Carlos Girón
Los miles de fieles procedentes de todos los rincones del territorio nacional y muchos que vinieron de afuera, doctor que se dieron cita en y a los rededores de la plaza del Salvador del Mundo la mañana del pasado sábado 23 de mayo, para asistir a la beatificación de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, fueron testigos de un fenómeno que fue algo más que natural.
Antes sería del caso mencionar otras señales que acompañaron al singular fenómeno. La noche anterior llovió copiosamente en la capital empapando a los peregrinos que, desde el viernes anterior, se habían acantonado y guarecido bajo los aleros de edificios inmediatos –lo que seguramente no los molestó dado que era mayor la fortaleza de su fe. Pudo pensarse que iba a amanecer lloviendo, pero no; el sábado, el Sol se despertó radiante. En las primeras horas, acercándose el momento de consagrar la beatificación, el astro aminoró la fuerza de su luminosidad, aminorando el calor para la multitud, y se rodeó de un halo de gran dimensión. De pronto miles de cabezas alzaron la mirada hacia arriba y se oyeron exclamaciones de perplejidad: ¡Miren! ¡Qué precioso! ¡Qué curioso! ¡Increíble!
¿Qué era?, ¿de qué se trataba? No fue sólo la aparición de un halo de gran dimensión que se formó alrededor del Sol, sino que, atrás de su disco radiante, un poco alzada, todos alcanzaron a distinguir ¡la imagen del nuevo beato de la Iglesia Católica! Fue asombroso apreciar claramente su rostro con sus clásicos anteojos.
En esos momentos miles de cámaras fotográficas se enfocaran al cielo para captar la visión extraordinaria, que muchos interpretaron como señales de la presencia de Dios en ese acto de exaltación de uno de Sus siervos y pastores mártires, que consagró su vida a servir con amor y entrega total a los humildes, a los marginados y más necesitados El propio Enviado Especial del Papa, Monseñor Angelo Amato, hizo alusión al prodigio en sus lecturas posteriores a la beatificación. Para corroborar las cosas, la red de FACEBOOK se encargó de captar el extraordinario fenómeno y difundirlo por su red. Los diarios locales se hicieron eco también de la noticia al día siguiente. Y a lo mejor otros medios de afuera lo hicieron igual, pues acudieron muchos de sus periodistas.
Otra curiosidad agregada a lo anterior fue que, no más concluir la misa que siguió a la beatificación, una oscura nube ensombreció al Sol y desapareció el halo. Creo que todo esto no fue cuestión de superstición, producto de fanatismo o ilusionismo, sino algo especial, con su significado. En lo particular así lo veo y lo siento. Aquello fue lo que muchos podrían considerar un milagro, y tal vez no exageren o exageremos.
La aparición o visión del beato Oscar Arnulfo Romero prontamente hizo recordar a muchos la aparición, en mayo de 1917, por primera vez, de la Virgen de Fátima, en Lourdes, con tres secretos que reveló a los tres niños pastores que tuvieron la visión, los cuales fueron revelados por el Papa Juan Pablo II.
La diferencia entre aquel acontecimiento y el de hoy, aquí en nuestro país, es que los secretos de la Virgen eran para el futuro; con el beato Romero, su aparición o visión puede decirse que no trajo secretos, sino que ha sido para revivir y rememorar sus mensajes de amor que siempre anduvo predicando durante los largos años de su apostolado, que nos dirigió de manera particular a nosotros los salvadoreños, con proyección a las comunidades de otros países. Sus mensajes son invocaciones a que trabajemos todos por la paz, la justicia, la solidaridad de unos con los otros; de los ricos hacia los pobres; de gobernados y gobernantes.
El martirio de Monseñor Romero no debe caer en el vacío ni quedar en el olvido, sin extraer el verdadero mensaje que implica todo esto que ha sucedido en estos días después de tantos años. Pienso que cada uno de nosotros podemos asumir consciencia de que aquella fatalidad de un 24 de marzo y lo del sábado 23 –que fue un magno acontecimiento de resonancia mundial– debería servir de catalizador para una conversión hacia la fraternidad entre todos los salvadoreños.
El Salvador ha sido escenario de un evento histórico con resonancia mundial y cuya importancia puede calibrarse, entre otras cosas, por la presencia en la ceremonia de beatificación, de distintas personalidades como los presidentes de Guatemala, Honduras, Panamá, Ecuador, el vicepresidente de Venezuela, el de Cuba, el primer ministro de Belice y muchas otras. También honraron con su presencia los presidentes de los tres Órganos del Estado de nuestro país y ministros de diferentes carteras. Pero la mayor honra fue la presencia de ese alrededor de medio millón de fieles y peregrinos de nuestro país y de varios otros como Estados Unidos, República Dominicana y Argentina, que acudieron a rendir su reverencia y agradecimiento al beato Romero por todo cuanto hizo en bien de los más necesitados y, sobre todo, por sus sabias enseñanzas que fueron las de un verdadero pastor de Dios y Jesucristo.