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Semana Santa: dias de vivencias personales

Carlos Girón S.

Comúnmente se dice que cada cabeza es un mundo, cialis y que cada quien con su tema. De ese modo, cada quien tiene sus propias vivencias y experiencias, que no son de nadie más, sino suyas.

En la vida diaria de las personas hay un cúmulo de acciones que dejan siempre sus efectos, buenos o no buenos, agradables o desagradables, que al final de cuenta, de un modo o de otro, nos ayudan a reafirmar el carácter o la personalidad. Hay también tiempos en los que lucen ciertas formas de hacer las cosas y de mostrar un determinado comportamiento.

Los días de la Semana Santa son muy especiales, durante los cuales se pueden tener vivencias muy intensas si se viven con devoción y hasta santidad. Por ejemplo, las vivencias y emociones que se derivan de concurrir a los oficios religiosos que, durante todos los días realizan las iglesias católicas. Es algo muy especial que se graba en el corazón y el alma, dependiendo de la actitud devota y sincera con que se llegue a los templos.

Todos los católicos sabemos la inmensa alegría espiritual que se siente el Domingo de Ramos, yendo en procesión, hacia el templo, con los ramos de palmas y flores en las manos, cantando, detrás del sacerdote que oficiará la misa. Éste ya ha explicado antes qué simboliza ese momento: la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, hace más de dos mil años, donde comenzara Su ministerio.

Los devotos pueden valerse de su imaginación para trasladarse a aquellos tiempos y sentirse parte de la multitud que acogía al Redentor que va al Huerto de los Olivos. Puede ser imaginando, o mejor, visualizando, los pasos de la Vida, Pasión y Muerte del Hijo de Dios, y posteriormente Su Resurrección.

Durante las misas se da lectura a pasajes de la Santa Biblia, particularmente los Evangelios, que narran la Historia de este tan singular y extraordinario Ser que vino al mundo para ofrendar Su Vida por la redención de todos nosotros los hombres y mujeres. Y aquí hay un gran misterio, como cuando se dice que Jesús el Cristo fue la encarnación del Dios vivo, que anduvo entre la gente. No es difícil dar crédito y aceptar tal aserción, sólo que habría que enredarse en un ovillo de conjeturas. El momento culmen del oficio es sin duda el de la transubstanciación de un simple pan ácimo en lo que se acepta como el cuerpo de Cristo, que el Mesías dijo a Sus discípulos que eran las porciones de pan que les dio en la Última Cena, diciéndoles que siempre hicieran eso en Su memoria. Tal es lo que hace el sacerdote. Y ese es  otro de los grandes misterios.

La vivencia más profunda y sentida es la del momento en que, con reverente unción,  los fieles toman en la boca la hostia de manos del sacerdote, consumándose así la comunión con el Jesús vivo. El poder de la imaginación complementa este ritual para experimentarlo como toda una realidad. Además, una honda meditación y reflexión caben en esos instantes para reconocer errores y faltas y formularse los propósitos de enmienda a fin de llevar una vida mejor para ser felices como Dios lo quiere y para estar aptos en todo momento para ayudar y servir al prójimo.

Esto me parece que es lo medular de participar en los oficios de la iglesia, aprovechando que ésta nos brinda la oportunidad, y hacerlo en los días subsiguientes –dentro de lo posible. Sino, un rincón de la casa donde se vive es suficiente para realizar simbólicamente el ritual.

De gran significado espiritual es también la noche del Jueves Santo cuando en la iglesia se tiene la hora del acompañamiento de Jesús en Su oración en el Huerto de los Olivos.

Dicho todo esto, agreguemos que lo que interesa de esta época especial es que cada persona se sienta  libre de darle el mejor uso a la “vacación” –que no es sino cambiar de quehaceres, en la casa o la calle. Cada uno sacándole el mejor provecho a las horas. Allá cada quien con su afición y sus gustos. Unos acercándose más a su iglesia para sentirse alejados de las “tentaciones” y reconfortándose en su fe. Otros permaneciendo en casa dados a la lectura (no de los diarios, si no quieren enfermarse y envenenarse), en especial la Biblia y sus Evangelios o los otros libros que ella contiene, todos muy instructivos e inspiradores con sus muchas enseñanzas escondidas bajo la letra.

Quienes son admirables son los buenos samaritanos que consagran su tiempo y con sacrificio de su descanso y sus intereses personales y familiares, a velar por el bienestar de los demás, como son los agentes del orden y la seguridad; los médicos y las enfermeras en los hospitales y clínicas; los socorristas y guardavidas en las playas, lagos y ríos; los bomberos de turno, en fin, muchos que nacieron con vocación y experimentan gran satisfacción con servir a sus semejantes.

Que disfruten también, a su modo, los que se van a lugares donde pueden sentirse más identificados con la Naturaleza, en zonas boscosas, donde los rumores del viento pueden antojarse silenciosas voces de lo Divino, experimentando santidad con ello. Igual con los que corren a las playas a comer glotonamente y beber “como ladrillos secos”  –sin querer pensar en las consecuencias, una de las cuales es que sus nombres aparezcan al día  siguiente en las listas noticiosas de víctimas de los excesos. Nadie los culpa de querer vivir (y acabar) “a su manera”, pues “el que por su gusto muere, aunque lo entierren parado…”.

Lamentablemente, también están aquellos que disfrutan causando daño al prójimo, de uno y otro modo, robándole, difamándolo, secuestrándole o hasta cercenándole la vida sin el menor asomo de compasión o remordimiento. Es muestra de que ni ellos mismos se quieren.

Podría ser más verosímil que los animales, por fieros que sean, se abstienen por instinto de andar en sus tropelías en días como éstos, un signo de lo cual es fácil apreciar en la Naturaleza, con el manto de tristeza y los días grises con que se cubre justo en estos días. Esta vez ni las cigarras han asomado.

Vivamos, pues, cada uno con nuestras vivencias y experiencias particulares en estos días “de guardar”, dedicándole lo mejor de nuestros pensamientos y sentimientos al Salvador del mundo, nuestro Señor Jesucristo, y hagamos honor a Su sacrificio por todos nosotros, e intentemos hacer hasta el máximo que nos sea posible –algo que de suyo parece imposible–, lo que Tomás de Kempis recomienda, la Imitación de Cristo.

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