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Semana de las víctimas

José M. Tojeiraa

La Semana Santa conmemora y recuerda a una víctima inocente, Jesús de Nazaret, que pasa por este mundo haciendo el bien; es enjuiciado por los poderes religiosos, económicos y políticos de su tiempo; y crucificado en medio de dos rebeldes políticos, que esos eran los que llamamos habitualmente ladrones. Roma no crucificaba ladrones, sino que generalmente los condenaba a la esclavitud. La cruz estaba reservada para crímenes más graves, como eran los de la rebeldía contra el imperio. Basta recordar la larga fila de crucificados a la entrada de Roma, se calcula unos seis mil, cuando Espartaco fue derrotado y sus hombres eliminados en cruz, muchos de ellos además, convertidos en antorchas humanas. Jesús muere en uno de los suplicios más brutales y degradantes de su tiempo, simplemente por poner el amor al prójimo por encima de cualquier otra realidad humana, porque a eso le llevaba su cercanía amorosa con el Padre Dios: amar y servir. San Pablo dirá más tarde que siendo rico (Hijo de Dios), se hizo pobre (ser humano) por salvarnos a todos. Asumió la mayor pobreza que puede darse, que es la de la víctima inocente aplastada por la soberbia del poder.

En ese sentido, si celebramos a una víctima por excelencia, podríamos decir que la Semana Santa, debe ser un tiempo de rememoración de las víctimas y de reflexión. Los que somos cristianos, debemos trabajar por redimir y salvar a un mundo que crea sistemáticamente víctimas. Y por supuesto, apostar en favor de las víctimas, defender sus derechos y avanzar hacia ese Reino prometido por Jesús, en el que no habrá lágrimas, pues Dios las enjugará desde su amor de Padre. Las diversas tradiciones, la alegría de los ramos el domingo del mismo nombre o la procesión del silencio el viernes santo recordando el dolor de la muerte de Jesús, no hacen sino llevarnos a la alegría del resucitado. Nos conducen, en definitiva, a una fe liberadora en la que se nos dice que el amor, la generosidad y el servicio, si bien comparten cruz y sufrimiento, terminarán siempre por triunfar. Y ya han triunfado inicialmente en la persona de Jesús resucitado.

Desde este contexto no podemos celebrar adecuadamente la Semana Santa, si no tenemos en cuenta a las víctimas de la historia actual. Los migrantes, los torturados por poderes autoritarios, los muertos en las diversas guerras que sacuden nuestro mundo, los trabajadores mal pagados, las mujeres abusadas, los desplazados forzados, los ancianos sin cuido y abandonados, los niños y niñas explotados, mal alimentados o mal tratados, son parte de ese universo de víctimas que nuestro mundo continúa produciendo. Siendo seguidores de una víctima injustamente condenada a muerte, nos toca consolar, solidarizarnos, luchar pacíficamente contra toda injusticia y forma de poder que cause víctimas. Tal vez nos parezca esto exagerado. Pero tanto el Evangelio como la Iglesia, nos pide expandir el reinado de Dios en la tierra y ello pasa por la defensa de la vida, la verdad, la justicia y la paz.

La Semana Santa es tiempo de vacación. Vacación significa: libertad respecto a las obligaciones ordinarias y capacidad de poner el tiempo de vacación a favor de otras tareas, como el descanso, la reflexión, la diversión, la creatividad humana o la oración. En esta sociedad consumista e individualista, la vacación se suele entender con frecuencia como tiempo de derecho al exceso y a la diversión, muchas veces loca y vacía. El descanso es necesario en esta sociedad competitiva, excesivamente tensa y reglamentada. Pero el descanso debe aprovecharse siempre para crecer como persona humana, para evaluar los dinamismos de la propia vida y para encontrar desde la paz el sentido de la misma. La Semana Santa nos ofrece a todos la oportunidad de iluminar nuestras vidas, desde la luz del Maestro de Galilea y Señor de la historia. Ese Jesús de Nazaret, que pasó por este mundo haciendo el bien y que nos invita a seguirle dando de comer al hambriento, construyendo paz y liberando al ser humano de todo tipo de opresión.

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