar.
Entonces mis primeras pisadas en São Carlos se extendieron con la noche.
Una chaqueta oscura, unas botas viejas para cubrir el canto de estrellas.
De onde você é?
Era un palacio abandonado envuelto en mi cabeza, ¿no?
Al fondo estaba el huerto, la pequeña estatua que relató para mí
su danza de floresta.
Iremos hacia la tierra de tu padre una mañana.
Los niños saldrán a las calles.
La estación de tren abandonada lucirá como la garganta de un fantasma.
Desnudas estarán las puertas con tu grito.
Mi padre sembró todos los árboles.
Mi padre es un árbol soñando la noche que camina.
Mi padre canta junto a mí.
Esta lámpara ascendiendo en el espacio por mi voz.
Esta lámpara que alumbra mi ojo silvestre,
mi sed vidente de caminos.
Ven a mi casa, las hojas del cuaderno esperan infinitas.
Esperan, esperan. Palabras como claveles pronunciadas por el fuego.
Palabras desatadas, roncas, despejadas en los campos.
Palabras como manos desordenando las tejas, preguntando a puntapiés
el sentido de las cosas.
Palabras nómadas curando el sur de esta ausencia.
Ven a Itirapina, hermano.
Itirapina es un acordeón negro.
Ven a mi casa, conoce a Adoniran Barbosa,
su sombrero que bautiza la ilusión de mi juicio,
sus notas gemelas al gravitar profunda esta visión.
Siempre estaremos aquí.
Jesús Montoya (Venezuela, 1993). Es Licenciado en Letras mención Lengua y Literatura Hispanoamericana y venezolana por la Universidad de Los Andes y Magíster en Estudios Literarios por la Universidad Federal de São Carlos, universidad donde actualmente cursa el doctorado en la misma área. Ha publicado Las noches de mis años (Monte Ávila Editores, 2016, Premio de Obras para Autores Inéditos) y Hay un sitio detrás de los incendios (Valparaíso Ediciones, 2017, I Premio Hispanoamericano de Poesía “Francisco Ruiz Udiel”).
Selección por: Claudia Jiménez
Psicóloga, actriz y gestora cultural