Álvaro Darío Lara,
Escritor y poeta
También Santa Tecla, esa mágica ciudad, ha tenido (y tiene) sus locos. Sus locos populares, ingenuos, bravucones y soñadores, que con sus especiales personalidades, se han transformado en verdaderas leyendas. Guiado por don Marlon Chicas, apreciadísimo amigo tecleño, y conocedor exhaustivo de la “Ciudad de las Colinas”, hemos evocado a estos seres que moran al otro lado del espejo, como las celebridades de la Tierra de Oz.
Primero, los locos religiosos: “el loco piadoso”, quien, genuflexo, clamaba exageradamente al Creador, en la nave principal de la iglesia “El Carmen”; sin embargo, nada audible salía de su boca. Luego, “la bailadora de la Virgen”, entusiasta señora, quien le danzaba, a la efigie de la siempre Virgen María, en su advocación de María Auxiliadora, ubicada en la vitrina de la desaparecida tienda de antigüedades “Antiques”.
Asimismo, hubo locos, espirituales y muy profilácticos, como “Mamá Yeya”, quien provisto de una enorme escoba, y descamisado, barría impecablemente todos los atrios de las iglesias, por supuesto a cambio de unas monedas; “Toñito dame cinco”, responsable de sonar las “matracas” para las procesiones de Semana Santa, y experto apedreador, de gran puntería; “la Paquita”, anciana vendedora de usados, instalada en el costado norte de la Inmaculada Concepción, quien no permitía que nadie se sentara junto a ella. Sobrevive a esta fulgurante pléyade, “Carlitos”, el barítono, voz oficial en los solemnes actos de la Pasión del Señor.
Llega la hora de la laica locura. Deambulaba por las calles tecleñas, un personaje ungido por la luna, quien decía a cualquier transeúnte: “Fíjese que vengo de Santa Ana y no he comido”, seguidamente se golpeaba con fuerza el estómago, al tiempo que solicitaba, enérgicamente, el preciado metal que lo socorriera. Emerge victorioso del ayer, “El Hombre Robot”, quien se adornaba el cuerpo con innumerables alambres y piezas metálicas, conduciéndose como un verdadero androide; “Griselda”, usualmente acompañada por su madre, quien al menor chiste de los ingratos, dirigía no sólo palabras altisonantes, sino pétreos proyectiles, a diestra y siniestra; “El primo”, de rasgos árabes, siempre descalzo, pero trajeado, quien afirmaba provenir de alta alcurnia; “Buscando estrellas”, quien sostenía agradable y normal conversación con los extraños, hasta que, señalando al cielo con el índice, iniciaba un astral monólogo.
Y los maniáticos furiosos, “Paco churria”, insuperable en su vocabulario soez; “la pedigüeña”, quien se escapaba de su hogar, para limosnear en la calle, castigando a los tacaños, con sonoras nalgadas. Perviven, “la loquita de la ventana”, histérica en su casa de habitación; y, “el señor del carretón”, iracundo mozo de cordel, ahora retirado a la mendicidad.
Entre los actuales chalados, sobresale, “El chulón”, un inofensivo joven, barbado y exhibicionista, que merodea por los portales.
La vecina ciudad Merliot, no carece de estas joyas: “El cocina”, un calvo y renegrido anciano, ex drogadicto, ferviente conversador imaginario; y “El mecánico”, bajo, peludo, sucio y regordete, dignísimo en sus correrías por restoranes, comedores y pupuserías. ¡Qué linda esta locura, un eficaz antídoto, ante el caos de estos dorados tiempos!